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El mundo está fuera de la ley (Trump y las narco-barcas venezolanas), por Fernando Mires



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Trump Narcolanchas video botes cartel de los soles
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Fernando Mires | @FernandoMiresOI | septiembre 23, 2025

X: @FernandoMiresOl


Comenzaremos a escribir este artículo con un ejemplo de las tendencias geoestratégicas que cruzan en los tiempos recientes. Son las que marcan un nuevo periodo caracterizado por el cambio de un orden mundial llamado bipolar por uno aparentemente multipolar, percepción que oculta otra realidad: el regreso a una nueva bipolaridad mundial en la cual en uno de sus polos se sitúa el imperio económico chino secundado por subpotencias regionales (Rusia, Irán, India, Corea del Norte) como alternativa frente a lo que sus creadores llaman Occidente, entendiendo a veces a los EEUU, otras veces a Europa y, siempre a los gobiernos democráticos de la tierra. Un bloque sólido y compacto dado a conocer por Xi Jinping desde la cumbre de la OCS y la pomposa parada militar de septiembre en Beijing.

El ejemplo al que aludimos para dar comienzo al presente artículo es uno que, a más de algún observador, podría parecer insignificante, pero, mirado con atención, ilustra muy bien el panorama que ofrecen los nuevos cursos de la historia mundial. Es solo un micro- ejemplo, entre tantos. Me refiero esta vez a los recientes bombardeos a lanchas venezolanas en las aguas del Caribe por mandato del gobierno de Trump. Acontecimientos que no se basan en ninguna legislación internacional; todo lo contrario: transgreden a todas las leyes existentes. Hechos que ni siquiera pueden ser entendidos como partes de una supuesta guerra al narcotráfico como fue por ejemplo la «guerra al terrorismo internacional» declarada por el gobierno de Bush Jr. en común acuerdo con la mayoría de los gobiernos europeos, incluyendo a la Rusia de Putin quien aprovechó la hora para invadir a Siria con el ingenuo visto bueno del gobierno de Obama.

Los derechos humanos son para los humanos

A diferencia de la guerra al terrorismo, cuando Bush Jr. fijó a Afganistán y a Irak cono estados terroristas, Trump no ha fijado al gobierno de Venezuela como enemigo de guerra. Por esa misma razón, Trump no ha recibido el apoyo de ningún gobierno latinoamericano –incluyendo a los que le son afines– como tampoco el de ningún gobierno europeo, en sus aventuras caribeñas. Más todavía: los bombardeos a las pequeñas lanchas presuntamente portadoras de drogas, tuvieron lugar en condiciones en las cuales sus tripulantes estaban dispuestos a entregarse.

Reconstruyendo los hechos a partir de los propios comunicados oficiales estadounidenses, los navíos norteamericanos disponían de suficientes medios para capturarlos, luego hacerlos prisioneros y después someterlos a juicio legal para después castigarlos con las correspondientes penas estatuidas, incluyendo la de muerte.

Pero no, Trump ordenó matarlos sin conocer ningún antecedente penal de los tripulantes, sin atender a ninguna condición atenuante, sin averiguar si fueron reclutados por coerción o voluntariamente; si eran reincidentes o no. O si trabajaban para un consorcio (podría haber sido norteamericano), O si eran propietarios de laboratorios o simples delincuentes individuales y ocasionales. Lo importante, para Trump, era matarlos. En palabras más claras: asesinarlos.

Entiéndase bien; aquí no se está defendiendo a los traficantes de drogas, pero sí se está defendiendo a los derechos humanos pues, guste o no a la barbarie tuitera que secunda a Trump, los traficantes también son seres humanos y, como tales, deben ser sometidos a una legislación nacional e internacional que, si ellos no cumplen, deben pagar, e incluso, si así está constitucionalmente estipulado, con sus vidas.

Para decirlo con las palabras de la historiadora Anne Applebaum, Trump demostró que él tiene «una nueva definición de los derechos humanos». Una que no se basa en ninguna legislación internacional ni nacional; una que solo se desprende de los objetivos que traza el poder, el que para cumplirlos, si es en aras de la grandeza de América, puede y debe recurrir a cualquier medio, no importando si esos medios son criminales. Uno en fin, que nos hace retroceder a la fase prepolítica de la humanidad.

No deja de llamar la atención que, en los mismos momentos en que ordenaba atacar con misiles a las pequeñas barcas, Trump estaba llevando a cabo fuertes avanzadas en contra de la libertad de prensa y de opinión al interior de su país. Si tiene éxito en esa empresa -no solo es una opinión personal– Trump puede llegar a ser el primer gobernante autocrático de la historia norteamericana. Pues bien, sabido es que los autócratas, al no reconocer más leyes que las que emanan de los deseos de sus gobiernos, tienden a extender su ilegalidad política hacia el exterior. Solo así nos explicamos por qué nunca Trump ha emitido, ni antes ni durante su mandato, palabras condenatorias en contra de la invasión a Ucrania. Para él, evidentemente, la guerra del dictador ruso es un derecho que le corresponde por el solo hecho de ser una potencia militar en la región. Así se explica también por qué, sin usar ningún tapujo diplomático, Trump esté reclamando para los Estados Unidos la posesión de Groenlandia e incluso la anexión de una nación en forma como es Canadá.

Precisamente, porque a Trump no interesa la legalidad internacional, ha dejado prácticamente sola a Europa frente a Rusia y, si alguna vez se pronuncia en contra de Rusia, solo será porque le interesan más los mercados europeos que los rusos. Ni Trump ni sus ministros, hay que decirlo en voz alta, son demócratas. Para ellos no cuenta la legalidad, solo la legitimidad que ellos mismos se autoconfieren.

La destrucción de la legalidad internacional

Volviendo al mini ejemplo de los botes venezolanos, no pocos opinadores sostienen que en vez de una abstracta guerra en contra del narcotráfico, de lo que se trata es de presionar al dictador Maduro, despojarlo del poder y dar curso a un nuevo gobierno salido de la oposición. Cierto es que Trump nunca ha dicho que su propósito es invadir a Venezuela, pero a través de las palabras del ministro Rubio es posible captar que no descarta esa posibilidad. A la vez, los comunicados de la líder María Corina Machado dan a entender que una invasión es eminente. De este modo, si hay alguna vez invasión norteamericana en Venezuela, esta aparecería en defensa de los intereses de la mayoría de la ciudadanía venezolana. Mayoría de la que nadie duda.

Como fue demostrado, el fraude de Maduro, en julio del 2024, fue uno de los actos más repugnantes cometidos en contra de la ciudadanía de un país. El gobierno de Venezuela es ilegal y anticonstitucional a la vez. No obstante, aún en este terreno hay que caminar con cuidado. No solo el de Maduro es un gobierno ilegal y anticonstitucional. Muchos gobiernos inscritos en la ONU han llegado al poder usando medios ilegales. Ilegales son los gobiernos de Putin y Lukashenko por ejemplo, pues ambos manipulan las elecciones a su gusto y antojo. Maduro, en cierto modo, solo los ha emulado; de un modo absolutamente grotesco, no cabe duda.

Si revisamos con cuidado, una no pequeña parte de los gobiernos de la tierra son ilegales; y no pocos de ellos recurren frecuentemente a fuentes ilegales para su mantenimiento, como el narcotráfico, entre otras. ¿Habría que invadir a casi todas las repúblicas africanas? Sería un absurdo. Eso lo sabe Trump. Por eso el mismo nunca ha dicho que su propósito es invadir Venezuela porque el de Maduro sea un gobierno ilegal, sino porque es –muy distinto – un gobierno narcoterrorista. Una invasión que, por lo tanto, no sería hecha en nombre de la libertad y de la democracia sino simplemente en contra del narcotráfico, como ocurrió en la Panamá de Noriega, suceso que ha sido caracterizado como una “operación quirúrgica”, algo que no sería posible en Venezuela donde el chavismo no solo es un gobierno sino un sistema de dominación con profundas raíces sociales. La posibilidad de que una invasión a Venezuela abra los diques para que corran ríos de sangre, no está, por lo tanto, excluida. En ningún caso una inversión atractiva, de acuerdo al criterio mercantil que caracteriza a Trump.

Trump y su séquito nunca van a actuar por altruismo – como sí lo habrían hecho Reagan y Carter– sino solo cuando puedan obtener algunas ganancias, sean económicas o sean geopolíticas. Pero para obtener ganancias económicas le basta a Trump entenderse indirectamente con Maduro, como suele hacerlo con los emisarios que cada cierto tiempo le envía. Y las ganancias geopolíticas que obtendría Trump con una invasión, serían mínimas.

Venezuela, eso es muy evidente, no significa un peligro para la soberanía territorial de los Estados Unidos. Además Maduro practica relaciones políticas con Rusia y China y, en los momentos en que Trump pretenda aparecer como mediador entre Rusia y Europa, lo que menos le ayudaría sería actuar como invasor de naciones ajenas, por más detestable que sean, como es la dictadura de Maduro.

Esa es la razón por la cual se explica que, mientras escribo estas líneas, aviones rusos surcan amenazadoramente por los cielos de Europa, Trump prefiera entretener a la opinión pública bombardeando barcazas de traficantes venezolanos, probablemente de poca monta. Así, Trump busca eludir el desafío fundamental de nuestro tiempo, y ese es el que se da a partir de la formación de un bloque antidemocrático mundial bajo la hegemonía de China y Rusia.

Por cierto, tratándose de un gobierno tan imprevisible como es el de Trump, no hay que descartar cien por ciento que de repente cometa un acto de invasión a Venezuela. De Trump podemos esperarlo todo dependiendo del humor con que se levanta, dijo un periodista de la televisión alemana. Lo cierto es que si Trump invade a Venezuela será por criterios que no tienen nada que ver con la legalidad, ni con la de su país ni con la del mundo. Todo lo contrario. El trío imperial del siglo XXI, a saber, Rusia, China y los Estados Unidos, han contribuido a despojar al mundo de su estructura legal.

*Lea también: Paz, por Fernando Rodríguez

Las tres doctrinas

De acuerdo con la doctrina de Xi Jinping, el nuevo orden mundial deberá ser uno que estipule la soberanía interna de las naciones, de modo que cada gobierno puede cometer las porquerías que se le ocurran dentro de su nación siempre que eso no interfiera la soberanía de otros estados. De acuerdo con la doctrina de Putin, cada estado, si tiene las fuerzas suficientes, está facultado a invadir otras naciones si las considera peligrosas para su estabilidad interna o externa. Y, de acuerdo con la doctrina de Trump, todo está permitido si eso conviene a los Estados Unidos de América.

Toda la larga y compleja legalidad internacional elaborada desde 1945 se ha venido al suelo. Vivimos en un mundo que ha sido puesto fuera de la ley. Hoy estamos en una fase de “re-repartición” de la tierra, en una situación parecida a la que prevalecía antes de los acuerdos de Yalta. Solo algunos países europeos aparecen de vez en cuando como los tontos de la película apelando a una legislación internacional que ya casi no existe. Y, sin embargo, esa, la de los tontos, es la única posibilidad que podría salvar a algunas democracias de la tierra. Vale la pena apoyarlos.

Los narcotraficantes venezolanos no sabían que al realizar sus travesías estaban enfrentando a la lógica de un nuevo orden mundial en ciernes. Lo mismo sucede con lo que ayer fue la oposición venezolana. Después del salvaje fraude electoral de Maduro, esa oposición tenía solo dos posibilidades. Una democrática, a saber, continuar acorralando al dictador con la Constitución en la mano. La otra, la no democrática, embarcarse en una aventura internacional, confiando en que Trump iba a realizar esa tarea militar liberadora que ellos, comprensiblemente quizás, nunca han estado en condiciones de hacer. El resultado ha sido, para esa oposición, catastrófico.

María Corina Machado, en lugar de llamar a la unidad política, ha dividido a la oposición una vez más. Y, al igual que su desdichado predecesor Juan Guaidó, lo ha hecho creando dos bloques irreconciliables. Por un lado un sector que busca transitar por la única vía que ha dado muchos éxitos, la pacífica, la democrática, la constitucional, y si de nuevo fuera posible, la electoral. Por otro lado, un sector que ha adoptado la vía insurreccional la que por definición no es constitucional.

Si nos atenemos a la máxima según la cual el derecho a la rebelión es legítimo y legal en contra de una dictadura, no habrían muchos “peros” para oponernos a una rebelión en Venezuela.

El gran problema es que la iniciativa insurreccional la delegó el grupo Machado a un gobierno imperial extranjero como es el de Trump, uno cuyos intereses pueden ser muchos, pero no precisamente el de la defensa de las democracias. Todo lo contrario. Las mejores relaciones que mantiene Trump a nivel internacional son con autocracias y dictaduras, no con democracias.

El ejemplo de Venezuela, reiteramos, es solo un botón de muestra. Allí, como en todas las naciones gobernadas por autócratas, no existe apego a ninguna norma constitucional. Y en los Estados Unidos, cada vez menos. Un mundo puesto fuera de la ley puede ser, bajo esas condiciones, muy peligroso. Por eso escribía Kant que hasta los gobiernos de ángeles necesitan de una Constitución. Mucho más, agregamos, si se trata de gobiernos de demonios, como son los que dominan este mundo.

 

Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS. 

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

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