El maíz transgénico vs. la soberanía nacional, por José Ramón Orrantia Cavazos
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El conflicto sobre la restricción de México para importar maíz transgénico es una disputa entre los intereses de la industria agrícola estadounidense y tanto la industria biotecnológica como el esfuerzo del Gobierno mexicano por recuperar un poco la soberanía externa que se ha perdido durante los últimos 40 años.
Las advertencias de Washington de que el incumplimiento de los acuerdos comerciales del T-MEC podrían conducir a la implantación de aranceles de Estados Unidos, bien puede ser una manifestación de lo que Colin Crouch ha denominado posdemocracia: Gobiernos formalmente democráticos (liberales), en los que se celebran elecciones periódicas, pero en los cuales las corporaciones empresariales no se subordinan a la autoridad del Estado nacional.
Posdemocracia y «colonialidad»
En las posdemocracias, los intereses empresariales tienen un poder tan abrumador que hacen lobbying para modificar la normativa nacional a su conveniencia. La toma de decisiones se realiza en espacios privados y ocultos del escrutinio público, es decir, a espaldas de la opinión pública que, a fin de cuentas, puede manufacturarse a la carta.
Tal vez el caso de México no es de posdemocracia, pues no podría asegurarse que en algún momento hayamos logrado consolidar instituciones democráticas liberales. Pero los intereses empresariales operan en México exactamente en la misma dirección: hacia la disolución de la soberanía nacional y en favor de los intereses empresariales.
De hecho, podríamos pensar que, en regímenes que no han consolidado instituciones democráticas más o menos fuertes, los intereses de corporaciones trasnacionales operan de manera más enérgica y predatoria, y los han estructurado no como posdemocracias, sino más bien de acuerdo con lo que Walter Mignolo ha llamado la matriz de la «colonialidad». Se trata de una lógica en la que los capitales externos trabajan en complicidad con élites internas para extraer riqueza, apropiarse del trabajo y los recursos de un país y expoliar sus entornos naturales a través del sometimiento y adelgazamiento del Estado soberano.
¿Una postura anticiencia?
El problema del maíz transgénico puede ser entendido de esta manera. Pero, públicamente, adopta la forma de una discusión sobre evidencia científica.
El Gobierno mexicano advierte acerca del peligro del herbicida glifosato, que está relacionado con casos de cáncer en Estados Unidos y Europa, y dice que permitir la entrada de semillas de maíz transgénico podría contaminar variedades nativas de México y afectar la biodiversidad.
Recordemos que México es un punto central del origen del maíz y cuenta con cerca de 60 razas oriundas.
Washington solo responde, utilizando la vieja retórica de las tabacaleras y de las empresas petroleras contra el cambio climático, que estas afirmaciones científicas no cuentan con validación científica contundente. Esto podría ser cierto, pero no es el núcleo del problema, solo su justificación retórica.
A lo anterior, se podría responder de diferentes maneras: apelando al principio precautorio (que es lo que, de hecho, ha llevado a cabo el Gobierno mexicano), afirmando que ante un peligro o amenaza suficientemente grande y con posibles efectos irreversibles, la falta de evidencia contundente no será suficiente razón para no tomar medidas precautorias. La simple sospecha razonable —lo cual implica que la evidencia debe señalar el riesgo, aunque sus conclusiones no sean definitivas e irrefutables— debería bastar.
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A su vez, podríamos considerar más aún, y de acuerdo con el concepto de ciencia posnormal de Funtowicz y Ravetz, que cuando la ciencia es usada para justificar temas políticos, en especial cuando hablamos de sistemas complejos como los socioambientales, no da certeza en cuanto a las recomendaciones. Eso significa que, en realidad, los argumentos «comprobados científicamente» han subcontratado a la ciencia para legitimar una decisión política.
El caso de la seguridad del maíz transgénico es un claro ejemplo de este perverso uso de la certeza científica (o la supuesta falta de ella) con fines políticos y económicos.
Transferencia de tecnología, transferencia de cultura
No obstante, el argumento que más preocupa es el que tiene que ver con las afectaciones que la introducción de maíz transgénico podría tener sobre las formas de organización del trabajo y la estructura social de gran parte del México rural. En este caso, no debemos olvidar que los que se pronuncian a favor de la introducción del maíz transgénico son los agrícolas del norte del país, en donde las enormes extensiones de terreno hacen viable la aplicación de la agroindustria intensiva, la cual depende de grandes maquinarias y agroquímicos para cultivar monocultivos.
Sin embargo, su introducción en el sur y en el sureste de México es absolutamente inviable: no solo afectaría las variedades de maíz, sino también la biodiversidad natural de la zona, que se vería gravemente dañada por extensas plantaciones de semillas transgénicas resistentes a herbicidas que serían funestos para otras plantas.
Además, tal como han insistido las autoridades hasta el cansancio, la dieta mexicana, principalmente en la zona mesoamericana, depende en gran medida del maíz tanto desde el punto de vista cultural como desde el punto de vista nutricional.
La introducción de tecnologías no es neutral, puesto que trae consigo cultura, por lo que podríamos esperar que la importación de maíz transgénico para el consumo humano afectará no solo la salud o la biodiversidad, sino también los hábitos alimenticios y la cultura culinaria.
Efectivamente, la transferencia de tecnología también transfiere cultura, entre las cuales se encuentra la laboral. Las formas de organización social de pueblos indígenas y comunidades rurales se estructuran, en gran medida, alrededor de la tierra y de las funciones de trabajo de cada quien. La introducción de esta tecnología podría tener consecuencias de desintegración social, como ocurrió en el pasado cuando se retiraron los subsidios al campo durante el salinismo, lo que causó una ola de migración sin precedentes a las ciudades y a los Estados Unidos.
En defensa de la autodeterminación
Entonces, las razones para oponerse a la introducción del maíz transgénico no son retórica anticiencia (en México existen plantíos transgénicos de algodón y soya) ni nacionalismo acartonado. Existen razones de peso para ser prudentes. El problema es que, a los grandes capitales, estas razones les tienen sin cuidado. Así, el conflicto tiene que tomar la forma de una defensa de la soberanía externa, un defensa de la capacidad de autodeterminación en asuntos de suma importancia como la defensa de la biodiversidad, el cuidado de la salud y la conservación de nuestras culturas.
José Ramón Orrantia Cavazos es profesor de la UNAM. Candidato a investigador por el Sistema Nacional de Investigadores. Doctor en Filosofía, por la UNAM. Especialista en temas de evaluación axiológica de tecnologías y filosofía política de la ciencia.
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