El país necesita pendejos que lo gobiernen, por Rafael A. Sanabria M.
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En el país se respira una atmósfera de indiferencia, algunos la acuñan a que estamos en presencia de un agudo centralismo, en el cual las líneas de mando, el poder, se ejercen desde arriba, para torcer voluntades; no con el fin de mejorar el país sino los designios de una minoría que, incluso dentro del partido de gobierno, es una minoría, una casta cerrada para el pueblo de cualquier tendencia. Una dirección central, látigo en mano, obediente a intereses grupales, no del bienestar general y menos de ideologías.
Como consecuencia, el pueblo temeroso, amedrentado, amenazado de perder la casi nada que aún le queda, guarda silencio ante cualquier hecho doloso.
Este silencio no aclara la situación sino envilece el alma, nos convierte en seres anónimos, sin destino ni futuro, sin historia propia, en seres enfermos de indiferencia, que existimos, pero que no dejamos huella histórica a nuestro paso.
No es la actitud que era esperable en el pueblo más alegre del mundo, sin rencores, amable e igualitario.
En esta tierra pródiga donde abundan todos los minerales, hasta el agua de la que somos fieles amantes. Aquí, donde el mayor “conflicto” generalizado que existía era el Caracas contra Magallanes. Pareciera ahora que hemos perdido nuestra esencia nacional. Incluso eso.
La salida que existe está en nosotros mismos: fortalecer nuestros valores humanos, accionar nuestra corresponsabilidad de construir nuestra patria. Mientras, un minúsculo grupo de líderes vivarachos, acostumbrados a darle palo a la piñata, sin importarles que los invitados al festín agarren caramelos.
Arturo Úslar Pietri, aquel 16 de mayo de 1989, se refirió a los hombres probos, honestos, virtuosos, que son incapaces de tomarse el dinero del erario público, a quienes definió como los pendejos.
Nuestro país necesita con urgencia de esos pendejos para que nos gobiernen, porque hasta el presente quienes han llevado el timón en las instituciones del Estado no tienen ni un pelo de tales. En la cuarta república —y continúa igualito en la época actual— hemos sufrido el régimen de “los vivos”, quienes han disfrutado y se han comido nuestras riquezas.
Es la hora de buscar pendejos por los estados y municipios, saltar por encima de todos los partidos políticos para sentar a esos pendejos en las butacas de las instituciones públicas, de tal manera que aseguremos el tan anhelado buen vivir. Pero para hacerlos tomar el poder real, no para ser imagen que les dé brillo a los políticos que siguen líneas ya trazadas por los partidos, que en sus doctrinas promueven víboras y parásitos.
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Hasta cuándo el inmaculado manto de silencio externo, porque en lo interno todos los días hay una gran rebelión que golpea las paredes del alma y mantiene en zozobra al espíritu, inconforme de las ruines actitudes de quienes dicen llamarse nuestros líderes.
De qué vale quejarse a diario, de qué vale construir inconformes muletillas, si permanecemos encerrados, encarcelados, cubiertos de miedo. Por qué temerle a la cárcel si en nosotros ya hay una, rodeada por el lodo de la indiferencia. La indiferencia es una lepra que sangra a diario, que está latente y viva.
De un lado, algunos creen que ser disciplinados con el proceso significa callar y callar la actuación incorrecta de los funcionarios públicos. Eso significa solapar, omitir y ser un vil ladrón o, como se dice en el argot popular, un caimán del mismo charco. Eso no es ser leal, ese es el verdadero traidor de la patria. Quien observa la lepra, no gestiona el medicamento y deja que carcoma, para que siga infectando lo sano.
Mientras sigamos creyendo que lealtad es guardar silencio, para no buscarse inconvenientes ni males mayores, continuamos navegando en un barco sin rumbo, que quién sabe a dónde nos irá a llevar y cómo será el final del viaje. Dios permita que no haya un naufragio donde el saldo sean vidas inocentes.
Creo que por allí abundan pendejos. Hay que buscarlos. Es urgente ir por ellos, de lo contrario seguiremos gobernados por pillos, mediocres e indiferentes.
Creo firmemente en Dios, pero también en los pendejos, esos hombres que obran bien, probos, pendientes del bien del país e incapaces de tomar lo que no les pertenece, esos seres que merecen una estatua. Pero esto es una tarea difícil a la que hay que acudir con una fuerte convicción, tarea llena de inconvenientes porque los aíslan. Los pendejos no les convienen a los vivarachos (de cualquier color) en sus planes.
Yo soy pueblo, yo soy pendejo, yo sueño con que los pendejos lleguen al poder.
Rafael Sanabria es Profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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