El semáforo, por Simón García
Twitter: @garciasim
Supongamos una negociación para transar intereses contrapuestos entre oposición y gobierno. Los de la oposición deben recorrer una vía con numerosos semáforos que pueden programarse manualmente o en conjunto desde una computadora central.
Ambas programaciones están controladas autoritariamente por el otro negociador. Pero se ha planteado un acuerdo, cada uno con su particular interés, para mejorar algunas condiciones de circulación. No para eliminar todas las restricciones porque el controlador no cederá su poder. El acuerdo, es medio útil para cada parte, pero tendencialmente se mueve a favor, de modo lento e imperfecto, a abrir una luz que no existe en Cuba o en Corea del norte.
La obligación de los demócratas es confluir para que los semáforos se programen según derechos y deberes iguales para todos, eliminar privilegios y asegurar garantías de libre tránsito. Se puede seguir con el error, con el que estamos tropezando desde el 2002, de fracasar en intentos de asaltar por violencia la central de los semáforos. O meterse en la vía del sistema, pasar cada semáforo y programarlo manualmente. La experiencia mundial arroja evidencias de éxito mucho más exitosas hacia quienes han luchado desde adentro del régimen para alterar sus reglas. Sobre todo si existe en él una franja pro reformas.
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Capriles es el primer dirigente que, proviniendo de la oposición electoralmente mayoritaria, rompe con la política extremista que acelera y profundiza el hundimiento de la oposición en su ya insostenible peor momento. Su giro ocasionó un impacto inmediato, pero sus efectos positivos se van a sentir más fuertemente a mediano plazo.
Alentado por las orientaciones cívicas, no partidistas, emanadas de Fedecámaras y especialmente de la Conferencia Episcopal, Capriles apuntó a crear una nueva referencia política que intenta trascender el esquema de acción/reacción defensiva en las confrontaciones entre gobierno y oposición.
En particular intenta revertir tres procesos mediante los cuales triunfa el aparato dominante. El primero, la conversión de opositores demócratas a la cultura autoritaria, lo que se manifiesta en el fuerte rechazo a la negociación y a los acuerdos; la descalificación del voto y la preferencia por una intervención de ejércitos extranjeros o un golpe que fracture a los militares en vez de una elección, aún con sus abusos ventajistas. El segundo, la creciente capacidad del bloque de poder para lograr que los opositores asuman conductas inducidas para favorecerlo, como es el caso de la abstención. El tercero, imponer la transición hacia el totalitarismo sobre el difícil avance hacia la democracia, paralizado por una oposición dividida y renuente a cambiar la violencia como su carta para triunfar.
Es natural que Capriles albergue dudas y que reciba presiones para impedir que emprenda rectificaciones que coloquen a la oposición en los desafíos de la política como problema de la gente y de un país al borde de ser definitivamente excluido del siglo XXI. El rumbo Capriles quizá sea la última oportunidad para no navegar como una balsa melliza de los Castro.
La urgencia del hambre, la pandemia, la privación de la gasolina, la destrucción de la producción y los ingresos no debe ocultar que solo los cambios políticos e institucionales podrán sacar a la gente del empobrecimiento brutal y de la humillación autoritaria. La palanca del renacer de la nación comienza por pelear y lograr que haya mejores garantías para que los ciudadanos escojan con su voto las opciones para salir de las crisis que destruyen a Venezuela. Eso implica votar.
En votos la ruta de Capriles es incierta. Pero es la más segura en términos de reconquistar otros objetivos sociales y políticos, no electorales. Y puesto que unos y otros deben estar unidos en una estrategia que more más allá del 6, Capriles debe seguir su ruta e inscribir candidatos.
Si Capriles vacila, pierde. Y recibirá otro duro golpe la esperanza de salir de este genocidio que le mundo no ve aún porque no hay hornos crematorios. Es urgente que los de afuera vengan y observen.
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