El poder del optimismo, por Oscar Arnal
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Los psicólogos más influyentes coinciden en que tanto el optimismo como la felicidad pueden aprenderse. Una persona optimista es una compañía positiva, alegre y contagiosa. Quienes se rodean de optimistas se impregnan de una energía y una fuerza muy especial.
Un relato clásico ilustra bien esta actitud. A comienzos del siglo XX, dos empresas de zapatos enviaron a sus jefes de mercadeo a un país africano para explorar oportunidades. El primero, al poco tiempo, envió un mensaje pesimista: «Malas noticias: aquí nadie usa zapatos». El segundo escribió todo lo contrario: «Excelentes noticias: aquí nadie usa zapatos todavía». Ambos vieron la misma realidad, pero el optimista percibió una oportunidad donde el otro solo vio un obstáculo, y su compañía terminó conquistando el mercado.
Este ejemplo refleja una verdad universal: en toda crisis hay también una oportunidad. En las escuelas de negocios se suele decir que, cuando unos lloran, otros hacen dinero vendiendo pañuelos para secar las lágrimas. Se trata, en definitiva, de aprender como decimos a ver el vaso medio lleno y no medio vacío. De observar los desafíos con una mirada reflexiva y constructiva.
Una de las formas más efectivas de cultivar el optimismo es practicar el agradecimiento. Cuando agradecemos, dejamos de centrarnos en lo que falta para reconocer lo que sí tenemos. La ciencia ha demostrado que la gratitud libera dopamina y serotonina, neurotransmisores asociados al bienestar, la motivación y la esperanza. Agradecer incluso lo cotidiano —la salud, un día tranquilo, una conversación amable— nos ayuda a valorar lo que muchas veces damos por sentado.
Podemos compararnos con la gran mayoría de la humanidad que vive con carencias y comprender cuánto nos ha dado la vida. A pesar de todo, la humanidad nunca ha estado mejor. Avanzamos como civilización, aunque el progreso no siempre sea lineal y existan retrocesos. No debemos olvidar que venimos de los primates y los homínidos, y que la vida humana es, en sí misma, una especie de milagro.
Un ejercicio práctico para fortalecer el músculo del agradecimiento consiste en anotar, al final del día, tres hechos que te hayan hecho sentir bien y sus posibles causas. Con el tiempo, este sencillo hábito transforma la forma de ver la realidad.
El optimismo, por supuesto, debe ser realista. No se trata de engañarnos, sino de mirar el futuro con ilusión y esperanza. El diálogo interno desempeña un papel esencial: debemos aprender a hablarnos con amabilidad y a dominar nuestros pensamientos. Cuando surja una idea negativa, hay que racionalizarla y buscarle su lado alternativo y positivo.
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Hace unos días, mientras meditaba sobre esto, salí a la calle y un motorizado me comentó que hacía mucho sol. Le respondí: «Eso también es vitamina D». El optimismo no cambia los hechos, pero sí transforma la manera en que los percibimos y los vivimos. Con una mente agradecida y una mirada esperanzadora desarrollamos la felicidad, esa que podemos fortalecer como un músculo y se proyecta hacia los demás.
Oscar Arnal es profesor de Derecho Constitucional de la UCV
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