El quiasmo, por Aglaya Kinzbruner
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Los hombres que tenían pancita, hace más o menos un siglo, no tenían sino dos opciones. Una era poner el cinturón que sujetaba los pantalones por arriba de la cintura y luego mandar a poner unas pinzas por debajo en la chaqueta (sobre todo si se trataba de una chaqueta militar) para disimular el inconveniente bulto. La otra opción era colocar el cinturón debajo de la barriga con el resultado de parecerse un poco a la típica barriga de los consumidores de cerveza. No había entonces ese híbrido entre tienda de campaña y camisa tipo guayabera, talla XLXLXL …
Hitler, Adolf, se decantó por el primer tipo de cinturón y hablaba un alemán gritado que disimulaba un poco su pertenencia a un nivel social bajo. Su única esperanza de subir socialmente era volverse un entendido de grandes obras de arte. Su amiga y admiradora Leni Riefenstahl había hecho un documental para las Olimpíadas del 1936 en el cual utilizó el símbolo del discóbolo. Hitler quedó extasiado. Costara lo que costara, él debía tener el Discóbolo.
Habló con su amigo Benito quien le confirmó que una copia del Discóbolo de Mirón, esculpida en un hermoso mármol blanco hace unos dos mil años, se encontraba en Roma, en poder de la familia del Príncipe Lancellotti (se llama el Discóbolo Lancellotti), que pertenece a la nobleza negra romana por descender de los antiguos patricios.
Fue una venta forzada e ilegal porque objetos de ese valor no podían ni pueden hoy en día ser exportados. Hitler quería incorporarlo a un museo que se llamaría Führermuseum en Linz, Austria, que debía atesorar obras de inmenso valor. Nunca se hizo.
Sin embargo, la primera parada del Discóbolo fue en Munich, en la Gliptoteca. Hitler hizo tremenda fiesta e invitó al pueblo para que viesen y admirasen el perfecto tipo ario y el ideal que había que internalizar para llegar a ser igual o mejor.
Y de ese museo, en la persona de su director, Florian S. Krauss, salió recientemente el reclamo de pedir de vuelta al Discóbolo. Su pedido se funda en el hecho que, según él, el Discóbolo había sido vendido legalmente. En realidad, ¿Qué había pasado con el Discóbolo?
Resulta que después que terminó la Segunda Guerra Mundial, las autoridades culturales de varios países como Italia y Francia, pasados los horrores de la guerra, se dieron cuenta del saqueo a que habían sido sometidos. En aquel tiempo el Gobernador de Alemania era el general norteamericano Lucius Clay quien en el 1948 devolvió a Italia el Discóbolo Lancellotti que volvió a su casa y se encuentra ahora en el Museo Nacional Romano en el Palacio Massimo. Por unos módicos 25 euros se puede admirar el Discóbolo o, totalmente gratis, el primer domingo de cada mes.
Preguntado el Ministro de Cultura de Italia, Gennaro Sangiuliano, sobre la posible devolución del Discóbolo, contestó «sobre mi cadáver». Es muy importante tener siempre las ideas claras sobre las opiniones propias y ajenas y lo que sucede alrededor de uno.
Debemos admitir que mucho hemos reflexionado sobre el referendo y las cinco preguntas allí expuestas. Y. luego de mucho pensar, hemos llegado a la conclusión que los que formularon las preguntas querían en realidad hacer un quiasmo, una figura literaria en apariencia muy sencilla.
El quiasmo consiste en enunciar una frase y luego invertirla en la frase siguiente. ¿Clarísimo, verdad?
Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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