El pueblo unido, por Carolina Gómez-Ávila
Twitter: @cgomezavila
La verdad es que nunca he podido leer o escuchar el mitin que dio el liberal colombiano Jorge Eliécer Gaitán en 1940, donde se dice que soltó la frase destinada a la inmortalidad. De allí viajó de boca en boca hasta Chile y tuvo que esperar hasta 1973 para convertirse en canción; una canción que apoyó a Allende poco antes de que lo tumbaran.
Dicen que se le pudo ocurrir a cualquiera, pero la dijo Gaitán por lo que terminó como consigna de la izquierda. Eso me fastidia. ¡Como si la izquierda fuera la única forma de reivindicar los intereses del pueblo! Me molesta que las ideologías se apropien de lemas poderosos en contra de los opresores, porque no hay manera de volverlos a usar sin ligarse a todos los errores que en su nombre se cometieron después. Además, con franqueza, creo que ya es tiempo de que los pueblos se den cuenta de que no solo hay déspotas de derecha y de que la libertad tiene, como punto de partida, un acuerdo de convivencia en paz entre contrarios.
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Como esta incomodidad con frases transformadoras nos pasa a todos, intento quedarme con lo universal, con el principio que contiene. En esta, el principio es el poder de la unidad. Es verdad que es desafiante un pueblo unido. Para vencer a un pueblo así, hay que empezar por dividirlo. Si no se le puede dividir, es una amenaza recalcitrante para las tiranías de cualquier signo y terminará por lograr su objetivo.
Pero el eslogan no nos dice en cuánto tiempo. Tampoco es muy preciso sobre lo que se obtendrá, aunque es de suponer que será el fin de la opresión, como esta se conciba. No dice nada que permita suponer que el pueblo escogerá otra forma de relación o de gobierno para sustituir el que adversa; así que, pronto, el pueblo podría verse obligado a retomar la consigna inicial y protestar hasta que se dé un desenlace que satisfaga su lucha. O uno que lo extenúe y le haga pensar que le conviene conformarse.
Sobre todo, este lema no nos dice cómo es que el pueblo debe hacerse percibir tan imponentemente unido o cómo puede resultar tan amenazante que logre catalizar un cambio.
Me parece que no será con una larga lista de reivindicaciones aisladas, como las que movilizan manifestaciones en Venezuela. Cada una es minúscula, porque atiende necesidades particulares.
El problema es que se nos oprime distinto en cada ciudad y pueblo. Se nos aplican castigos diferentes para controlarnos socialmente, de modo que el padecimiento que asfixia aquí, no necesariamente es el mismo que ahorca más allá. Por eso se dan decenas de protestas diarias a las que acuden, apenas, decenas de venezolanos.
Comprendo el reclamo urgido de los habitantes de comunidades aisladas. El que no comprendo, ni justifico, es el de los ciudadanos organizados. Lo digo porque toda organización tiene estructura y alcance suficiente como para saber que lo que aqueja a sus asociados es poco, pero parte, de lo que oprime a la nación.
Alguien tiene que atreverse a voltear a ver la necesidad del otro. Alguien tiene que abandonar el egoísmo y alzar la vista fuera del entorno inmediato, buscar en la media distancia y luego apreciar el sufrimiento de toda la nación.
Y, cuando admitan que se trata de un problema nacional, seguramente podrán aceptar que no hay que protestar por este o aquel servicio, por esta o aquella reivindicación, sino porque tenemos una tragedia sistémica que no podrá empezar a solucionarse durante este Gobierno.
También comprenderán que la forma constitucional y, por tanto, legal, pacífica y democrática de procurarnos ese cambio, es a través de elecciones presidenciales y parlamentarias, libres y justas.
Un pueblo unido en torno a esta exigencia —negándose a acompañar cualquier iniciativa que se presente como sucedánea—, puede minar las alianzas nacionales y extranjeras fundamentadas en el apoyo popular. Que la opresión pierda maniobrabilidad puede no ser definitivo, pero no es deleznable.
Ahora bien, si se pierde el apoyo popular, la solución no estará en manos del pueblo sino en la mesa en la que se sienten los hombres de armas, los grandes empresarios y los políticos capaces de relacionarse con unos y otros, así que es importante entender que, lo que resulte, no puede tomar al pueblo desunido porque quizás necesite comenzar de nuevo. Y esto, creo, es todo lo que diferencia a unas naciones de otras. Todo.
Una cosa más, unir al pueblo no es actividad partidista.
Para finalizar, contarles que me gusta escribir en silencio, pero hoy escuché varias veces la canción que, con la frase de Gaitán, compuso el polémico grupo chileno Quilapayún. Y abstraída de consideraciones ideológicas, he sentido profundamente nuestra venezolana unidad vulnerada. Hasta las lágrimas.
Carolina Gómez-Ávila tiene más de 30 años de experiencia en radio, televisión y medios escritos y escribe sus puntos de vista como una ciudadana común.
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