El pueblo arrecho reclama sus derechos, por Teodoro Petkoff
Ayer fue un día singular. La protesta social retumbó en varias zonas del país. “El pueblo arrecho reclama sus derechos”, como salmodiaban muchos antiguos encapuchados de las marchas de antes, que hoy son gobierno. Guayana, en las narices de Chávez, fue tomada por los trabajadores y vecinos, que trancaron todas sus vías y puentes; en Vargas, los buhoneros chavistas ( “Nosotros te pusimos, nosotros te quitamos”, gritaba una señora ya mayor, enfranelada de rojo) se trenzaron en batalla campal con la policía del alcalde chavista, acompañados por los pistoleros de Lina Ron, quien, por lo visto, ya comienza a pasar facturas por el ninguneo de que fue víctima a la hora de las planchas.
Aquí en Caracas, damnificados de Aragua, que llevan años esperando un trato igual al que se da a los damnificados de Pinar del Río y de Jamaica, tomaron la sede de Fondur y, por cierto, no de muy buenas maneras, pero es que gritaban lo del pueblo arrecho que reclama sus derechos.
Por su parte, el cuerpo médico se movilizó hasta la Asamblea Nacional, mucho más pacíficamente que los chavistas de Guayana, Vargas y Aragua, para protestar la Ley de Salud. Día de ira, pues. En todas partes, el denominador es común: frustración y desencanto.
Las costuras sociales se le comienzan a ver al gobierno. El discurso se agota, casi siete años después. Se agota pero también provoca desconcierto y aprensión. En los barrios, los dueños de sus ranchitos se preguntan cómo es eso de que la propiedad privada no es sagrada. ¿Entonces la cacharrita y el rancho también pueden ser “intervenidos” como si de Polar se tratara? Para colmo, la nueva modalidad de la cháchara presidencial no ayuda a entender. “Los cooperativistas no deben producir para ganar dinero” ; “los obreros piden mucho en los contratos colectivos” ; “no puede ser que la clase obrera quiera vivir como los ricos”. Sin embargo, la moralina revolucionaria se estrella contra las 4×4 de los acompañantes del Gran Predicador y contra los quintones que recién estrenan.
La Revolución no es austera, no predica con el ejemplo. La gente siente que a Chávez le importa más ser Magnón, el Emperador de la Galaxia, aquel personaje de la comiquita Mandrake, que el modesto presidente de esta tierra de gracia. No tiene que extrañar, pues, que el “empoderamiento” popular, las nuevas formas de organización popular en las barriadas, comiencen a desbordar al gobierno. Son demasiados años de pura “muela”, en contraste con ingresos milmillonarios que se gastan sin que se le vea el queso a la tostada. Los legendarios “matanceros” de Sidor se sienten robados por la CVG, que no les entrega las acciones de la empresa ni les paga los dineros que sobre ellas les debe; los vecinos de Vista Al Sol y El Gallo, en San Félix, a las orillas de los dos soberbios ríos guayaneses, se hartan de no tener agua; los enfermos del aluminio se cansaron de acampar durante tres semanas ante la CVG sin que el patiquín con boina roja que funge de ministro ni el teórico revolucionario de la cogestión en Alcasa se hubieran dado por enterados. Decidieron, todos a una, entrompar a Chávez, quien estaba en Guayana. Pero el jefe no podía atenderlos; habría sido muy arriesgado: los obreros tienen que entender que Bush lo quiere matar.