Fallas de origen, por Gregorio Salazar
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«Sopla, tempestad», fue la frase que soltó Chávez, tomada de una obra teatral inglesa que se presentaba en Caracas, cuando después de aprobar la nueva constitución se cercioró de que tenía la sartén bien agarrada por el mango. Y vaya si la tenía.
Sirviéndose de la nueva carta magna y montado sobre una ola de aprobación «de genuino origen popular», como repitió hasta la saciedad José Vicente Rangel, fue a la relegitimación de los poderes legislativos y regionales y, paso a paso, al control del llamado «Poder Moral». El Estado venezolano quedó íntegramente en sus manos. Fue el mayor «cheque en blanco» a un gobernante en el siglo pasado.
Poder despilfarrado para una transformación en grande porque, como es historia, su primera Asamblea Nacional le dotó de poderes extraordinarios, la famosa Ley Habilitante, que le permitió un paquete de 40 leyes sin difusión ni debate que, según los más serios y serenos historiadores y analistas, fue el principal de los factores que condujo a la trágica crisis del 2002.
Dimos ese recorrido, ampliamente conocido, para intentar un elemental contraste entre el arranque de aquel gobierno de Chávez, sobre una enorme base de popularidad, legitimidad y constitucionalidad, y las condiciones del mandato que pretende iniciar el hoy jefe del Estado, Nicolás Maduro, el 10 de enero de 2025, autoencajándose una banda tricolor que por mandato del pueblo debería honrar el pecho de Don Edmundo González Urrutia.
Chávez obtuvo un triunfo incuestionable, con más de un millón de votos y 16% de ventaja, contabilizados por un órgano electoral confiable. Hoy los venezolanos seguimos sin saber cuántos votos totalizaron ninguno de los aspirantes. Y las cifras recogidas por las actas de escrutinio que han dado la vuelta al mundo revelan que quien aspiraba por segunda vez a una reelección perdió, no obstante el ventajismo en grado sumo de obscenidad, por una ventaja cercana al 40%.
En la embriaguez de sus primeros días, Chávez llegó a decir «en el mundo nos están aplaudiendo de pie». En esos días, ante una crítica del escritor Vargas Llosa, uno de sus primeros cuestionadores, lo llamó analfabeta. Se equivocó sin duda, si tenemos en cuenta los pequeños detalles de que Vargas ya había ganado el Premio Cervantes, en 1994, y luego el Nobel de Literatura en 2010. Vainas de El Arañero.
Pero ciertamente, Chávez tuvo una expectativa internacional bastante favorable al comienzo de su gobierno, a diferencia de la fatal realidad que envuelve a la pretensión de Maduro. En efecto, por irnos a lo más reciente, el balance semanal de la cancillería venezolana exhibe un saldo catastrófico como difícilmente lo registre un gobierno en cualquier momento de nuestra historia.
La pretensión de quedarse más allá del 10 de enero usurpando un poder que la decisión soberana del pueblo no le dio, va acumulando costos en términos de acusaciones, rechazos, sanciones y condenas de gobiernos y organizaciones desde varias latitudes que apuntan el tránsito hacia un final de muy sombrías definiciones y consecuencias.
La Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas acaba de dejar un remate de declaraciones de gobernantes que han dado continuidad a las mociones de varios parlamentos del mundo que no reconocen los resultados que aquí nos ofrecieron en ese episodio que la chispa popular ya inscribió en nuestra historia con el remoquete de La Servilleta. Ese papelucho de donde dicen que Elvis leyó los resultados ficticios.
Dos documentos que resultan complementarios se aprobaron en paralelo a las sesiones de la ONU. Un párrafo de la declaración del Departamento de Estado de los EEUU, resume de manera descarnada aspectos cruciales de lo ocurrido: «Y después de que los venezolanos acudieran a votar en cifras históricas, el régimen se negó a hacer públicos los resultados electorales detallados. Manipuló los resultados electorales, declaró falsamente ganador a Maduro, reprimió brutalmente a manifestantes pacíficos y opositores políticos, emitió injustamente una orden de arresto contra el candidato de la oposición, Edmundo González».
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El otro documento es la declaración de 31 países, presentes en el marco de la asamblea de la ONU, del mismo tenor del anterior, que asienta: «Ha llegado el momento de que los líderes políticos venezolanos inicien conversaciones constructivas e inclusivas sobre una transición con garantías para ambas partes”. Se refieren también a la represión y violación a los derechos humanos, con lo cual se enlaza de manera dramática con el reciente y desgarrador informe de la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para ese campo.
Maduro, para resumir el contraste, a diferencia de Chávez popular y empinado originalmente sobre la Constitución, pretende gobernar sin pueblo y vulnerando la carta magna.
Es justo lo que le están señalando quienes, liderados por el ex candidato Enrique Márquez, piden al TSJ la nulidad de la certificación de la «victoria» de Maduro por la Sala Electoral: «La sentencia dejó sin efecto el principio fundamental de la soberanía popular». Una falencia de origen que está en pleno desarrollo y se agravará con el paso de los días.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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