El traje de la letra P, por Carlos Alberto Monsalve

En estos tiempos ¨apocalípticos¨, por los espacios de los diversos medios de comunicación social de esta gran aldea en que nos hemos convertido, palabra se escribe o se pronuncia con p de pandemia, con un cortejo de P que le acompaña en la opinión o diatriba pública, por ser tema del momento, las pes de predicción, profecía y política.
Asistimos al espectáculo de diversas voces que se levantan en diferentes partes del planeta (acólitos de Nostradamus, legos y opinadores de oficio, entre otros), para avizorar el futuro que nos espera después de la pandemia del covid-19.
Las diferencias entre ellas son de matices, algunas de ellas presumen ser predicciones con el mayor rigor científico y otras sin ningún complejo asumen la cuestión a partir de la verdad revelada.
Dirimir sobre las diferencias existentes entre profecía y predicción puede ser un inocente ejercicio académico o un pasatiempo de cuarentena.
Pero llevadas estas diferencias a otro campo puede resultar un ejercicio no tan inocente y con resultados terribles. El anuncio del Hombre Nuevo, cacareado por los voceros del autodenominado socialismo científico, se convirtió en un ángel exterminador.
Un ejemplo, entre otros, lo podemos apreciar con la llamada Revolución Cultural promovida por Mao Zedong en China a partir de 1966, lo más parecido a replicar la técnica de moldear los pies de una geisha, según los gustos del palacio, al cerebro de millones de personas.
El presente tiene la ventaja sobre el pasado de que conoce sus resultados, pero esa ventaja no la tiene sobre el futuro.
El expresidente de Bolivia Evo Morales acaba de declarar recientemente, palabras más o palabras menos, que China ha ganado la tercera guerra mundial sin disparar un tiro.
Hemos devenido en una Torre de Babel de pareceres, donde palabra también se escribe con p de parlanchín.
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Los sastres de estos tiempos tienen la afanosa tarea de diseñar trajes a la medida de las angustias, los miedos y las ignorancias generadas por las circunstancias.
Parece que no estamos en capacidad de renunciar a nuestra obsesión por tener el control absoluto de nuestros destinos, de allí nuestro temor a la incertidumbre. La P de paciencia no es precisamente la moneda con que traficamos en el desconcierto. ¿Qué traje le vendría bien, en estos tiempos, a la P? Me inclino por la idea de que la dejemos desnuda, como la P de persona, como la P de pensar. Bien le haría a la política y a sus autoelegidos profetas tenerlo presente.