Ellos la amaron…, por Marisa Iturriza

Hace ya un tiempo (en administraciones anteriores) le comentaría a William Niño que después de tapar mentalmente huecos en calles, ampliar aceras, ver autobuses eficientes, limpios y puntuales en sus paradas hasta con techito y bancos, porque suele hacer un sol que te achicharra o te caen aguaceros paragua-resistentes; pintar, reparar, remodelar responsablemente diversas edificaciones, muchas bien interesantes; crear parques y zonas verdes aprovechando nuestra naturaleza, reponer alcantarillas y focos de luz; clasificar, barrer y recoger la basura. Ay, la basura, regresaba a casa cansada, pero con la certeza de que eso se lograría con administraciones responsables y apoyo de la ciudadanía, produciéndose no solo más em-ple-os sino un mínimo de bienestar.
En cambio ahora, nada más con contemplar las vías rotas, el deterioro de las edificaciones, la cantidad de comercios con la santa-maría bajada, la ciudadanía que, compitiendo con alimañas busca comida en las montañas de basura regadas por todas partes; las colas lentas e interminables en los bancos para no poder cubrir los gastos con el efectivo que entregan; la multitud que se desplaza a pie porque no tiene como pagar o abordar el escaso transporte público, “aliviado” con camiones que llaman “perreras”, que ahora no llevan carga porque casi no hay, si no pasajeros con el criterio de “sálvese quien pueda”; hacer la cotidiana búsqueda de alimento, medicina, trámites, etc., percibir como si en el ambiente dispersaran un “spray” de desaliento e insatisfacción para torturar a la ciudadanía y ¡chapeau! lo logran; tras solo barrer, limpiar y recoger la basura mentalmente, quedo extenuada, preguntándome ¿Es que, por lo muy menos, no son capaces de barrer, limpiar y recoger la basura?
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Pero la fe no decae. No se rinde. Sueña justicia, belleza y amor, no odio ni resentimiento. Arriba está nuestro cielo espléndido, e Isaac Chocrón escribió amorosamente: “Cada día empieza como una maravilla: Frío, rocío en las hojas, sol claro, cielo azul límpido, y el Ávila al fondo, más verde y más protector que nunca. Se mira la ciudad tranquila, digamos a las siete de la mañana, y casi podría ser un paraíso.
O, por lo menos, ser una de las más bellas ciudades de la tierra.” Y antes, apasionadamente Antonio Arráiz afirmó, y la mayoría de nosotros con él, “He de amarte tan fuerte/Que ya no pueda más/Y el amor que te tenga/Venezuela /Me disuelva en ti”