El periodismo en tiempos de López Obrador, por Gregorio Salazar
Twitter: @goyosalazar
A mitad de su sexenio y aunque todavía no se divisan los atisbos de la concreción de su oferta transformadora, el presidente Andrés Manuel López Obrador todavía disfruta de la popularidad o aprobación que le concede casi el 60 por ciento de los mexicanos.
Tan amarrado siente ese apoyo popular que por sus propios pasos y sin que nadie se lo esté exigiendo está forzando la realización de un referéndum revocatorio de su mandato, confiado en que saldrá airoso a pesar de que ya es posible constatar que AMLO es bastante más hábil, astuto y eficiente como político que como gobernante.
El referéndum significará quemar inútilmente casi 4 mil millones de pesos, pero le permitirá acto seguido potenciar un proyecto político cuya narrativa y alardes populistas apuntan primordialmente a la prolongación de su partido Morena como hegemón de la política mexicana. Y ratificar a AMLO como principal referente de la izquierda en la región latinoamericana.
El centro de su quehacer está en su narrativa, esa que le permite partir la historia en dos, como lo hemos presenciado en nuestro patio. Todo lo anterior a la llegada del nuevo “salvador justiciero” fue antipopular, ineficiente, antipatriótico, entreguista y sobre todo corrupto. De esa borrachera discursiva no se salva nadie.
Pero México está bastante lejos de estar como lo pinta AMLO en sus “mañaneras”, apariciones cotidianas mucho mejor organizadas que las maratónicas y aparatosas cadenas de Hugo Chávez. Los problemas de alimentación, salud y los índices de pobreza crecían desde antes de la pandemia, la economía sin plazo para despegar, instituciones como el máximo ente electoral y el empresariado o países supuestamente socios como España padecen los embates de la lengua presidencial.
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Punto y aparte merece el desborde de la violencia. Su oferta electoral de pacificación se ha estrellado contra el crudo saldo de más de 100 homicidios diarios, más de 36 mil durante cada uno de los últimos tres años y una intensa actividad del narcotráfico que no da tregua, mucho menos ante su reiterada política de “abrazos en vez de balazos”.
En ese marco, la corrupción y las bandas del narcotráfico han hecho de México el país más peligroso del mundo para la profesión periodística: 145 profesionales de los medios fueron asesinados desde el 2000, 29 el año pasado y 5 en apenas el primer mes de 2022. En su exigencia de justicia y seguridad los periodistas mexicanos llevaron esta semana su protesta a la propia “mañanera” y al recinto del congreso.
Lo insólito es que en este complejo escenario para la profesión López Obrador se encuentre enfrascado en una agria y prolongada confrontación con varios de los periodistas más connotados del país.
La causa ha sido un trabajo de investigación adelantado por el periodista Carlo Loret de Molet (LatinUS) y Mexicanos Contra la Corrupción e Impunidad (MCCI), según el cual el hijo mayor del presidente, José Ramón López Beltrán, y su esposa Carolyn Adams han vivido durante los últimos dos años en dos mansiones ubicadas en Texas, valoradas en casi un millón de dólares cada una y pertenecientes a integrantes de una de las mayores empresas contratantes con Pemex bajo la administración de López Obrador.
Un típico caso de conflicto de intereses que golpeó de lleno la narrativa de AMLO, quien ha tratado de erigirse como un paladín de la austeridad (llegó a poner en rifa al avión presidencial) y la lucha contra la corrupción. No ha abandonado su estilo reposado, de largas pausas, pero su conducta denota que está fuera de sí.
La ha emprendido contra varios de los periodistas que han informado sobre la Casa Gris, como se conoce este caso que emula el escándalo de la Casa Blanca, la suntuosa mansión de Peña Nieto. Ha llegado al punto de revelar el salario de los periodistas y exigir ilegalmente al organismo encargado de la transparencia informativo proceda a revelar los ingresos de esos profesionales, al organismo tributario que los investigue, los ataca y estigmatiza en sus ruedas de prensa.
La oposición, que no ha capitalizado los errores de AMLO, esta semana armó en pleno sesión de diputados un modelo de la fabulosa residencia, incluida su piscina de más de 20 metros.
Moderación, tolerancia, amplitud democrática, respeto por la libertad de expresión y el derecho a la información se fueron al diantre. Por sus instrucciones su bancada parlamentaria lo declara intocable, un ser inmarcesible, alguien que está por encima de todos los mexicanos y es el sumun de los más altos valores nacionales.
AMLO simboliza, dijeron, los ideales de la nación, la patria, el pueblo, la independencia y la soberanía. Quienes se oponen son mercenarios y traidores a la patria. 53 senadores de los 61 parlamentarios de Morena y sus 18 gobernadores de los departamentos suscribieron esa delirante declaración.
Nada bueno ha salido de la exacerbación del culto a la personalidad y mucho menos de los embates contra la labor informativa de los periodistas. Si en algún lugar lo sabemos de sobra es en esta Venezuela de Chávez y Maduro.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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