El riesgo de estrategias basadas en impulsos, por Luis Ernesto Aparicio M.
Nuestra cotidianidad está llena de estrategias, ya sean diseñadas con la rigurosidad de la ciencia o guiadas por nuestra capacidad para adaptarnos a las rutinas diarias. Al igual que en la naturaleza, los seres humanos seguimos esquemas estratégicos para avanzar en nuestra existencia de manera ordenada. Estos esquemas nos brindan herramientas para planificar y ejecutar acciones con el fin de lograr nuestros objetivos.
Una definición concisa de estrategia sería: un plan de acción diseñado para alcanzar objetivos específicos, teniendo en cuenta el contexto y los recursos disponibles, y adaptándose a las circunstancias cambiantes para maximizar las posibilidades de éxito. Esta capacidad de adaptación es clave en cualquier estrategia, ya que el entorno está en constante cambio.
En mi experiencia en el ámbito político, pude aprender lo esencial que es mantener una estrategia clara, no solo para lograr objetivos puntuales, sino también para alcanzar metas más generales. Además, comprendí que la construcción de una estrategia efectiva debe considerar las realidades del entorno. En el caso de la política, esta debe elaborarse a partir de un consenso colectivo, integrando diversas perspectivas y conocimientos.
Sin embargo, observé que en muchos casos la política carece de estrategias sólidas. A menudo, las soluciones que se presentan surgen de ideas individuales o se basan en comparaciones superficiales con estructuras organizacionales de la naturaleza. Estas referencias pueden parecer atractivas, pero resultan simplistas y no abarcan la complejidad de las dinámicas políticas. Es allí donde surge la necesidad de criticar enfoques que no profundizan lo suficiente en la planificación estratégica.
En escenarios políticos, es común ver cómo los líderes responden a las circunstancias con tácticas a corto plazo, reaccionando ante las crisis inmediatas. Esto genera propuestas que no están sustentadas en un análisis profundo, sino en la percepción momentánea de lo que puede funcionar. Las consecuencias suelen ser resultados insostenibles, ya que estas tácticas no responden a una visión de largo plazo ni a un plan integral para el país o la gobernanza.
Este tipo de situaciones a menudo se basa en la percepción de que una estrategia es «infalible» simplemente porque fue propuesta por un líder carismático o surgió sin el debido análisis. Una estrategia así puede parecer efectiva en el corto plazo, pero en realidad no ha sido sometida a una discusión amplia ni ha sido producto de un consenso organizado. La reactividad constante impide la construcción de estrategias con proyección futura, lo cual debilita cualquier esfuerzo a largo plazo.
Cuando se presenta una «idea brillante» como base de una estrategia política, frecuentemente se debe a la falta de consulta colectiva o a la exclusión de expertos en el proceso de toma de decisiones. Si bien la creatividad individual y el liderazgo son importantes, las soluciones políticas deben ser evaluadas y validadas por equipos políticos y, de ser necesario, por expertos en diversas áreas, para asegurar que sean viables y sostenibles.
Para la construcción de una buena estrategia, es útil recurrir a las ideas de autores como Michael Porter, Henry Mintzberg, y el ineludible Sun Tzu, cuyas contribuciones han ayudado a consolidar teorías sobre la estrategia. De ellos podemos extraer dos principios esenciales: 1. Toda estrategia parte de la definición de un objetivo concreto. Es decir, debe haber claridad sobre qué se quiere lograr y 2. Antes de diseñar una estrategia, es fundamental analizar el entorno. Esto implica examinar las condiciones políticas, económicas, sociales y culturales, para identificar tanto las oportunidades como las amenazas que podrían afectar el éxito de la estrategia.
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Utilizar comparaciones con estructuras organizacionales de la naturaleza en la política puede ser un intento de asociar la gobernanza con conceptos de armonía o eficiencia natural. Sin embargo, aunque estas analogías son interesantes, no logran captar la complejidad de los sistemas humanos y políticos. Mientras que los ecosistemas naturales operan bajo reglas biológicas, los sistemas políticos están sujetos a influencias culturales, históricas y éticas que no pueden ser replicadas a partir de modelos puramente biológicos.
Por lo tanto, definir una estrategia implica identificar un conjunto de acciones coherentes y organizadas que estén orientadas a alcanzar objetivos específicos, teniendo en cuenta las particularidades de un entorno que cambia constantemente.
En el contexto político, una estrategia eficaz debe estar diseñada para resolver problemas complejos, analizando el contexto social, económico y cultural, y anticipando tanto los obstáculos como las oportunidades que puedan surgir. Solo así se podrá construir una estrategia que tenga un impacto sostenible y positivo en la realidad política.
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Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
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