El poder como desiderátum, por Luis Francisco Cabezas G.
La emergencia humanitaria compleja en Venezuela ha ido escalando, estamos inmersos en una situación que previa a la llegada del covid-19, ya se consideraba muy frágil y con muchas probabilidades de empeorar dadas las precarias capacidades para hacer frente a las necesidades humanitarias, de más de 7 millones de venezolanos que sin ayuda no saldrán bien librados de esta.
El covid-19 es una emergencia dentro de otra y avanza a su ritmo, sin discriminación y dejando claro que manipular cifras o minimizar el riesgo no brinda más, que una alegría de tísico, la evidencia de ello es que para llegar a los primeros 500 contagios bastaron dos meses y 8 días, sin embargo, para llegar a la cifra de 1000 personas contagiadas solo 7 días fueron suficientes. Sin contar con el exponencial repunte tanto de contagiados como de fallecidos durante junio. Esto pone en evidencia la gravedad a lo que nos enfrentamos.
Los primeros dos meses de cuarentena dieron un margen de tiempo que desconocemos si fue aprovechado para reducir las brechas de atención sanitaria, las cuales previo al covid-19 ya eran muchas y a toda escala, el reciente repunte de las personas contagiadas que retornan al país y el tratamiento que están recibiendo en albergues muy mal acondicionados, con un trato militarizado, y sin contar con la sistemática discriminación a que son sometidos, da cuenta de que el tiempo que brindó la cuarentena no fue aprovechado y por tanto pareciera que entramos a la fase más dura de la pandemia con mermadas capacidades de respuesta, a pesar del ingreso de ayuda humanitaria vía OPS-Cruz Roja-Agencias de Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales e incluso la oficina de asuntos humanitarios de la Asamblea Nacional.
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La situación es dramática y con enormes capacidades de aumentar su intensidad en el daño a las personas, hay consenso mayoritario en el país incluso en sectores afectos al oficialismo acerca de la responsabilidad del grupo en el poder en el sistemático y continuado proceso de desmantelamiento de las capacidades del Estado, para garantizar bienestar y protección y en especial a los más vulnerables.
La discusión en torno a las responsabilidades pareciera ya ser un espacio agotado, la gente lo dice, lo comenta y lo comparte en sus comunidades, tienen claro quién es el responsable, pero se encuentran atados de manos, son rehenes de su tragedia y para ellos no resulta suficiente que los dirigentes políticos, unos les digan que todo es culpa de las sanciones norteamericanas y que los otros se hayan convertido en cronistas de las obviedades, la gente que sufre espera más que eso.
La reciente reunión de la Unión Europea para la captación de fondos para la emergencia de Venezuela, fue un claro ejemplo de como hay un amplio consenso incluso entre países que no comparten ideología, sobre la necesidad de que en Venezuela haya una salida política, negociada, pacífica y electoral, sin embargo, también hay consenso en que si bien lo político no puede dejarse a un lado, hoy la prioridad es atender el sufrimiento de la gente, eso fue lo que hizo posible esa jornada de recaudación, la cual también envió un poderoso mensaje, la política debe servir a la gente, de lo contrario no tiene sentido.
Es necesario abrir espacios de construcción de confianza y lo humanitario puede tener además de su capacidad de salvar vidas ese valor agregado, pero también es importante que los factores políticos hagan el mayor esfuerzo posible para no minar el espacio humanitario, su labor es hacerlo viable darle sustento político no apropiarse de él, más ahora cuando pareciera ser el bote salvavidas en el que millones de venezolanos cifran su esperanza de salvarse.
El reciente acuerdo suscrito entre el Ministerio de Salud, el equipo de Salud del Presidente Interino Juan Guaidó y la Organización Panamericana (OPS), a través del cual se podrían canalizar vía OPS recursos que se destinarían exclusivamente para la asistencia humanitaria, sin intervención de ninguna de los factores políticos en pugna, es una grieta a través de la cual pudieran comenzar a gestionarse la ampliación del espacio humanitario.
Actualmente, tenemos un mandato ético de intervenir y ser parte de una gran cruzada por la vida donde actores diversos pongamos de lado nuestras diferencias para articular esfuerzos que permitan mitigar el daño que ya a estas alturas es incalculable.
El abordaje de la emergencia no debe ser visto como un reconocimiento político sino más bien como un reconocimiento humanitario y ético de los factores políticos para con la vida de quienes más sufren.
Se insiste mucho en el apoyo internacional, pero actualmente el mundo entero tiene sus propios problemas y vaya que son difíciles, es importante desplegar todos los mecanismos de ayuda no solo dentro sino fuera del país, sobre todo en las naciones vecinas, para viabilizar el regreso al país de quienes hoy lo hacen en extremas condiciones de vulnerabilidad, a esa gente no podemos dejarla sola, es allí donde representantes y personeros de gobierno deben estar, no en las redes sociales.
El quiebre político como mecanismo catalizador de un cambio luce muy improbable además de ser una vía que no valora a las personas que hoy sufren, considerándolas daños colaterales, de una estrategia que hasta ahora no ha demostrado ser la más efectiva, y eso la gente lo percibe.
“En este momento el poder está desbordado” aseveró recientemente en una entrevista el sociólogo francés Michel Wieviorka, integrante de la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París, esta frase resume en buena medida nuestra situación política, una nación sumida en una pugna por el poder, 27donde dos factores sin capacidad de anularse el uno al otro, miden fuerzas sin valorar el sufrimiento que viven las mayorías. El poder convertido en trofeo de hedonismo puro, el poder visto no como medio para transformar realidades sino como mecanismo de sometimiento y anulación del otro, el poder como desiderátum.
Vivimos tiempos donde la incertidumbre nos abruma, nuestra capacidad de proyectarnos en el tiempo desapareció, la expectativa de vida de nuestros planes pareciese no sobrepasar las 24 horas, esta brumosa realidad es colectiva y abarca los espacios políticos. Hoy los líderes o referentes políticos con legitimidad y capacidad de dirigir son unos grandes ausentes, unos por mostrarse incapaces de leer e interpretar los tiempos tan convulsos que vivimos y otros que lucen aterrados y aferrados a dogmas que ya no explican nuestra realidad.
Cada vez es más difícil, encontrar líderes que no solo hagan saber que no hay mejor sistema de gobierno que la democracia, sino que además animen y movilicen a una sociedad en torno a esa idea.
Lo que vivimos en Venezuela es inédito, al menos para nosotros, llámenle como quieran llamarle pero no hay referente en nuestra historia política, esto obliga a repensar y buscar en otras experiencias similares que nos permitan reescribir la estrategia y la táctica, hay que pensar un poco más fuera de la caja y dejar de insistir en lo que ha demostrado ser consistentemente inefectivo, lo humanitario puede salvar vidas pero sin un adecuado soporte político será absolutamente insuficiente frente al drama que apenas se asoma.