El plano vertical, por Mercedes Malavé González
Twitter: @mercedesmalave
El rey cuya sabiduría ha quedado inmortalizada nada más y nada menos que en el libro de libros, la Biblia judeo-cristiana, es el rey Salomón. Uno de los episodios más elocuentes es aquel de las dos prostitutas que reclamaban la maternidad de un recién nacido. Ambas habían dado a luz, pero uno de los niños había fallecido y por eso cada una sostenía ser la madre del sobreviviente.
Dijo Salomón: “Traedme la espada». Le llevaron una espada y ordenó: “Partid en dos al niño vivo y dadle una mitad a una y la otra mitad a la otra”. Entonces. la madre del sobreviviente, profundamente angustiada por su hijo, suplicó al rey: “Majestad, dadle a ella el niño vivo. ¡No lo matéis!” La otra, en cambio, decía: “¡Ni para ti ni para mí! ¡Que lo partan!” Entonces el rey sentenció: “Dadle a aquella mujer el niño vivo y no lo matéis, porque esa es su madre”.
La sabiduría salomónica no es producto de una aguda inteligencia ni de la educación esmerada del príncipe en las habilidades del buen gobierno. La biografía del rey da cuenta de un antes y un después; de un proceso íntimo, personalísimo, de conciencia, en el que el joven pide a Dios capacidad de discernir entre el bien y el mal, ante la constatación de la incapacidad de gobernar, con su solo talento y preparación, a un pueblo tan importante y digno como el pueblo elegido. Pueblo que resultó ser tan humano y tan normal como el resto de sus vecinos, con prostitutas buenas y malas, como los demás.
Inspirado con el fin de trascender todo sistema político, de cultura, raza, credo o nación, la sabiduría del rey Salomón se presenta con la sencillez y claridad de un molde o falsilla capaz de iniciar al lector en los primeros pasos de la moral política universal. Veamos: el rey ejerce funciones de gobierno, en este caso de juez, se coloca por encima del conflicto. Recibe a dos mujeres: una buena y otra mala, una sincera y otra mentirosa, una dispuesta a asesinar y otra dispuesta a dar la vida por su hijo. Las recibe sin juzgarlas premeditadamente. Sabe poner a prueba su valor. Actúa con prudencia y por eso juzga adecuadamente.
*Lea también: El madurismo quiere consenso, no solo diálogo, por Alexis Alzuru
Quienes gobiernan están para solucionar y mediar en los conflictos sociales, no para inducirlos, agudizarlos y menos aún para ser, de oficio, una de las partes en pugna. En Venezuela comenzamos padeciendo los males de la antipolítica y ahora nos invade el terror del antigobierno. La dinámica política venezolana se asemeja mucho al “¡ni para ti ni para mí!”: ese odio creciente y desnaturalizado que acaba convirtiéndose en el mejor caldo de cultivo para todo tipo de microorganismos humanos: pícaros, estafadores, mercenarios y un largo etcétera.
Mientras tanto, el “ni para ti ni para mí” sigue eternizando la solución al padecimiento de millones de personas inocentes. Porque los pueblos no mueren ni con la espada de Salomón.
El médico revolucionario Henry Ventura, diputado de Maduro, hablaba del impacto de las sanciones en términos más o menos como los siguientes: “convencieron al mundo de que la asfixia económica iba a conseguir que Maduro se fuera, y ¿quiénes se fueron?, se fueron Bayer, Novartis, Pfizer, Sanofi y nos dejaron sin tratamientos para casi todas las enfermedades”. Ciertamente, a la destrucción económica desmedida de veinte años de revolución ahora se le suma la de un grupo de pseudo políticos que los imitan en el uso del poder para destruir.
Urge recuperar el sentido trascendente de la política. Esa sabiduría que otorga verticalidad al quehacer político. Recuperar el extraviado fin de este oficio: el para qué que justifica toda acción que podríamos poner en un plano horizontal: contienda por el poder, liderazgo, voto, acción social de diversa índole, protesta, denuncia, cargos, etc.
La verticalidad de la función de gobierno era el anhelo del rey Salomón; quizás porque temía gobernar a un pueblo de elección divina.
La gran lección es que todos los pueblos somos, de alguna manera, elegidos y todos requerimos de esa sabiduría para ser conducidos por los caminos del bien común, dentro de las imperfecciones, debilidades y carencias propias de los mortales.
Mercedes Malavé es Político. Doctora en Comunicación Institucional (UCAB/PUSC) y profesora en la UMA.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo