Elogio de la autocensura, por Laureano Márquez
El incendio que se produjo en estos días en un importante edificio de Caracas razonablemente alto, más que un incendio, parece ser el emblema de estos tiempos que nos gobiernan (subrayo tiempos): destrucción sin que nada se construya, destrucción gratuita e impune. Esta idea la resumía magistralmente el joven que hace los dibujos humorísticos de un vespertino que no es El Mundo. Pero a diferencia de María Lionza, de la estatua de Colón y de la esfera de Soto (por cuyos destrozos no culpo a nadie: ha podido ser obra de los elementos; de hecho, yo vi en televisión a varios de estos elementos), el chamuscado Parque Central quedará así, expuesto en lo alto, visible desde toda Caracas durante el tiempo que le tome caerse y ocasionar otra tragedia, recordándonos nuestra naturaleza imprevisiva y descuidada.
Cuentan que Nerón, cuando Roma ardía, tomó una lira para cantar. Un programa largo que se transmite los domingos en la mañana y que dura hasta bien entrada la tarde, se ha convertido en la lira del que te conté. A uno le cabía esperar algo así como una interrupción. Un “Hermanos… Hoy suspendemos la programación habitual y nos ocupamos todos de esta coyuntura” y no ese “vamos nuevamente al lugar de los acontecimientos, ¿cómo va el fuego, J.?” “Me dicen que lo más grave que puede suceder es que la estructura ceda” en el más puro estilo de “del piso no pasa” o “esto no se queda así, esto se hincha”. Como ven, el “reality show” ha invadido también las altas esferas del poder (me refiero a este último concepto en un sentido abstracto inclusivo, no a nadie en particular). Leo en el periódico que se quemaron los planos del país. Y casi le provocaría a uno decir “¡Ultimadamente, casi que es mejor, porque para como nos estaba quedando, parece más sensato rediseñarlo de nuevo!”, pero no lo dice, no vaya alguien a pensar que no se trate de una metáfora y que realmente a uno le alegre que las tradiciones se quemen y desaparezcan: nada más ajeno a nuestras intenciones. De todas maneras, no deja esto de ser, como ya dije, notablemente metafórico: Se pierden los planos, o sea, los documentos que contenían la información de cómo estábamos construidos, indispensable, además, para toda modificación futura que uno se plantee de lo que se es. Así, pues, en los tiempos por venir, todo cambio debe hacerse siguiendo, fundamentalmente, el sentido común, que es el menos común de todos los sentidos, como decía un español.
En fin, son muchas las cosas que desearía comentar sobre este incendio que nos ha puesto a los venezolanos algo más tristes, y algo más escépticos acerca de nuestro impredecible futuro. Es mucho lo que quisiera decir, pero este escrito de hoy constituye mi primer ejercicio de autocensura. Estoy entrenado especialmente para la radio, donde ya estamos diseñando los principios que deben regir al censor interno que cada uno debe tener para que medie entre lo que realmente se piensa y lo que va a decir, tratando de que esto último se acerque lo más posible a lo primero, siempre discurriendo por los meandros de la ley. No va a ser fácil. Al comienzo algunas cosas se nos escaparán, pero a todo se acostumbra uno, ¿no?