El poder emborracha, por Simón Boccanegra
En estos días vi a Peñita desplazándose por la ciudad y no pude darle crédito a mis ojos. Cuatro motorizados, ¡cuatro!, precedían su auto y tres camionetas llenas de guardaespaldas lo seguían. Luego me contaron que dondequiera que llega, uno de sus escoltas se para ante la puerta de la habitación donde se encuentra y ahí no pasa nadie. No puede ser, me dije a mí mismo, no puede ser. Este no puede ser el hombre que en sus columnas de prensa, cuando era de oposición, criticaba acerbamente estas caravanas estrambóticas. No puede ser el mismo tipo que llegó a Miraflores decomisando celulares, vendiendo aviones y carros, prohibiendo escoltas, en lo que parecía una cruzada de austeridad y de lucha contra la echonería y prepotencia del promedio de los políticos y funcionarios públicos. Pero sí, sí podía ser. Era Peñita, no cabía duda. Debo confesar que un gran desconsuelo invadió el ánimo de este minicronista. Fuimos duros con él durante su demagógica campaña electoral pero luego aplaudimos y respaldamos lo del comandante civil de la PM, lo del desenmascaramiento de Grüber, lo de Bratton. Pero, esto se parece tanto al pasado…