El sentido de la vida, por Laureano Márquez
Se cumple un año de la muerte de Teodoro. La muerte es cosa necesaria para los seres humanos porque le da sentido a la vida, nos completa, remata nuestra obra. Sin la muerte somos siempre seres inconclusos, por ello en la película Los inmortales (Highlander,1986), la recompensa final para el vencedor es poder vivir una vida con la certeza de la muerte, en la que cada cosa cobra significado.
Según Viktor Frankl el sentido de la vida consiste en hallar un propósito personal, que conlleva una responsabilidad para con nosotros mismos y con el resto de los seres humanos. Creo que Teodoro perteneció a esa clase de venezolanos que tenían al país como norte como propósito, que hallaban en la búsqueda de la felicidad colectiva, la felicidad propia.
Eran personas capaces de rectificar el rumbo –porque de eso se trata a veces vivir– y lo hacían con honestidad. Tenían el coraje de decir “me equivoqué” y asumir los costos de ello, que a veces fue muy alto. Los venezolanos hace tiempo que no sabemos de rectificación, de cambio de rumbo cuando un propósito se muestra inútil o inadecuado. Se prefiere insistir en el error y justificarlo. Venezuela conoció la democracia porque mucha gente estuvo de acuerdo en enmendar yerros del pasado, que todos los sectores políticos los tuvieron en mayor y en menor medida. Las transiciones son producto de la rectificación de todos, del deseo de paz y avance compartido por encima de aspiraciones sectarias y ambiciones personales.
Otra cosa que tenía esa gente de antes a la que pertenecía Teodoro: la honestidad por encima de todas las cosas. Personas que entendían la función pública como actividad de servicio, no como vía de enriquecimiento.
Ciertamente la corrupción ha sido un mal presente en la historia nacional desde el nacimiento mismo del país, pero hemos contado con ejemplos de honestidad intachables en muchos de nuestros más destacados dirigentes.
Teodoro perteneció también a esa generación de políticos con pensamiento sólido y profundo producto de una brillante formación que se realizaba, casi siempre, en las universidades nacionales porque la propia dinámica de la actividad pública les impedía a los dirigentes irse al extranjero, salvo que fuese por causa del exilio provocado por las dictaduras.
Teodoro representó para el país el sueño de una izquierda democrática, fue pionero mundial en introducir en el debate de la izquierda de su momento, sectaria, sometida a la Unión Soviética y a Fidel, la irrenunciable obligación de los principios de la democracia y la libertad. Lamentablemente, en nuestro continente las experiencias de izquierda han fracasado por su escaso o nulo compromiso con tales valores.
Por ello se han convertido en frustración para los pueblos que nunca alcanzan la anhelada justicia y equidad –incluso retroceden en ese terreno–, además de padecer dictaduras que son tanto e incluso, a veces, más deleznables y criminales que las de derecha. Seguramente por ello Teodoro se opuso con tanta fuerza a lo que Chávez representaba en su momento, porque intuía que era una farsa que terminaría conduciéndonos a la terrible y criminal dictadura destructiva, que padecemos.
Teodoro encontró sentido a su vida desarrollando pensamiento propio, como hacen los auténticos intelectuales que no se dejan atar por dogmas, que trazan nuevos rumbos, que exploran caminos políticos inéditos. Los que le conocimos personalmente desde este periódico podemos dar fe de que cada conversación con él nos dejaba una enseñanza, que su vida fue de auténtico testimonio de la sencillez y honestidad que predicaba.
Sus compañeros de TalCual, le recordamos con admiración y afecto. Su trayectoria nos compromete a tratar de seguir su ejemplo, encontrando en lo que hacemos el sentido de la vida que él encontró en la suya.
No te vayas a poner bravo por ello, Teodoro, pero se te recuerda con cariño y se te extraña…
Y dijo Teodoro desde el más allá: «¡ya está bueno, ya, puej de tanta jaladera, chico!, seguro son vainas tuyas, Gloria»