El régimen viene con todo y en contra de todos, por Pedro Luis Echeverría
La fuerte ofensiva desplegada por el gobierno contra las organizaciones opositoras y sus dirigentes, el sector privado, efectivos militares disidentes, los medios de comunicación, y pare usted de contar, demostró nuestra vulnerabilidad e impotencia ante acciones decididas y preparadas concienzudamente. Las agencias de inteligencia del gobierno y sus asesores extranjeros llevan dos décadas y fracción formulando planes e hipótesis sobre como subyugar a la Nación para imponer la dictadura comunista.
De esta forma han concentrado su atención en atacar los puntos débiles y más emblemáticos del entramado social e institucional venezolano, utilizando la violencia desmedida y metodologías sofisticadas, ambas de eficiencia comprobada ante diversas situaciones. Por eso persigue y acosa a los medios de comunicación no alineados y a los periodistas. Por eso radicaliza la hegemonía y establece una institucionalidad paralela.
Por eso controla, estrangula y desmantela a la propiedad privada y a las leyes del mercado. Por eso amedrenta y reprime al movimiento sindical. Por eso ataca a la Universidad, a la iglesia católica, a los líderes políticos contrarios y, en general, a todos los opositores. Por eso aumenta desproporcionadamente el control social sobre la población, mediante prohibiciones de diversa naturaleza a la libertad individual y a través de profundizar la discriminación en el acceso a la distribución equitativa de los escasos bienes y servicios esenciales para la vida cotidiana.
En otras palabras, al régimen le importan un bledo las libertades civiles: tiene como objetivo fundamental y sistemático desacreditar y perjudicar la existencia de una sociedad democrática, que a juicio de sus asesores e ideólogos, constituye un grave riesgo a su permanencia en el poder.
No nos llamemos a engaños, el gobierno se ha centrado en prepararse para el asalto final contra lo que aún perdura del sistema democrático venezolano.
A tal efecto, ha reactivado, mediante la dotación de impunidad plena y de importantes recursos financieros y logísticos, a los grupos violentos con los que opera y de los que se sirve para amedrentar y agredir a la población disidente y a sus dirigentes. Igualmente, utiliza arteramente la institucionalidad de la que dispone para realizar, con aparentes visos de legalidad, todos sus ilícitos e inmorales exabruptos.
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No son casuales los hechos de violencia que a diario reportan los medios de comunicación que evidencian la plena participación de los grupos irregulares oficialistas auspiciados, armados, financiados y tolerados por el régimen para reprimir las legítimas acciones de protesta –pacíficas o violentas– de la sociedad civil, que se lanza a la calle desesperada por las acusadas carencias de diversa índole que a diario debe soportar por la perversidad, ineficiencia y corrupción del régimen y por su decidido rechazo al colectivismo, al partido único y al férreo control de la economía y la información por parte del Estado.
La oposición, por su parte, está completamente obcecada, inmersa y dispersa en contiendas internas que parecen no tener fin, a pesar que la situación política del país transita por una crisis, cuyos diferentes componentes, la hacen diferente a todas las que hemos conocido hasta ahora.
Las cándidas y equivocadas actitudes y la mala lectura de la actual dinámica política, económica y social pueden ser muy negativas para orientar y liderar a la población frente a la escalada de agresión gubernamental y la vorágine de los convulsos días que estamos viviendo.
Todo ello, resulta una trágica paradoja, hemos desarrollado todos los medios para protegernos de eventuales agresiones y omisiones de los partidos políticos y el liderazgo opositor existentes y ninguna forma de evitar atentados por parte del gobierno y de los grupos violentos armados que, al contrario, no piensan en otra cosa que no sea terminar de destruir lo poco que aún perdura de democracia.
La lección principal que se desprende de los acontecimientos de los últimos días es que no hacen falta métodos exóticos y de alta tecnología para producir resultados devastadores sobre el ánimo de la sociedad civil. Basta con hacer correr rumores, agredir, perseguir, encarcelar, reprimir y amenazar a objetivos muy bien escogidos para hacer cundir la angustia entre las masas y paralizar las acciones de la mayor parte de las organizaciones sociales opositoras en los centros más importantes del país.
Las consecuencias políticas y psicológicas de la estrategia gubernamental no se miden por el daño o el número de víctimas que puedan causar, sino por lo perverso del ataque y el obsceno ventajismo del que se vale.
Mientras los atacantes tengan el poder coercitivo y controlen las instituciones, el miedo y la sensación de impotencia se intensifican.
El efecto buscado por este tipo de acciones gubernamentales, consiste en demostrar la vulnerabilidad del objetivo y la permanente vulnerabilidad de los que podrían ser un objetivo la próxima vez. También, demostrar que las defensas pueden ser penetradas utilizando métodos sencillos y que no existe ninguna defensa real contra un ataque del gobierno. La única defensa real y verdadera contra esas acciones es la resistencia seria, continuada y valiente.
El año 2020, será crucial para la suerte de Venezuela no basta con expresar lo que no queremos para nuestro país, debemos luchar con todos los medios disponibles para evitar que se nos imponga un Estado voraz y opresivo, corrupto y burocrático que siempre está al acecho, para, al menor descuido, crecer y abolir todo aquello que se le opone, lo frena o lo limita.
Nuestra participación proactiva y valiente, desde donde cada uno pueda hacerlo, es un decisivo paso en pro de nuestra causa. Una masiva concurrencia de personas protestando día a día contra las ruindades, desaguisados, desmanes y tropelías del régimen, será un mensaje importante que la oposición unida le dará al gobierno en el sentido que nuestra unidad, por efectos de las vicisitudes que nos hace padecer, es real y que estamos dispuestos a mantenerla porque entendemos que esa es nuestra mejor opción frente a la despiadada ofensiva gubernamental.
Nuestro destino, por de pronto, no está definitivamente en nuestras manos; sin embargo, no bajemos la guardia que el gobierno nos vigila y espera una muestra de debilidad para profundizar sus ataques contra los que lo adversamos.
No desmayemos, podemos ganar, debemos ganar y vamos a hacerlo.