El «padre» Lugo, por Simón Boccanegra
Pareciera que Chacumbele va a tener que poner uncartelito en la puerta del Club Tiramealgo que diga»Se reserva el derecho de admisión». Después delprontuario de violador y borrachín que acumula Daniel Ortega, ahora aparece un candidato al Clubque seguramente sólo tendrá tiempo para llenar laplanilla de inscripción en el grupo cuando terminede dilucidar en su país cuantos son los hijosnaturales que ha dejado regados por los pueblosdonde ejerció funciones episcopales. Por lo visto elcurita se guiaba por la divisa de que entre»revolución y fornicación no hay contradicción».
Pero, hablando en serio, esto no es un asunto que se puede despachar aludiendo a las «debilidades humanas» o planteando un debate sobre la pertinencia o no del celibato eclesiástico. La relación entre un sacerdote y sus fieles equivale de alguna manera a la de un psiquiatra con sus pacientes. Entre ellos se produce un mecanismo de relación que en la jerga psiquiátrica denominan de «transferencia», mediante el cual pacientes o fieles que acuden al confesionario, pueden ser fácilmente seducidos por psiquiatras o sacerdotes inescrupulosos, aprovechándose de la relación de autoridad y de intimidad que se desarrolla entre ellos y sus pacientes o fieles. Eso es lo que hace tan asquerosa y repugnante la conducta del actual presidente de Paraguay. El tema no es, repito, el de si los curas deben poder casarse o no, sino el de la total falta de moral que revela un sujeto capaz de aprovechar la autoridad eclesiástica para seducir y terminar preñando muchachas. Fernando Lugo es, lisa y llanamente, un farsante y el escándalo que ha suscitado muy seguramente conduzca a su salida del gobierno. Pero lo más triste de todo es la clase de frustración y de desesperanza que puede provocar en millones de paraguayos humildes que creyeron que con Lugo se podría abrir una nueva época en el país. Es triste, es ridículo.