El significado del 5 de julio, por Luis Alberto Buttó
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La Declaración de Independencia de Venezuela constituyó una tangible, contundente, tempranísima y pionera (esto último en relación con la Hispanoamérica del momento) expresión de ejercicio ciudadano. No cabe otra interpretación al respecto, dado el caso que dicha gesta fue concreción palpable, proclamada ante el universo bajo los designios del Todopoderoso, del reclamo de los hombres de entonces de hacer valer su Derecho a gobernar de manera autónoma, según sus propios intereses y criterios, la tierra donde habían nacido.
Los firmantes del acta constitutiva del alumbramiento de la patria fueron hombres que decidieron no callar más, aunque a varios de ellos les convenía hacerlo.
Fueron hombres que, por encima de los riesgos y las dificultades implícitas, se atrevieron a pensar en el país, lo cual les valió para granjearse el protagonismo de la historia como acontecimiento y el reconocimiento de esta como ciencia. Por consiguiente, sobre ellos, la única pregunta posible gira en torno al tipo de reconocimiento que debe otorgárseles. Ni la interrogante ni las respuestas posibles son baladíes, en tanto y cuanto definen a la nación en su derrotero trascendente.
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Es tiempo de entender que el más importante de tales reconocimientos debe apuntar a su condición de civiles, con todo lo que ello implica, en especial si se asume la imperiosa obligación formativa de superar el secular y acomplejado comportamiento de exaltar la guerra por encima de la acción política, como si aquella precediera y presidiera en términos de importancia y bienestar general a esta, cuando, en realidad, es todo lo contrario.
Hay que dejarlo en claro: haber tenido que defender con las armas lo que se incubó en el mundo de las ideas no quiere decir, ni por asomo, que el fusil tuviese y/o tenga preeminencia sobre el Código.
El parar mientes al grueso de las rúbricas estampadas en el certificado de nacimiento del país soberano no deja lugar a dudas: la creación de la república fue un proyecto llevado adelante, con tino y determinación, por la facción más politizada del sector civil de la sociedad de aquel entonces, imbuida del revolucionario espíritu republicano e identificada cabalmente con lo que en materia de decisiones institucionales ese ideal representaba y había alcanzado en latitudes cercanas; las 13 colonias del norte, por ejemplo.
Para decirlo con absoluta transparencia: los auténticos padres de la patria fueron mayoritariamente civiles y, en consecuencia, el proceso político que desencadenaron vio la luz con las características inherentes a todo proceso civil. No otro puede pretenderse sea su signo distintivo, su sello de validación.
Si se apelase a la biología como instrumental explicativo de los sucesos acaecidos en lo que resultó ser Venezuela en julio de 1811, es insoslayable puntualizar que el ADN de la patria venezolana es civil y solo por eso, o fundamentalmente por eso, es republicano.
La base de lo que este país desde ese momento fue y ha llegado a ser hasta la contemporaneidad, descansa en la audacia, la voluntad y la inteligencia que animó a aquellos próceres civiles que descifraron con sagacidad el momento histórico que los arropaba y que ellos mismos encarnaban. Próceres civiles que, de manera desafortunada, y en agravada demostración de dejadez y/o ignorancia, la sociedad se empeña en desconocer, o cuando menos minimizar, al optar por la vía de rendirle culto al oropel del uniforme, en falsa creencia de que con epopeyas, ficticias o reales, se construyen proyectos duraderos.
La pólvora no proclamó la independencia; la pluma sí. En aras de la tarea pendiente encaminada a dejar atrás el déficit de ciudadanía que en este país se arrastra y que opera como limitante en la valoración tangible de los alcances del constructo libertad, es perentorio rescatar, o mejor dicho no continuar desdeñando, la magistral lección que los firmantes civiles del Acta de Independencia (abrumadora mayoría) nos legaron para advertirnos cómo se gestan y concretan los verdaderos proyectos nacionales.
Luis Alberto Buttó es Doctor en Historia y director del Centro Latinoamericano de Estudios de Seguridad de la USB.
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