El Mundial de Qatar: tiempos para el olvido, por Humberto Villasmil Prieto
Twitter: @hvmcbo57
Somos nuestra memoria,
somos ese quimérico museo de formas inconstantes,
ese montón de espejos rotos.
Jorge Luis Borges.
En unos días el Mundial de Fútbol de Qatar (2022) paralizará al mundo. Pondrá pausa a las protestas y a las voces indignadas por las guerras, el hambre o la violación de los derechos humanos. Pocos quizás recordarán lo que hace nada era noticia. La infocracia que signa este tiempo rinde culto a lo instantáneo, disfruta hedónicamente del presentismo y rechaza aquello que puede sensibilizar conciencias perdidas o sencillamente afear lo que con ansiedad se espera disfrutar.
Nuestras calles se llenarán de banderas —no de las nuestras, lo sabemos bien— y por un tiempo podremos decir que «aquí no ha pasado nada». El país que nos trajo hasta aquí acaso no cambió nunca. Fuimos una sociedad lúdica que conserva instituciones tan ancestrales como el «pescuezeo», que ahora es cibernético. Selfies que van y vienen en medio de codazos nada elegantes para aparecer en la foto; sociedad que desprecia a los anónimos, que rinde un culto inagotable a la imagen en tiempos de una civilización global que «ha interrumpido el culto a la profundidad», como escribiera Alessandro Baricco.
Pero todo ello, con dimensiones colosales, se escenificará de intensa manera los próximos días, los días del Mundial.
En un trabajo publicado hace un año —este tipo de información se ha ralentizado últimamente para decirlo de un modo políticamente correcto— se decía que: «Un análisis del medio británico The Guardian señala que más de 6.500 trabajadores migrantes de India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka han muerto en Qatar desde que ganó el derecho a ser sede de la Copa del Mundo hace 10 años. Los hallazgos, recopilados a partir de fuentes gubernamentales, significarían que un promedio de 12 trabajadores migrantes de estas cinco naciones del sur de Asia han muerto cada semana desde la noche de diciembre de 2010 cuando las calles de Doha se llenaron de multitudes extasiadas celebrando la victoria de Qatar» (¿6500 o 34?” (La nebulosa en torno a los trabajadores muertos en Qatar en el Mundial de Fútbol. Albert Sanchis, Magnet, 23-02-2021).
El Gobierno de Qatar, por su parte, señaló en 2015 que «no se había perdido la vida de un solo trabajador» en relación con la construcción de la Copa del Mundo, mientras que The Guardian y algunas organizaciones en defensa de los derechos humanos relacionan las muertes con la construcción. En total, podría haber habido 37 muertes solo entre trabajadores directamente relacionados con la construcción de los estadios de la Copa del Mundo, aunque 34 de ellos están clasificados como <<no relacionados con el trabajo>> por el comité organizador del evento (Sanchis, cit).
Amnistía Internacional hizo público un video escalofriante que llevó por título: Qatar, la Copa Mundial de la Vergüenza que incluye distintas secciones como: El lado espantoso de un hermoso juego: Mostramos cómo las empresas de construcción encargadas de las obras para la Copa Mundial de 2022 están abusando de los trabajadores migrantes e incumpliendo el propio derecho laboral de Qatar. Pero nada de esto afeará el espectáculo. Por unas semanas aquí no habrá pasado nada y lo que ocurrirá será en otra parte, nos llegará por la TV y nos pondrá radiantes de felicidad desbordada.
De mi parte, viviré mi propio mundial de futbol en medio de esa nostalgia que, como decía Guillermo Cabrera Infante, es sencillamente «la metafísica del recuerdo»; y lo viviré por ende recordando los años más felices de mi vida. Tiempos de adolescencia cuando todo era proyecto. Recordaré a esos ídolos que nos llevaron de la mano a otros mundos imaginarios en los que cada uno diría que fuimos felices.
A mis 13 años vi por primera vez un mundial de fútbol. Fue el de México 70. De aquellas transmisiones de TV que cada día me asombraban al ver jugar a futbolistas legendarios de países que ni sabía entonces dónde quedaban. Llevo conmigo el recuerdo más entrañable: el de Teófilo Cubillas, El Nene, con su camiseta blanca, atravesada por la banda roja, al frente de la selección peruana.
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Recuerdo todavía a Lázaro Candal desgañitándose de emoción al narrar los goles de Cubillas en aquel torneo en que si la admiración no nubla mi memoria quedó entre los líderes goleadores.
La vida me demostró que las intuiciones de niño no solo son las más persistentes sino las más acertadas al final. Intuí desde siempre —y hoy lo recuerdo— que Cubillas había sido y que sería, además de un grandísimo jugador, un ejemplo para todos, pero muy especialmente para los jóvenes que quisieran dedicarse al fútbol. Todo ello partió de una simpatía y cercanía que en mí surgió desde la primera vez que le vi por TV. Al final, durante aquel mítico México 70 que ganara Brasil liderado por O Rey Pele, terminé de caer en cuenta que de todo aquello que paralizaba al mundo a mí lo que en verdad me interesaba era ver jugar a Cubillas.
Y esa intuición adolescente se confirmó tantas veces cuando estando en Lima y tirando de la lengua a algún taxista le escuché hablar con desbordante admiración y respeto de aquel excelso jugador que llenó de alegría al Perú y a toda la América Latina.
«Nos resistimos a que nos extirpen los recuerdos, que son el asidero de la identidad» decía Javier Cercas en El monarca de las sombras. Por eso. mi Mundial 2022 será el del recuerdo de tiempos que pasaron y que parecen perdidos para siempre. Tiempos aquellos de mis ídolos eternos, de los que nacen casi desde la niñez. Tiempos en que un mundial de fútbol era una fiesta planetaria y no un «espectáculo» del que muchos querrán hablar en voz baja.
Humberto Villasmil Prieto es abogado laboralista venezolano, profesor de la UCAB. Miembro de número de la Academia Iberoamericana de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social.
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