El respeto, por Gisela Ortega
El respeto constituye la base de la convivencia humana a cualquier nivel: familiar, de trabajo, en la política, en las instituciones. Es y ha sido siempre una herramienta fundamental del hombre que lleva a reconocer los derechos y la dignidad del otro, para lograr equilibrio y trascendencia en la sociedad.
Significa originariamente devoción, veneración y acatamiento, es un valor que se vive en cada instante de nuestra vida y a cada momento, ya que se inicia por el respeto que tenemos por nosotros mismos, y hacia los demás. Consideración, deferencia y miramiento son formas exteriores con que se manifiesta el sentimiento de respeto.
Sin embargo la concepción del respeto no es universal, y hay quienes, por eso mismo, han faltado a la dignidad de sus familiares, amigos, superiores, admiradores o seguidores, colaboradores, trabajadores, en fin, para lograr sus objetivos confundiendo el respeto con el temor, es decir: mientras más me teman más me respetaran.
Creo que el ser humano respeta no tanto por ser considerado con terceros sino porque así se lo han enseñado. Es decir: no es algo que la persona aprende con el ejemplo de otros sino con la enseñanza desde niño, por lo general, con la de sus padres.
Es obvio que el individuo que no ha sido educado en el respeto le cuesta ser respetuoso, pero no al que ha sido formado en él.
Hablar de respeto es hablar de los demás. Es establecer hasta donde llegan mis posibilidades de hacer o no hacer, y donde comienzan las de los otros. Es la base de toda convivencia en sociedad. Las leyes y reglamentos establecen las reglas básicas de lo que debemos respetar.
El respeto no es solo hacia los códigos o la actuación de las personas. Tiene que ver con la autoridad -como sucede con los hijos y sus padres o los alumnos con sus maestros.- Asimismo es una forma de reconocimiento, de aprecio y de valoración de las cualidades de los demás, ya sea por su conocimiento, experiencia o valor como individuos.
El respeto también tiene que ver con las doctrinas religiosas. Ya sea porque en nuestro hogar tuvimos una determinada formación, o porque a lo largo de la vida hemos ido desarrollando una creencia, todos tenemos una posición acerca de la devoción y de la espiritualidad. Es tan personal la fe religiosa, que es una de la fuente de problemas más comunes en la historia de la humanidad.
El respeto no se impone por la fuerza, presiones o amenazas. Se conquista con ética, eficiencia y buen ejemplo. No se puede respetar a quienes por sus intrigas, ambiciones personales y su rastrero servilismo, se rebajan ante el poder o el dinero.
Se valora a quienes –por su conducta recta- no permiten ni la más leve sombra de suspicacia en sus juicios y actuaciones. No se puede honrar a quienes bailan al son que le toquen, ni a quienes abusan de su poder, olvidándose que dentro de poco volverán a la nada. Jamás podrán merecer ni obtener la estimación deseada quienes han hecho de la soberbia y del irrespeto hacia los demás las normas de su vida.
Existe en algunos sectores algo tan perjudicial como el irrespeto: que es el falso respeto; la gente aparenta respetar pero no lo hace y, al actuar así, nos mentimos a nosotros mismos y a los demás.
El irrespeto es mucho más que el clásico insulto. La sutil ironía puede ser más cruel y dañina que la agresión física. El sarcasmo ha cobrado tantas o más víctimas que el asesinato. La descalificación, el engaño, el despotismo, la burla, la desatención, -entre otras conductas- reflejan la gran batería de que disponemos los humanos para herir y lastimar a nuestro prójimo.
«Se irrespeta: la ley, la propiedad, la dignidad, la inteligencia y la cultura. No se respetan la justicia, ni la edad, ni la persona humana. Se respeta a quienes no merecen ni son dignos de respeto, pero en cambio se irrespeta a los respetables.
Hay un irrespeto colectivo quienes parecen no enterarse de que, al ser irrespetuosos, se irrespetan a sí mismos. Pero, peor que ser irrespetado es el quedarse sin tener a quién respetar ni sin quien merezca ser respetado.
En una sociedad tan abierta y descaradamente hipócrita, el fin justifica cualquier cosa por lo que nos hemos acostumbrado a ver la repartición de privilegios como algo natural, y aceptado por todo el mundo. Violar los derechos de las otras personas, llega incluso a ser motivo de admiración. No importa cuántas cabezas se desplomen, si la meta es necesaria, todo es justificable, el respeto es acomodaticio y la capacidad destructora premiara semejantes actitudes.
Desafortunadamente, estamos viviendo una época en que la superficialidad y el cultivo de lo material son acicates de la ambición personal y en la cual se confunden los auténticos logros con el desarrollo individual, -que a veces se pretende exhibir como triunfos.- Es de lamentar, pero ha ido ganando espacio a la formación y consolidación de auténticos valores humanos y ha hecho que cualquier medio sea bueno en pos del fin o del resultado material.
El oportunismo, el facilísimo, la deslealtad a los principios, la falta de constancia en los propósitos auténticos, en general son la norma en las relaciones que impone. La sociedad contemporánea. Liderazgos fundamentados en la nada o sobre traiciones visibles. La pérdida de la ética, y de la espiritualidad, ha logrado que el materialismo llegue a su más grosera expresión a manera de antivalores que se acrecientan en nuestros días.