¿Empresa inteligente? Claro que sí, por David Somoza Mosquera
Twitter: @DavidParedes861
¿Una empresa puede ser inteligente? Por su puesto que sí, y más en estos tiempos de pandemia. La crisis del covid-19, como bien sabemos, ha provocado cambios profundos en la conducta de los consumidores, en las cadenas de suministro y en las rutas de comercialización, lo que ha afectado significativamente a las compañías.
Y aunque algunos de estos cambios provocados por el coronavirus son temporales, hay cosas que nunca volverán a ser iguales. Lo más probable es que lo que hoy consideramos como extraordinario eventualmente se convierta en lo ordinario, en lo rutinario.
De allí que sea imperativo para las compañías acelerar la adopción de formas ágiles de trabajo y transformar su cadena de valor para superar la incertidumbre y complejidad de esta situación disruptiva sin precedentes que estamos viviendo. Es precisamente en este contexto que la empresa inteligente cobra mayor significancia.
Esto se debe a que está diseñada para maximizar su rendimiento bajo las circunstancias exigentes del mercado, mediante la obtención y almacenamiento de datos para luego transformarlos en información útil en la toma de decisiones.
Sin embargo, convertirse en una empresa inteligente implica salir de la zona de confort y acabar con las estructuras rígidas. Es decir, es necesario abandonar el modelo tradicional de toma de decisiones para empoderar a los equipos de trabajo, siempre guiados por un propósito, y adoptar decisiones basadas en los datos y en la tecnología.
Este tipo de compañía está diseñada para impulsar la agilidad, la resiliencia y el crecimiento, por lo cual es flexible, capaz de anticiparse y adaptarse a condiciones cambiantes, a las expectativas de los clientes y las demandas de los llamados stakeholders (público de interés para una empresa que permite su completo funcionamiento).
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Al tener la digitalización como el centro del negocio y estar centrada en un propósito transformador, la empresa inteligente tiene la capacidad de autogestión, aprendizaje y adaptación continua. Sin embargo, nada de esto tiene valor si no se afinca precisamente en su personal.
Es así como otro de sus rasgos diferenciadores –y uno de los más relevantes, a mi parecer– es que es una compañía centrada en las personas. Una empresa inteligente es aquella que aprende tanto de su entorno como de sí misma, lo que implica que su capital humano está en constante aprendizaje en función de adquirir, crear y transferir el conocimiento que le permita mejorar e incrementar su productividad y eficiencia.
Si bien el propósito es instaurar una cultura compartida para fomentar la adaptabilidad, no hay que perder de vista que convertir a una compañía en inteligente constituye un proceso lento, difícil y en ocasiones traumático, ya que se trata de propiciar la modificación de conductas, procedimientos y estrategias; además de generar participación, sentido de pertenencia e intercambios de aprendizajes.
Esto significa que se debe contar con líderes que tengan la suficiente capacidad y voluntad para ejercer un estilo adecuado a las situaciones imprevistas, crear grupos apropiados con integrantes que aseguren la aceptación del nuevo diseño organizacional y ejecutar acciones orientadas al aprendizaje, al cambio y al desarrollo de toda la organización.
Si no se logra el compromiso de todos, es poco probable que se llegue a buen puerto. No basta con querer ser inteligente, hay que trabajar mucho en ello para poder consolidar ese modelo de trabajo. Solo así podrá diferenciarse de la empresa tradicional y demostrar su capacidad de adaptación e innovación.
David Somoza es especialista en temas de negocios y manejo de capital humano.
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