En ambos mundos, por Marcial Fonseca
No debemos inmiscuirnos en cosas que no conocemos o que ni siquiera tendremos esperanzas de comprenderlas; sobre todo si están en el más allá y a donde no sabemos cómo llegar, muchos menos imaginarnos qué habrá de ese lado. Pero lamentablemente ella no era así; siempre le gustaba estar explorando, y eso fue lo que hizo con su primer novio, lo suavizó tanto que dejó de tomar parte activa en la coyunda.
¿Lo hizo por joder? Bueno, el padre les había inculcado a sus hijos, como un valor universal, la irreverencia; y de todos ellos, la hembra era la que más destacaba; tanto que faltarles el respeto a los amigos de la familia era una moneda diaria.
Todos recordaban sus jugarretas; algunas inocuas como desperdiciar un dineral en preparar una fiesta de aniversario del matrimonio de sus padres; cursó doscientas invitaciones, contrató una orquesta medianamente buena, y la noche de la parranda, ni los padres ni ella asistieron, aquellos porque no sabían nada y ella porque estaba escondida riéndose de su broma.
De todas maneras la orquesta tocó, los invitaron bailaron; y los homenajeados en su casa. Y esto hizo recordar a muchos cuando su padre, en la época de Pérez Jiménez, se buscó tres policías de la comandancia del pueblo, fue a la casa de un primo que era antiperezjimenista, el progenitor se quedó en la patrulla y los agentes sacaron de su casa al primo, lo metieron en la jaula de la patrulla, lo pasearon por el pueblo como por media hora, se detuvieron, luego abrieron la puerta, y ahí estaba el primo realmente aterrorizado.
–¿A qué te asustaste? –dijo el de la broma. Todavía hoy en día no se hablan.
Pero los tiempos cambian. El médico de la familia empezó diciendo que no le gustaba el semblante ictérico que ella lucía; luego de dos meses en que parecía que iba desvaneciéndose día a día, falleció. Dejó una carta a su familia donde se disculpaba por los malos ratos que les pudo haber ocasionado y les recordaba que se iba al más allá con buenos recuerdos; y les solicitaba, por favor que la enterraran con su celular; esto fue cumplido por ellos, junto con otra petición, que estuviera encendido.
Puestas las losas de concreto y cuando ya habían dado unas tres paleadas de tierra, el celular repicó; el silencio fue profundo, respetuoso y sepulcral; hasta el viento enmudeció. Pero todo tenía su explicación, su hermano Raúl, que había emigrado a Chile una década atrás, recibió tarde la noticia de la gravedad de ella; y apenas estaba aterrizando en Maiquetía, no sabía nada del fallecimiento. Ya en el taxi, que era de un color beige desvanecente, había decidido llamarla.
–Hola, Raúl, gracias por venir, eres el único que está conmigo –había contestado ella.
–¿Cómo que sola? –preguntó el hermano, extrañado de que lo estuviera.
–Verdad, ya no lo estoy; tú estás conmigo.
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Él notó que el taxista empezó a desvanecerse, luego el automóvil se fue transparentando junto con el entorno, y por último, empezó a ver a su hermana. Ahora ambos estaban en el más allá descansando en paz, y hay que incluir al pobre conductor que no tenía velas en estas muertes.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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