El Inquieto Cobero, por Teodoro Petkoff
Ayer el presidente habló de un plan de alfabetización, esta vez con ayuda cubana, dirigido a erradicar el analfabetismo. Perdido en las brumas de la memoria de Chávez debe estar aquel acto realizado en el Teresa Carreño donde él mismo juramentó a las brigadas de alfabetizadores que habrían de enseñar a leer y escribir a los compatriotas sumidos todavía en las tinieblas de la ignorancia. Aquel plan, que más generoso y necesario no podía ser, se extravió en el desierto de la desoladora incapacidad del gobierno.
Chávez, con su innegable instinto para el simbolismo mediático, ha ido presentando distintos proyectos con los cuales quería marcar la diferencia con los gobiernos anteriores. Sin embargo, ni uno solo ha tenido éxito y componen una verdadera antología del fracaso.
Precisamente por el valor emblemático que les atribuyó el comandante, ahora se revierten acusadoramente contra su gobierno. Comenzando por la oferta más dramática del Chávez de los primeros tiempos: “me quito el nombre si en tres meses no hemos resuelto el problema de los niños de la calle”, rebautizados como “niños de la patria”.
Cuatro años después, la patria debe sentirse abochornada de un presidente con tan poco respeto por su palabra, insensible frente al cotidiano horror de los niños sin hogar deambulando por las avenidas.
Los planes de cien mil viviendas anuales murieron, asfixiados por la corrupción. Este año ya ni siquiera están presupuestados. La transformación del aeropuerto de La Carlota en un parque no pasó del anuncio. En cambio, podemos felicitarnos de que el proyecto de utilizar a Miraflores como sede de una universidad no haya pasado de la etapa del delirio. Como delirante fue el del ferrocarril de Guasdualito a Maracaibo ( “no le vayan a poner mi nombre”, pedía el presidente a los apureños), dentro del proyecto demencial del eje Orinoco-Apure, que vaya usted a saber si Giordani pretenderá exhumar en su come back.
La carretera a Macuro, cuyos trabajos fueron iniciados con fanfarria y redoblantes, cayó en el mismo olvido de quinientos años del cual Chávez dijera que la carretera habría de sacar a aquel caserío cuyas playas pisó Colón. En el mismo cementerio de ofertas imposibles yace la inefable línea aérea del Caribe que, en un impromptu ante sus colegas de la región, prometió Chávez, ofreciendo “el camastrón” como avión insignia. Acompaña a esta aerolínea nonata, la flota marítima para la misma región, otro capricho que no pasó de las palabras.
Del Plan Bolívar se puede decir que menos mal que no siguió, porque aquel reparto de billetes en cajas de zapatos llegó a sacar de su catalepsia, por unas horas, hasta a ese fantasmagórico personaje que “ejerce” la Contraloría. Acompaña en su tumba al Plan Bolívar el Plan País, del cual nunca se supo ni en qué consistía. No hablemos del Consejo Moral Republicano o del Consejo Federal, instituciones que ni en sesiones de espiritismo pueden ser evocadas, ni de los planes de recuperación y reordenamiento territorial de Vargas, enterrados por la desidia y la insensibilidad.
Podría preguntarse si, al lado de los fracasos, existe algo que haya funcionado bien. Pues sí. Dos kilómetros de carretera (exactamente eso, no es exageración) en San Juan de Dios, isla de Margarita, que Chávez inauguró.
Es la única obra propia de este gobierno.