Elisa Lerner: «La literatura que ilusiona en un país casi siempre es póstuma»
Elisa Lerner, narradora, dramaturga y cronista venezolana acaba de publicar «Sin orden ni concierto. Homenaje pospuesto a Virginia Woolf», un libro editado por la FCU, en el que mediante distintos lenguajes, lleva al lector por una amplia gama de situaciones, que van de lo cotidiano a lo particular
Foto: Maxime Bendahan
«Las letras eran algo durísimo», confesó recientemente en una entrevista radial la escritora venezolana Elisa Lerner (Valencia, 1932), mientras rememoraba sus primeros años en la escuela. Sin embargo, supo domarlas, entenderlas, apreciarlas y vivir de (y para) ellas.
La narradora, dramaturga, cronista y Premio Nacional de Literatura en 1999, arribó recientemente a sus 90 años y los celebró –los celebramos– con la publicación de Sin orden ni concierto. Homenaje pospuesto a Virginia Woolf, editado por la Fundación para la Cultura Urbana (FCU). Lerner insiste en las letras, continúa escribiendo; también insiste –y persiste– en Caracas.
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Los escritores Carlos Sandoval y Antonio López Ortega fueron claves para que esta pieza «difícil de clasificar» viera luz y formara parte de la colección numerada del catálogo de la FCU. También ambos fueron los encargados de presentar el libro, el pasado 9 de junio, durante un encuentro vía Zoom.
Sin orden ni concierto… es un libro atípico, divertido, profundo; en el que, mediante distintos lenguajes, lleva al lector por una amplia gama de situaciones, que van de lo cotidiano a lo particular y que se pasean por distintos aspectos y áreas de la vida: un «soliloquio coral».
Construido con ingenio, humor y la acostumbrada lucidez de sus célebres crónicas, #ElisaLerner ofrece esta nueva lección de escritura
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«Sin orden ni concierto», disponible en librerías de Caracas, Barquisimeto, Maracaibo, Mérida, y a través de #Amazon:https://t.co/EBWqOGUxg3 pic.twitter.com/ZqGy8GsQ8Y— Cultura Urbana (@CulturaUrbana) June 25, 2022
TalCual conversó –vía correo electrónico– con la autora de Una sonrisa detrás de la metáfora sobre Sin orden ni concierto, la literatura venezolana, sus proyectos futuros y cómo se adapta a la vida tras la pandemia de la covid-19.
—¿En qué momento decide reunir estas reflexiones-aforismos en una publicación? ¿Por qué publicarlos ahora?
—Perdona, querida Valentina, no «reuní» como dices «reflexiones y aforismos», hubo palabras, pequeñas historias, episodios de mi juventud en Nueva York, supuestos soliloquios de visitantes a geriátricos, también a hermosos parques, a esto y lo otro. En suma, estallidos verbales que me fueron sorprendiendo y, que como muebles curiosos fueron habitando la pantalla de mi ordenador. Es una sola voz la que pretende decir y, al unísono son muchas voces, las de un coro. Pero, en ese coro cada personaje deja muy en claro su testimonio. La publicación no depende de una sino de la suerte, el momento y, la oportunidad de contar con el editor fiable.
—¿Qué la motivó a rendirle homenaje a Virginia Wolf? ¿Qué hizo que se pospusiera este homenaje?
—Todo responde a un pequeño azar. Leí por primera vez Las olas a los 14 añitos en una edición chilena, creo de Ercilla, en traducción de Lenka Franulic, amiga del gran poeta Pablo Neruda. Quedé maravillada por la forma tan inusitada de narrar. Cada capítulo que respondía a una circunstancia recorrida en años distintos, lo conformaban los soliloquios de seis personajes. Tres hombres y tres mujeres. En 2015 volví a leer Las olas y, me maravillé a tal punto que apareció en mi este soliloquio coral que creo, es en el fondo, Sin orden ni concierto. Porque son muchas las pequeñas historias que pueden, con suerte, aproximarse al humor. Pero en otras frases a lo que la historia puede tener de calamidad y desastre. Eso sí, propósito primordial, nunca sabemos si llegamos a lograrlo, que el festejo del idioma esté presente.
—El libro reúne reflexiones y/o certezas de «escritores destacados, editores misóginos, empedernidos solterones, damas elegantes y médicos boquiabiertos», entre otros. ¿En un país tan militarizado como lo está hoy Venezuela no se ha topado con palabras «rescatables» de algún militar local?
—Muy ingeniosa tu pregunta. Si coloco unas, muy sensatas, «calma y cordura» del general (Eleazar) López Contreras, sabio presidente, a la muerte de (Juan Vicente) Gómez, pero en el libro que estoy corrigiendo.
—En el texto 346 un escritor veterano asegura: «Se escribe para apaciguar los propios silencios». ¿En alguna oportunidad ha escrito para apaciguar sus silencios?
—No recordaba esa frase. Pero si se escribe «para apaciguar los propios silencios» es porque la voz sigue encendida.
—En el texto 346 un librero optimista señala: «Cuando en Venezuela ha sido grande el desconsuelo, la literatura ha sido un momento de ilusionarse con el país». ¿Considera que la literatura que se está produciendo actualmente en la país esté ilusionando a los venezolanos?
—Mucho lo debemos a las instituciones culturales de la democracia, al apoyo que hubo para las universidades públicas. A la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. ¿Por qué no? Ahora hay más escritores, más escritoras. Gente muy leída y escribida. No sé si todos al nivel de Salvador Garmendia o, de Adriano González León. Hay algunos excelentes, La maestría en el cuento de José Balza, Ednodio Quintero, Antonio López Ortega, Rodrigo Blanco Calderón. Victoria de Stefano es narradora muy respetada. Eso significa, por ende más lectores. Claro está, la literatura que «ilusiona» en un país casi siempre es póstuma. Los casos de García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar han sido excepcionales. Todavía para muchos, las novelas de (Rómulo) Gallegos y las dos de Teresa de la Parra siguen siendo una iluminación para muchos venezolanos. Como creo que enorme consuelo los poemas de Eugenio Montejo y, los que a Dios gracia, todavía puede escribir Rafael Cadenas. Y, las mujeres poetas en el país han sido y, son un tesoro en alza.
—¿Está trabajando actualmente en algún proyecto literario? ¿Puede adelantarnos algunos detalles?
—Ya te adelanté algo. A mi aire estoy corrigiendo un nuevo libro. No es prudente añadir algo más. En nuestro país se ha declarado mucho sobre libros nunca escritos.
—¿Cómo lleva la vida tras la pandemia?, ¿cómo lleva la reducción de la vida y experiencias en el espacio público? ¿qué tal le va con los encuentros vía Zoom?
—Trato de llevarla con contento y, agradecida porque estuve muy enferma, a punto de ser escritora póstuma, al menos, de Sin orden ni concierto. Tengo que darle infinitas gracias a los escritores Antonio López Ortega y Carlos Sandoval por el esmero en la última corrección del mismo. «De bien nacidos, ser agradecidos». Me manejo con el Zoom aunque no pueda decir que lo domino. Es un artilugio único para comunicarnos y estar presentes desde «nuestro cuarto propio», con el mundo.
—¿Qué está leyendo actualmente?, ¿qué recomienda leer estos días en los que el país se encuentra «sumido en el agravio» y que a veces «confunde sus nombres»?
—Para el libro que corrijo ha sido muy importante el acercamiento a mi edición viejísima del Ulises, de James Joyce, una adquisición que hice a los 16 años. La belleza impar del idioma, la piedad, comprensión y hasta por momentos caricatura de un personaje que por su origen es la negación de los nacionalismos que tanto daño han hecho en Europa. En este libro todavía sigo.
«Otro que me ha parecido formidable, tierno y terrible al mismo tiempo, El homo sovieticus, de Svetlana Alexievich. También fue una alegría leer una antología de poemas de Ida Vitale, la exacta y honrada elegancia del lenguaje con estrofas como «los oros dispersos del recuerdo». Acabo de terminar, muy bien escrito, de Rosa Montero, «La importancia de ser cuerda». Rosa se maneja muy sagazmente como entre un puzle de citas psiquiátricas y literarias. Yo, modestamente, añadiría, la importancia de «la cordura en la historia». Si la hay, por supuesto, menos angustia y sufrimiento. Y, para terminar, ahora leo Blondie, novela estremecedora de Joyce Carol Oates, un retrato biográfico aproximado en torno a Marilyn Monroe. No es un libro nuevo. Recordemos que Marilyn no solo era una mujer excepcionalmente bella y vulnerable. A veces su agudo ingenio le hizo decir frases».
Así que pasen cien años
Lerner formó parte del grupo Sardio, en 1956, junto con Adriano González León, Salvador Garmendia y Guillermo Sucre, entre otros destacados autores. Cuatro años más tarde, comienza a publicar crónicas en la prensa nacional y en la revista Imagen. A finales de los años 70 escribe textos humorísticos en la revista El Sádico Ilustrado. En 2006 publica su primera novela, De muerte lenta, editada por la Fundación Bigott.
En 1964 obtiene el Premio Anna Julia Rojas del Ateneo de Caracas por la pieza En el vasto silencio de Manhattan. En 1975 su pieza Vida con mamá, recibe el Premio Municipal de Teatro del Distrito Federal y el Premio Juana Sujo.
Su obra Crónicas ginecológicas (1984) fue llevada al cine por de Mónica Henríquez, en colaboración con el Channel Four de Londres.
El Festival de la Lectura Chacao 2016 le rindió homenaje. Ese año también recibió el Premio de Literatura de la Feria Internacional del Libro del Caribe (Margarita-Venezuela).
En el vasto silencio de Manhattan (1961), El país odontológico (1966), Una sonrisa detrás de la metáfora (1969), Yo amo a Columbo (1979), Así que pasen cien años (2016) y La señorita que amaba por teléfono (2016) son algunas sus obras.