El juego de la supervivencia autocrática, por Luis Ernesto Aparicio M.
Si revisamos los medios de comunicación, los pocos que quedan manejando la información con transparencia y verdad, el tema de la pautada juramentación como presidente reelecto de Nicolás Maduro ocupa buena parte de los titulares. Especialmente, han destacado las tensas interacciones entre voceros del régimen venezolano y gobiernos de la región, como Brasil y Colombia.
Una de las declaraciones del canciller colombiano deja claro que, al menos para estos dos gobiernos, Nicolás Maduro no sería reconocido como un presidente legítimo, señalando las dudas sobre los resultados electorales y la ruptura de la confianza. Sin embargo, surge una pregunta crítica: ¿realmente le importa a la autocracia venezolana si es reconocida por sus antiguos aliados en Latinoamérica?
En parte, sí, porque perder el apoyo regional puede debilitar las columnas que sostienen su poder. Pero en un sentido más amplio, la respuesta es negativa. Maduro, al igual que otros autócratas globales, ha demostrado que puede permanecer en el poder gracias a factores más allá del reconocimiento internacional.
Ejemplos de esta dinámica se encuentran en líderes como Bashar al-Ásad en Siria, quien ha sobrevivido al rechazo de la comunidad internacional gracias al respaldo de potencias como Rusia e Irán, y Daniel Ortega en Nicaragua, que se ha mantenido en el poder mediante represión, apoyo militar y un aparato estatal sometido a su control.
¿Cómo es posible que regímenes así perduren a pesar de la presión internacional? La respuesta está en el respaldo de otros gobiernos autoritarios poderosos, como Rusia, China, India, Irán, y hasta Corea del Norte. Estas naciones no solo comparten un interés económico en mantener vínculos comerciales, sino que también apoyan a sus similares para fortalecer un frente común contra las democracias occidentales.
Por ejemplo, las alianzas comerciales entre estos países permiten a los regímenes autoritarios, como el venezolano, esquivar sanciones económicas impuestas por Occidente. Cuando un país enfrenta restricciones, puede encontrar apoyo en China o Rusia, asegurando la continuidad de importaciones y exportaciones vitales para su supervivencia.
Así tenemos que, China establece acuerdos comerciales sin preocuparse por procesos democráticos, facilitando inversiones estratégicas y reforzando a estos gobiernos económicamente. Rusia, por su parte, ofrece asistencia militar y tecnológica, ayudando a mantener la estructura de poder de estos regímenes y socavando el impacto de las sanciones internacionales.
Estos factores permiten a autócratas resistir las presiones externas, desafiando la idea de que el aislamiento diplomático por sí solo puede provocar un cambio. Sin embargo, es importante recordar que la permanencia en el poder de estos líderes no es sostenible a largo plazo si hay un compromiso político decidido y estratégico por parte de la oposición y la comunidad internacional.
A pesar de que los regímenes autoritarios encuentran formas de mantenerse mediante alianzas internacionales y un control interno férreo, la historia muestra que las opciones políticas son las que verdaderamente pueden promover un cambio duradero. La respuesta no reside en la intervención violenta ni en la simple espera de un colapso interno, sino en construir un frente político sólido que movilice a la ciudadanía, negocie con actores internacionales, y aproveche las oportunidades diplomáticas para abrir caminos hacia la democracia y el respeto a los derechos humanos.
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En este contexto, y para enfocar la realidad venezolana, Nicolás Maduro podría estar tomando juramento como presidente el próximo 10 de enero de 2025, pero lo hará caminando sobre la delgada línea que separa a su régimen de convertirse en un gobierno fallido. Las complejidades que sostienen su permanencia no eliminan la fragilidad de su sistema, que enfrenta una presión constante tanto interna como externa. Esto subraya la necesidad de insistir en soluciones políticas que fortalezcan la esperanza de un cambio real y sostenible para Venezuela.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
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