El pop urbano y romántico ganó en el Sunset Roll 2022, pero el rock nunca muere
El festival Sunset Roll, realizado en Lechería, demostró cómo la escena urbana le ha ganado espacio al rock entre las audiencias más jóvenes, aunque sigue demostrando por qué es el estilo que nunca muere. Ocurrió en un evento de gran calado cuya quinta edición en una década desarrolló su propuesta más exigente hasta ahora
Fotos: Víctor Amaya
María Eugenia lleva una semana repitiendo en su cabeza varias de las canciones que escuchó en la tarima del Festival Sunset Roll 2022. «Aguacate fue mi favorita. Ya había escuchado algunas cosas de Irepelusa y Motherflowers pero no esa canción, que me pareció genial. El ritmo, la fiesta, los colores, definieron esa presentación», agrega.
Su impresión no es la única, especialmente porque las fronteras entre las propuestas de Irepelusa, Motherflowers y LaCosta se difuminaron cuando el público vio subir a sus protagonistas repetidas veces a tarima, especialmente la primera que lo hizo al menos cuatro veces durante todo el festival: la reina del Sunset Roll.
Motherflowers anunció nuevo disco, tomaron elementos sonoros de Famasloop, Los Prisioneros, Red Hot Chilli Peppers o Los Amigos Invisibles; y actualizaron la lírica de alguno de sus temas para ponerlo a tono con cierta actualidad nacional. Sin mayor transición entregaron el escenario a LaCosta, el movimiento que concentra las propuestas salidas de la región oriental del país. Con los mismos músicos, los cantantes se fusionaron con otros compañeros para pasearse por un repertorio urbano que aprovechó el hip hop y hasta el bolero. La ejecución del saxofonista destacó por su calidad, así como la interpretación vocal de Vera De La Cruz.
Y aunque fueron los locales los que sorprendieron, el triunfador del evento fue Lasso, quien anunció nuevo disco para el 13 de mayo. El caraqueño cerró el primer día dando un espectáculo de alto nivel, con pantallas llenas de animaciones que acompañaban sus canciones e incorporando relatos humanos que sirvieron de presentación a cada pieza.
Lasso se ha desarrollado como un storyteller que no huye de aquellos episodios de su vida que sus fanáticos han explorado hasta la obsesión. Además, fue el artista que mejor aprovechó el escenario, recorriéndolo completo, conectando con las audiencias de extremo a extremo sin plantarse en el centro del proscenio. Quizá el único en hacerlo de manera tan sistemática para complacer a quienes cantaron con él sus canciones, suspiraron sus miradas y lloraron con sus recuerdos.
El cierre del segundo día también fue poderoso, con Micro TDH probando ideas que implementará en la gira que inicia en mayo por varios países. La tarima se transformó con estructuras iluminadas y el de Mérida aprovechó de mostrarse como cantautor, guitarra en mano, y como unificador de beats desde la mesa del DJ con el sonido orgánico de la batería que ejecutó Orestes Gómez.
Antes, Noreh -que dio un show muy completo- y Jerry Di pusieron a bailar a todos, con el segundo ganándose los gritos de las fanáticas ante su show enérgico y sin mayor poesía; retomando el hilo estético que Jambene puso a rodar desde que abrió el cartel de todo el festival.
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Tiempo de bandas
Quizá la presentación más rotunda de una banda fue la de La Vida Bohéme, que abrió con su «Radio Capital» y cantó todas sus piezas emblemáticas. Fue un show conceptual, narcótico y ruidoso, que aprovechó la espectacularidad del fuego y el contraste que permitían las pantallas LED sobre los fondos negros. Quien no saltó y se emocionó, no tenía pulso.
Antes la tarima había albergado a Okills, que apenas comenzaron su show recordaron la década vencida desde su última vez en Lechería. Ahora son una banda con más discos, más madura, con distinta alineación, terremotos superados y un disco de estreno, Estar Bien. Para presentarlo, tocaron los sencillos ya conocidos pero también dejaron el proscenio al baterista Drito Bautista que, al piano, cantó con honestidad. Cerraron con «Gritarte», como un guiño al terruño, una pieza de su disco debut que no suelen incluir en sus presentaciones mexicanas.
Al día siguiente fue el turno de Tomates Fritos, infaltables del Sunset Roll, que alinearon a la formación original que debutó hace dos décadas y media y, superando problemas de sonido, pudieron al público a corear canciones que van desde la escena rockera clave de la Venezuela contemporánea hasta aquellas que ya suenan en Farmatodo (para ironía de sus creadores).
«El momento boomer» del festival -Boston Rex dixit pues su banda puede ser mayor que algunos asistentes al evento- dio pasó a otros «abuelos del cartel», en palabras de Rodrigo Gonsalves, quien admitió en tarima que «hay gente aquí que no sabe quiénes somos». Viniloversus se reencontraron en ese escenario luego de más de dos años sin dar un concierto. El repertorio mostró los mejores colores de una agrupación que optó por la escala de grises para la mayor parte de su presentación. Un show que canalizó las vibras de aquellas oportunidades en Tiburón Club, con todo y video de baja resolución en pantalla como de handycam.
La dinámica de los grupos de rock debió enfrentarse a una audiencia que, en términos generales, conectó principalmente con otros estilos. Más allá de la fanaticada histórica de las bandas, el sonido de las guitarras distorsionadas tuvo que bregar por convencer, y lo lograron. Incluso las de Vintage Club, que aprovechó de vestir de cuero y tachuelas el repertorio pop venezolano, como aquel de Franco de Vita. Como siempre, las seis cuerdas de José Ángel «Shazzam» Regnault echaron humo.
Más allá de las contradicciones
En 2022 el sunset en Lechería estaría más cerca, prometían los organizadores del Sunset Roll. Geográficamente fue cierto: El Morro está más al oeste que la playa Caribbean Mall donde fueron las ediciones anteriores. Pero para la audiencia el atardecer se podía ir recorriendo los tres kilómetros de terreno entre la entrada formal del evento y la tarima. Un recorrido por suelo agreste que dejó a más de uno alegre pero cansado y hasta herido., que comía las suelas con cada caminata a las distintas estaciones del festival.
No obstante, se trató de una experiencia que cumplió lo prometido: ser más que unos conciertos, y que además brindó la oportunidad a una sociedad hambrienta de actividades fuera de la rutina que permitan a unos impulsar el turismo, el comercio y el consumo, y a otros literalmente desconectarse del día a día durante varias horas, gracias además a la ausencia de señal de telefonía celular.
El Sunset Roll cumplió 10 años con su edición más demandante y ambiciosa hasta ahora, una que pudo incluso alinear al gobierno local y al regional, naturalmente distanciados por posiciones políticas contrapuestas. Pero en estos tiempos se va entendiendo que las escenas más juveniles y frescas van de la mano de artistas, espectáculos y redes sociales; y hasta el chavismo se anota en tratar de ser «cool».
Todos los artistas agradecieron la oportunidad de reencontrarse con el público venezolano en aquella costa, de tener exposición en medios convocados, de haber participado de una producción compleja, resultado de gente que quiere hacer las cosas sin amilanarse por las condiciones estructurales ni por las contradicciones nacionales.