El subsidio a la gasolina, por Simón Boccanegra
Tímidamente, en dos o tres oportunidades, Alí Rodríguez ha sugerido la necesidad de incrementar el precio de la gasolina (así como también el de las tarifas eléctricas). No le han parado, por supuesto, porque este gobierno no se atreve a tomar una medida de ese jaez. Aunque, fuerza es reconocer que en alguna oportunidad pareció dispuesto a hacerlo y comenzó a adelantar una campaña publicitaria, en todos los medios, con cuñas en las cuales comparaban el precio de una botellita de agua con el de un litro de gasolina (mucho mayor el primero, desde luego) y otras por el estilo. Súbitamente, sin embargo, la campaña fue suspendida y no se volvió a hablar del tema, salvo una que otra alusión del propio Alí. La gasolina aquí es regalada porque el Estado venezolano la subsidia. Hoy se nos informa que el gasto en ese subsidio montó en 2010 a 15.700 millones de dólares, lo cual equivale prácticamente al 7% del Producto Interno Bruto, unos 689 dólares per capita. No estamos hablando de conchas de ajo; se trata de una montaña de plata, a la cual es infinito el uso alterno que se le podría dar para ofrecer bienes y servicios mucho más útiles a la población, en vez de malgastarla en hacer de la gasolina venezolana la más barata del mundo. Por supuesto que venderla a precios internacionales es imposible, pero es obvio que este creciente subsidio también es cada vez más oneroso e insostenible. De allí que se hace imperativo un plan de incrementos sucesivos, convenientemente explicados que, sin alcanzar los precios internacionales, reduzcan la carga financiera del Estado, liberen recursos para fines más necesarios y den mayor racionalidad al sistema general de precios. Porque también está pendiente lo de las tarifas eléctricas, sobre todo como parte del plan de recuperación del sistema eléctrico nacional, prácticamente colapsado. Pero, desde luego, este gobierno no tiene riñones para nada de eso y menos este año electoral.