El otro “muchacho” vino a destrancar la Agenda Venezuela
Teodoro Petkoff se puso sobre sus hombros un plan con el FMI de una manera distinta: con respaldo político. El otro “saco” fue el cambio del régimen de las prestaciones sociales
Autor: Yolanda Ojeda Reyes
Cuando el presidente Rafael Caldera nombró a Teodoro Petkoff ministro de Cordiplan, en marzo de 1996, algunos entendieron que detrás de esa designación estaba un claro propósito de ratificar una política que emprendió el Jefe de Estado para tomar las decisiones: mucho consenso y en eso el dirigente político era el indicado para recibir el “testigo” y darle impulso a la Agenda Venezuela. Era el bateador emergente que lo apoyó en la contienda electoral.
Para ese momento muchos supieron que el nuevo titular de Cordiplan era economista, graduado Cum Laude en la Universidad Central de Venezuela en 1960. Para los periodistas se trataba de un cambio radical de cobertura: de un verbo encendido de la política venezolana a uno conciliador con las variables macroenómicas.
Una de las primeras preguntas a la cual tuvo que enfrentarse cuando asumió esa cartera fue “usted estuvo en contra del programa neoliberal de Carlos Andrés Pérez con el FMI y ¿ahora acudirá a ese organismo…?” Su respuesta fue: “Las medidas que se toman no son neoliberales, son de sentido común y de consenso social”. Una vez más la palabra consenso se convertía en el sello de origen de la nueva administración.
Tras la experiencia del período del presidente Carlos Andrés Pérez (CAP) que no tuvo el apoyo político en los cambios, razón por la cual, entre otras cosas, no pudo terminar su mandato, Rafael Caldera, “zorro viejo” de la política al convencerse que irremediablemente tenía que acudir al FMI, lo quiso hacer de manera distinta para no “morir” en el intento.
La crisis bancaria de 1994 generó serios desequilibrios económicos y lo que tanto prometió en su campaña, de mejorar la economía, no se lograría sin un cambio de timón. Se iban agudizando los problemas y desde el Congreso de la República había un piso de apoyo que se comenzó a gestar desde mediados de 1993. Y fue así como propuestas que fueron rechazadas cuando las presentó Carlos Andrés Pérez pasaban la prueba. Caldera jugó con el tiempo y midió los alcances. Lo que se buscaba era que la sociedad pidiera a gritos los cambios, lo que se veía venir desde Ramón J. Velásquez que concluyó el período de CAP (Mayo 1993-Enero 1994).
Los auxilios financieros otorgados a la banca, en un contexto de desequilibrio macroeconómico, hicieron inevitable la salida de capitales y en junio de 1994 se estableció un control de cambio único de 170 bolívares por dólar
Antes que entrara Teodoro Petkoff al Gabinete, en julio de 1995, se establecieron los primeros contactos con el Fondo Monetario y aunque esa posibilidad era desmentida en el ámbito oficial, algunos dentro del Gabinete hablaban de “gradualidad” y no una política shock.
El primer encuentro formal con el organismo multilateral fue el 2 de octubre de 1995. Y en la prensa se comenzaban a ventilar las diferencias de los ministros. El 16 de octubre Luis Raúl Matos Azócar, ministro de Hacienda, dejó una posición mucho más clara del desmontaje de los controles.
A partir de allí comenzó un proceso de resquebrajamiento en el seno del Gabinete Económico. El 18 de octubre Matos Azócar mostró con más firmeza la realidad económica: “Si alguien tiene otra alternativa que la presente”, lo que dejó el ceño fruncido a más de uno, comentaron las fuentes de la época.
Una devaluación “masiva” de Bs170 (tasa fija con control cambiario) a un monto superior a Bs. 200 era considerado una “traición a la patria” y podría desmejorar la imagen de Caldera.
En diciembre de 1995 se devaluó a una tasa fija de Bs. 290 y permitió el funcionamiento del mercado Brady en dólares, una flexibilización que en medio de la crisis también se convirtió rápidamente en otra válvula para la fuga de capitales.
Las señales en el Gabinete estaban confusas y se comenzaba entonces a cuestionar la falta de cohesión del grupo económico, incluso José Ignacio Moreno León, Superintendente Tributario llegó a decir que “Caldera no tiene un buen equipo económico”.
Llegó el otro “muchacho”
Cuando Matos Azócar asumió el ministerio de Hacienda en 1995, Caldera volcó la mirada hacia ese hombre con experiencia política. Pero la faltaba la “bisagra” para acelerar el trabajo de los equipos técnicos para negociar con el FMI una agenda “más humana”, la cual pasaba inexorablemente por un apoyo político que ya estaba macerado.
Rafael Caldera inicialmente pensó en Teodoro Petkoff para el Seniat, pero Matos Azócar lo convenció de que fuera a Cordiplan porque necesitaba al “bateador emergente” que lo apoyara a darle piso a la Agenda Venezuela, rescatando con ello el poder de comunicación del ex dirigente del Movimiento Al Socialismo. Y desde esa posición era también fácil explicar la necesidad de pagar impuestos.
Con la llegada de Petkoff, Luis Raúl Matos Azócar, quien entró al Gabinete en 1995 en sustitución de Julio Sosa Rodríguez (1994-1995) tomó más aires y la Agenda Venezuela comenzó a ver luz. Hay que recordar que antes de Petkoff (1994-1996) habían estado cuatro ministros.
Estaban tomadas las medidas, pero no se habían ejecutado. Ya no había otra alternativa, pero se comenzó a manejar la economía con reglas liberales. Pero sin “apuros” o con algunas “demoras”.
Incluso el ex banquero, Carlos Bernárdez, presidente del Fondo de Inversiones de Venezuela renunció a su cargo en 1995 por los retrasos en la concreción de un programa de ajuste, cargo que fue asumido por Alberto Poletto quien luego sería de gran apoyo para “la dupla”.
Teodoro Petkoff le imprimó un gran dinamismo al Gabinete, se comenzaron a mover las piezas y las discordias dentro del Gabinete desaparecieron o se desvanecieron: ¿Qué dice Teodoro?, era la pregunta de los ministros
El ministro de la planificación comenzó a invitar a los periodistas, no solo los de la fuente, a la sede del ministerio para intercambiar ideas. Explicaba lo que estaba pasando con un lenguaje sencillo sin hacer alardes técnicos. Y en la mayoría de las veces era el quien preguntaba.
Mientras Matos Azócar hacía los contactos afuera con el Fondo Monetario Internacional, la banca y los inversionistas globales junto con Alberto Poletto. A Petkoff le tocó transitar el escenario nacional.
A un mes de haber asumido el cargo, en abril de 1996, hubo la unificación cambiaria, aunque de eso se hablaba desde 1995. Los modelos econométricos arrojaban un promedio superior a Bs. 500 para todo el año y una aceleración abrupta tras el desmontaje, pero eso no ocurrió y más bien tuvo poco cambio, incluso cuando se unificó, el tipo de cambio se “regresó”. Después de todo ese era el objetivo supremo: Restablecer la confianza.
Teodoro como ministro fue un verdadero acontecimiento, era el otro “muchacho” que faltaba. Garantizaba la sala llena en cualquier plaza. A la gente le gustaba escucharlo. Hablaba “muy duro” y sin contemplaciones, pero la forma cómo lo decía marcaba la diferencia.
El propio Rafael Caldera, cuando alguien de sus ministros le consultaba algo decía “pregúntenle a los muchachos”, para referirse a la dupla Matos Azócar-Petkoff. Ambos pasaban horas conversando sobre cómo salir de la crisis, una “llave” que hizo posible esa sinergia.
Prácticamente Petkoff convirtió la Agenda Venezuela en una promesa, y comenzó a recorrer el país, se reunía con trabajadores, campesinos, maestros y en vez de utilizar el lenguaje rígido de la macroeconomía, para significar lo grave de la crisis, decía que “esto es como un dolor de muela que ya no tiene remedio: hay que sacarla”. De esa frase hay una anécdota en una plenaria de trabajadores que alguien le gritó desde el fondo: “Teodoro, pero a mí solo me queda una”.
Se comienzan a ejecutar las medidas
En abril de 1996 se liberaron las tarifas de transporte público. Ese mismo mes se liberaron las tasas de interés, desapareció el subsidio al transporte público y se aumentó el precio de la gasolina (500%). Se levantó el control de cambios con la implementación de una política de flotación libre. En el plano social se duplicó el monto de la beca alimentaria.
En mayo, se aumentó el salario de los empleados públicos en 25% y recibieron un bono de seis meses. Se fijó el precio máximo para una cesta de medicamentos de primera necesidad y se desincorporaron todos los productos integrantes de la cesta básica. Se subieron las tarifas de la electricidad, telefónicas y del gas doméstico.
En junio se comenzó el redimensionamiento del Banco Latino con la venta de 48 agencias y el Impuesto a las Ventas al Mayor pasó de 12,5% a 16,5% y se mantuvo el Impuesto al Débito Bancario aprobado en 1994. En julio se firmaron los convenios de la apertura petrolera y para el 12 de ese mismo mes se concretó el acuerdo con el FMI.
Una estrategia para negociar
A petición del gobierno se ejecutaron las medidas antes de que se oficializara el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. De esa manera las decisiones se “tomarían” dentro de un marco soberano, sin “imposiciones” y sin cronogramas para provocar en la población un efecto sicológico más favorable, táctica que fue entendida por el FMI tras la experiencia vivida en 1989 con el llamado “paquetazo”.
El gobierno accionó una estrategia: se iniciaron las conversaciones, aparentemente sin compromiso alguno y fue la opinión pública la que forzó que Venezuela se sentara en la mesa técnica del FMI. Las soluciones surgieron en la crisis. Quizás en una relativa “paz” hubiese sido más complicado, políticamente hablando, emprender los cambios.
Y Teodoro Petkoff fue una pieza clave. Fue capaz de convencer a la gente de la necesidad de aplicar los cambios. Su experiencia como candidato y su verbo “claro y raspao” permitió que eso ocurriera.
Pese a la salida de capitales, más que los recursos, Venezuela necesitaba el “manto protector” del FMI en el plano internacional. A partir de julio de 1996, Venezuela podía usar 500 millones de dólares, pero por el nivel de las reservas solo se ejecutaron 350 millones de dólares. Y hubo un préstamo por acuerdo Stand by 1.400 millones del FMI para apuntalar las reservas internacionales, una buena señal que permitió que el tipo de cambio, una vez liberado, se estabilizara
Y cuando se comenzaron a ver los efectos positivos de la agenda, Teodoro Petkoff hacía notar su disgusto si algún periódico daba una primicia con alguna buena noticia de crecimiento del Producto Interno Bruto o una menor inflación: “Eso debí decirlo yo en rueda de prensa y no solamente tu…” le decía al periodista en pleno pasillo de Cordiplan.
Esa “miel” comenzó a disfrutarse más en 1997 cuando la inflación cerró en 37% frente al 103% de 1996. En abril de ese año la inflación puntual fue de 12% y Teodoro Petkoff una vez más decía “Eso ya lo sabemos…la inflación este año será alta” y fue entonces cuando expresó su célebre frase “Estamos mal, pero vamos bien”, expresión que se hizo realidad cuando el PIB de 1996 fue de -0,2% y en 1997 fue de +6,4%
Cuando se concretó una emisión de deuda en septiembre de 1997, sin que Venezuela ya tuviera un acuerdo con el FMI, un periodista dijo que la tasa de interés que estaban cobrando los tenedores era muy alta a lo que Petkoff respondió: “El dinero más caro es el que no existe”, expertos del país y del extranjero celebraban el regreso exitoso de Venezuela a los mercados internacionales.
Luego del acuerdo con el FMI, se defendía de una manera férrea el libre cambio. En 1997 se estableció un sistema de bandas, en teoría el BCV intervenía cuando el dólar se alejaba demasiado del piso o del techo, 7,50% por debajo o hacia arriba de la banda central. Petkoff se mantuvo hasta 1999, mientras que Matos Azócar hasta 1998, cada uno cumplió tres años en sus funciones.
Y de nuevo el consenso
Teodoro Petkoff se echó encima otro gran reto: La reforma de la Ley Orgánica del Trabajo que incluyó el cambio del régimen de prestaciones sociales que sustituyó el régimen de retroactividad, cuyos costos para el empleador eran de difícil determinación, por otro que daría mayor certidumbre y a la vez sería más favorable para el trabajador, por el aumento del número de días de salario que el patrono debía acreditar por el beneficio (en lugar de 30 días por año, 5 días por mes después del tercer mes de antigüedad más 2 salarios adicionales por cada año, acumulativo hasta 30).
De nuevo la palabra consenso entró a la palestra con la creación Comisión Tripartita, coordinada por Teodoro Petkoff, en la cual se materializó el acuerdo social que hizo posible la reforma. La nueva Ley fue aprobada en junio de 1997 y permitió ordenar las cuentas relativas al costo de la nómina porque el empleador sabía que los aumentos de salarios no tendrían impacto sobre el pasado, de modo que las negociaciones salariales podrían ser mucho más objetivas y transparentes.
Algunos de sus detractores señalaron que Petkoff “vendió las prestaciones”, sin embargo el esquema fue tan favorable que ni siquiera con la reforma de la Ley Orgánica del Trabajo en 2012, firmada por Hugo Chávez, se atrevieron a suprimirlo, a pesar de ser la principal promesa. Los legisladores tuvieron que mantener, con leves cambios, el modelo convenido por la Tripartita. Un día cuando se le consultó a Petkoff porque no se defendía sobre este punto, el respondía “la realidad se impondrá”.
En fin, luego vino la debacle de los precios petroleros al final del período del gobierno de Caldera que hizo que 1998 y 1999 la economía terminara con una contracción de -0,1% y -7,2%, respectivamente
Si hay algo más que agregar de Teodoro es que mantuvo una buena relación con los periodistas. Era más vehemencia que “bravura” decían algunos. Esto quedó demostrado con el episodio del vehículo BMW propiedad del pelotero Luis Sojo que El Nacional publicó que estaba en poder del ministro de Cordiplan.
Teodoro Petkoff nunca utilizó a los periodistas de ese medio como revancha para hacer el reclamo, sin que esto no signifique que no lo haya hecho en todas las instancias. Nunca expuso a los comunicadores con lo cual demostraba una vez más su integridad: “Ustedes no son los responsables de esa patraña”, y los seguía atendiendo en su despacho para hablar de economía. Eso sí, cuando algún reportero, al menos de la fuente, le solicitaba una entrevista de personalidad decía tajantemente: “No, no vayamos a perder tiempo en eso”.
Lamentamos mucho su fallecimiento y es la historia la que se encarga de sentenciar que hablar de su vida nunca fue ni será una pérdida de tiempo.