El vil egoísmo, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
Twitter: @Gvillasmil99
Envilecida. Así terminó Venezuela tras veinte años de quirúrgica trepanación de antiguas promesas patrias, de precisa ablación de esos vínculos esenciales que diferencian a una nación de la multitud. Todo ha sido devastado, cercenado, cuando no arrancado de raíz, hasta reducirnos a lo que hoy somos: una sociedad envilecida, en la que aquello de «ganar el pan con el sudor de tu frente» dejó de tener sentido, la decencia pasó de moda y toda noción de otredad terminó dando risa.
Pasan de nueve millardos de dólares los ingresos a cuenta de actividades ilícitas llevadas a cabo en Venezuela. Ya imaginará el lector a qué manos fueron a dar y en qué proporciones. Porque en este país se hacen muchos y buenos negocios, pero nunca inversiones que generen bienes, servicios, empleos y pago de impuestos. ¿Qué remuneración al trabajo productivo se equipara, por ejemplo, con los beneficios que trae aparejados consigo una licencia de importación, un contrato público en estos tiempos o, mejor aún, una concesión minera? ¿Para qué innovar y competir si al lado me ponen un bodegón repleto de viandas importadas con arancel cero a precios con los que nadie en una economía sana podría? ¿Para qué se va a poner uno a criar vacas o sembrar hortalizas si expoliando oro en Guayana puedo hacerme rico en un santiamén, no importa si con billetes verdes manchados de tóxico mercurio o de sangre de indígenas? ¿Qué caso tiene esforzarse en los estudios, si glosando idioteces en las redes sociales hay quien vive bastante bien en un país en el que un par de caderas amplias abren más puertas que un diploma de PhD?
Hace poco he visto fotografías aéreas del sur de Bolívar. La destrucción del bosque tropical, en cuya espesura nacen las aguas del Caroní, espeluzna. En el Zulia, una joven médica residente es apresada por acopiar materiales para la cirugía de una paciente a su cargo en un hospital que, como tantos en Venezuela, carece de todo lo indispensable y en Lara, una enfermera es puesta presa por un ignorante con chapa de policía que cargó sus hondos complejos contra ella cuando le conminó a ponerse la mascarilla de mandatorio uso dentro del hospital.
En el Hospital de Niños, en Caracas, la muerte de otro pequeño en lista de espera para recibir el trasplante de riñón que nunca llegó se agrega a las más de cincuenta de tan macara contabilidad por la misma causa. Y nada pasa. Ni ahora ni entonces se movió con eficacia ni una sola hoja en la Venezuela de la revolución, en la que «el vil egoísmo» hace mucho que triunfó. Ni una.
Poco queda de la república que por más de 200 años nos empeñamos en construir. Líderes políticos exilados, presos o inhabilitados, cuando no muertos y partidos judicializados siendo desplazados insensiblemente por clubes y corporaciones privadas que, como decía aquel comercial de TV de mi infancia, parece que «rechinan de limpio». Voceros en los que una vez depositamos nuestra confianza aparecen ahora asociados y hasta compartiendo oficina con los responsables de un drama que ha arrojado al destierro a 7 millones de venezolanos y reducido en casi cuatro años la esperanza de vida de todo niño que nazca hoy. Pero ni una sola voz se levanta. Ni una.
Entre tanto, en Caracas van sucediéndose sin parar conciertos y festivales de música y se abren comederos y locales de alta gama todos los días. «Venezuela se arregló», dicen. Cualquier noche de estas es propicia para pasar y ver locales nocturnos y restaurantes atestados de clientes dispuestos a pagar lo que les pidan, así sea más caro que en Nueva York, mientras que en las afueras les aguardan mal encarados escoltas que aplacan su hambre con la arepa que trajeron de casa en una grasienta bolsa de papel.
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Como sería propicia también para darse una vuelta por las salas de cualquier hospital público venezolano, el mío, por ejemplo. Entonces ya no será el rostro de la «Venezuela chévere» el que descubramos sino el de esta otra, el del país de verdad, el de la Venezuela mayoritaria y sufrida que no aparece por ningún lado en las agendas personales de los viajeros a Oslo y por cuya causa no se eleva ya protesta con alguna resonancia nacional. Ni una sola.
Asistimos al envilecimiento de toda una sociedad incapaz hoy de plantearse ni tan siquiera el más elemental dilema ético, resulta de un largo y sistemático proceso de desmontaje de nuestra nacionalidad llevado a cabo en Venezuela en los últimos 20 años. Hasta las efemérides patrias, que de niños celebrábamos en nuestras escuelas confeccionando banderitas tricolores en papel lustrillo, se han vaciado de sentido. «¿Se va a trabajar este lunes?», me pregunta alguien que de seguro ya tendría organizado el plan para el fin de semana «largo». Pareciera que la fecha del 4 de julio, conmemoración de la independencia de las 13 colonias británicas de la América del Norte, cobró en la última semana más relevancia que la siguiente, el 5 de julio, cuando aquí proclamamos la nuestra. Y la razón no es otra que la del «puente» que les permitiría a unos ir a remojar sus humanas miserias – y digo que humanas, porque dinero sí que tienen– en Los Roques o Margarita. Muy pocos serán, sin duda.
El 17 de septiembre de 1814, durante la terrible Guerra a Muerte, fue ejecutado en Puerto Cabello Vicente Salias, el médico poeta que se inspirara un día para escribir esa marsellesa criolla que tenemos por Himno Nacional y cuyas actuaciones médicas le valieron con justicia un sitial entre los más destacados operadores de la Junta de la Vacuna de 1804. Referencia esta que, por cierto, nos increpa en tiempos en los que apenas la mitad los venezolanos ha sido vacunada contra la covid-19. Pero tanto más nos increpa al constatar que ya no hay «santo nombre» alguno que invocar para hacer temblar de pavor al «vil egoísmo» que todos los días se impone sobre un país sin vértebra moral, éticamente indigente, lo mismo en sus hospitales que en sus universidades, en sus corporaciones públicas que en sus empresas privadas, en sus medios de comunicación que en su clase política.
Es el «vil egoísmo», una y otra vez triunfante, en la Venezuela de estos tiempos sin luz.
Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
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