El tiempo político de las hallacas, por Miro Popic
La hallaca como ícono alimentario nacional no es ajena al acontecer político que nos agobia. Siempre ha estado en boca de todos sin que esto sea interpretado como una metáfora. Sin ir más lejos, se dice que Rómulo Betancourt inventó hasta una palabra para definirla: multisápida, haciendo alusión a la multiplicidad de sabores que concurren en ella a partir de lo heterogéneo de su composición. Lo hizo como el primer presidente democrático tras Pérez Jiménez, en el saludo de Año Nuevo de 1960. Pero no fue él quien primero utilizó esa descripción. Hay documentos anteriores donde aparece la palabra multisápida, concretamente en Mensaje sin destino, de Mario Briceño-Iragorry, donde, en la página 110, escribe: “Si Simón Bolívar reapareciera en noche de Navidad en la alegre Caracas donde transcurrió su infancia, en el sitio del pesebre encontraría un exótico “Christmas tree”. En lugar de la hallaca multisápida, que recuerda la conjunción de los indios y lo español encontraría…”. También en Los Ribera, del año 1957, Briceño-Iragorry habla del multisápido sancocho y, sin mencionar la palabra hallaca, escribe: “Servidos sobre la propia hoja de plátano, graciosamente recogida, aparecieron hoy los humeantes y multisápidos pasteles”.
También el tiempo y la distancia son conceptos inherentes a la hallaca en el léxico venezolano. Si alguien está muy enfermo o próximo a dejar este mundo, coloquialmente decimos que no se comerá las hallacas de diciembre. Si logramos superar las festividades de fin de año y nos preguntan cómo estamos, podemos responder con el antiguo clásico que bien, que logramos comernos las hallacas en diciembre.
Cuando alguien del interior del país iba a viajar a la capital para Navidad, decía que ese año las hallacas se las comería en Caracas. De ahí esta expresión pasó al exilio, no éste sino los anteriores, y ya, desde tiempos de Gómez, muchos de los que se encontraban en el exterior por combatir la dictadura ansiaban poder comerse las hallacas de diciembre en Venezuela porque el gobernante andino estaba en las últimas.
Para acortar la distancia de la hallaca con el exilio venezolano, en la anterior dictadura se llegaron a exportar hallacas enlatadas. Lo hizo Industrias Pampero y en un aviso publicado en El Nacional en 1954, se lee. “Envíe a sus amigos y familiares en el extranjero la tradicional cena de navidad: Hallacas Pampero. Puestas en Nueva York Bs. 20”
Hoy no es necesario el envío al exterior porque lo que más exportamos son hacedores de hallacas que los hay por todo el mundo y hasta concursos hacen para escoger la mejor hallaca más allá de las de mamá. Además, todos los ingredientes se consiguen más fáciles y económicos que acá, incluso hojas de plátanos. Esas hallacas de la diáspora, más de alguna lágrima llevan entre sus ingredientes.
Hace poco le escuché decir a Leopoldo López Gil, padre del preso político más emblemático de este régimen, fundador de Voluntad Popular, que este año sí se comería las hallacas en Venezuela. Lo hizo en el programa de radio de Shirley con motivo de su elección como eurodiputado español. ¿Sabe Leopoldo padre algo que nosotros ignoramos o se trata tan solo del deseo más generalizado de nuestra diáspora?
El tiempo del estómago es siempre más corto que el tiempo político. Si queremos comernos las hallacas en Venezuela este diciembre, hay que apurar el paso y, más que nada, caminar unidos en busca de la solución que nos permita sentarnos todos en la misma la mesa