El Sapo, por Tulio Ramírez
Los sapos han sido objeto de diversas interpretaciones a lo largo de la historia. En algunas culturas, se les considera símbolos de buena suerte o de transformación, mientras que en otras se les asocia con la brujería o la fealdad. Recuerdo que a mi compadre Güicho cuando joven le decían “El Sapo”, pero no por lo feo, que lo era y con mucho orgullo lo sigue siendo, sino por lo regordete y chismoso.
Al siempre recordado Manuel Graterol Santander (Graterolacho) se lo conocía en los predios publicistas y humoristas como El Sapo. Nunca se explicó la razón de tal remoquete. Algunos dicen que ese chalequeo fue por su fisonomía y no por su humor. Recordemos que el sapo es cualquier cosa menos un animal que cause gracia.
Los sapos son anfibios que, a pesar de su apariencia poco agraciada, esconden una serie de características y adaptaciones que les permiten sobrevivir en diversos ecosistemas. Aunque su hábitat natural son las zonas húmedas y rurales, lo podemos conseguir también en las ciudades. Tiene tal capacidad para el camuflaje, que podría estar frente a nosotros en el ascensor, y nos costaría reconocerlo.
Los sapos son más caminadores que saltadores, eso les permite no llamar mucho la atención. Al mimetizarse en el entorno suelen pasar desapercibidos. Sus ojos son grandes y sobresalientes, lo que les proporciona una excelente visión. Son capaces de observar el más mínimo movimiento de sus vecinos sin que éstos puedan percatarse de estar siendo observados.
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Una de las características más distintivas de los sapos es su piel seca y verrugosa. Estas verrugas son en realidad glándulas que secretan sustancias tóxicas o irritantes como mecanismo de defensa. No hay nada más peligroso que un Sapo descubierto como ídem.
Los Sapos no son domésticos y no sirven como mascotas. Aunque hay quien los cría y alimenta solo por el beneficio que obtienen de él. Mantener la zona vigilada y alertar con su croar sobre la presencia de animalitos indeseados para el dueño del jardín, es básicamente para lo que son útiles. Además, su mantenimiento es muy económico. Como son carnívoros con cualquier embutido en mal estado son felices. También comen insectos como los gorgojos.
Sobre este singular personaje, se han tejido muchas historias. Una de las más populares es la desarrollada en el cuento El Príncipe Rana de los hermanos Grimm publicado en 1812 y versionada posteriormente por Disney bajo el nombre La Princesa y el Sapo, film que se estrenó en 2006.
Para hacer el cuento corto, la historia gira en torno a una princesa que lanza una pelota de oro a un pozo profundo. Un sapo emerge del agua y promete devolver la pelota a cambio de que ella lo bese. La princesa, reacia, acepta el trato y el sapo le devuelve la pelota. Después de besarlo, la princesa se siente disgustada por la apariencia del sapo y lo arroja contra la pared. En ese instante, el sapo se transforma en un hermoso príncipe, dando por terminada una antigua maldición que pesaba sobre él.
El cuento de marras es una historia atemporal que nos enseña valiosas lecciones sobre la importancia de la honestidad, la lealtad y la belleza interior. Se infiere que la apariencia física no define las fortalezas, sentimientos y bondades de un ser humano.
Hay otra versión más moderna pero sin mensajes sublimes. Es la del príncipe que se convierte en Sapo sin cambiar su apariencia humana. Esa conversión no es producto de una maldición como en el cuento de los hermanos Grimm o por algún hechizo vudú como en la versión de Disney. Es consecuencia de factores más terrenales y deleznables que tienen que ver con el yo interior. Rasgos psicopáticos como la falta de empatía, la intolerancia, la miserabilidad, , el fanatismo, el odio, la envidia y el placer de causar daño a sus semejantes, son los que definen a este tipo de personas. Cualquier parecido con la realidad, no es mera coincidencia.
Por cierto, el hijo del Tuqueque sigue detenido, lo delató un príncipe de su vecindario.
Tulio Ramírez es abogado, sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL.
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