En Bolivia puntea en las encuestas el candidato de Evo Morales
Mañana se celebran elecciones presidenciales y parlamentarias en Bolivia y los sondeos de opinión apuntan que lo más probable será que haya que realizar una segunda vuelta en noviembre entre Luis Arce, candidato del MAS y Carlos Mesa
DW
Por primera vez en 18 años, el nombre de Evo Morales no figura en la papeleta electoral en unos comicios presidenciales bolivianos. No obstante, las elecciones del 18 de octubre giran en torno a él. El expresidente, exiliado en Argentina, envía a la lid electoral a un hombre de confianza, Luis Arce, quien fuera ministro en el gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS). «Volveremos”, prometió Arce al cierre de la campaña en Santa Cruz. Según las encuestas, entre un 30 y un 40 por ciento del electorado así lo desea.
Sobre todo indígenas, campesinos y gente pobre de la ciudad esperan del MAS que logre dejar atrás la crisis del coronavirus y retome la senda de los éxitos económicos de los años del socialismo. Pero por lo menos igual cantidad de bolivianos temen el retorno del MAS, porque para ellos Morales derivó en los últimos años en el autoritarismo y el nepotismo. «Si gana el MAS, no habrá piedad con la oposición”, señala el exparlamentario opositor y profesor universitario Alejandro Colanzi, en conversación con DW.
La situación política se ha tensado en extremo en Bolivia. Las elecciones en realidad deberían servir para calmar los ánimos tras el conflicto postelectoral del año pasado, que llevó al país al borde de una guerra civil. Pero la socióloga María Teresa Zegada considera improbable que los comicios devuelvan la calma a Bolivia. «El MAS amenaza con no reconocer un resultado que le sea desfavorable”, dijo la docente de la Universidad de Cochabamba a DW. «Si gana la oposición, se verá permanentemente confrontada con la presión de los movimientos sociales controlados por el MAS”, opina. A su juicio, es posible que retorne la inestabilidad de los años 90. Una posibilidad que pende como una espada de Damocles sobre las elecciones.
En busca de estabilidad
Sobre todo los empresarios temen posibles disturbios. «Precisamente ahora, en la crisis del coronavirus, necesitamos estabilidad, seguridad para planificar y un Estado que sea socio de la empresa privada y no la coarte”, afirma Pedro Colanzi, presidente del Instituto de Comercio Exterior, con sede en Santa Cruz. En ese departamento vive un 30 por ciento de la población, y se genera también un 30 por ciento del PIB del país.
«Con el MAS nos amenaza el autoritarismo, pero también la oposición ha cometido errores y ha desperdiciado una gran oportunidad”, señala Alejandro Colanzi, exparlamentario del partido Unidad Nacional. Con escándalos de corrupción, gestos religiosos fundamentalistas y expresiones racistas, el grupo que rodea a la presidenta interina, Jeanine Áñez, sembró en muchos bolivianos temores de que la antigua elite no esté preocupada del bien del país, sino de sus prebendas, y sofoque los avances sociales.
Además, este sector se presenta dividido a los comicios: el académico moderado Carlos Mesa, a quien las encuestas asignan un 30 por ciento de respaldo, representa más bien a una clase media urbana liberal. La élite empresarial ultraconservadora apuesta en cambio por el populista de derecha Luis Fernando Camacho, que podría conseguir cerca de un 15 por ciento de los votos. El hecho de que no retire su candidatura a favor de Mesa no obedece solo a animosidades personales, sino también a un cálculo político, según la socióloga Zegada. «La élite económica especula con que podría ser el factor que incline la balanza en el futuro parlamento, de modo de poder imponer sus intereses”.
«Arce no es Morales»
Esa división podría allanar el camino al candidato presidencial del MAS, Luis Arce. De acuerdo con la ley electoral boliviana, para ganar en la primera vuelta se necesita un 40 por ciento de los votos y una ventaja de 10 puntos sobre el candidato que obtenga el segundo lugar. A juicio del politólogo Diego von Vacano, esa sería la mejor solución para el país: «Arce no es Morales, sino un tecnócrata cosmopolita y la única garantía de que el país no recaiga en una era neoliberal y privatice, por ejemplo, las reservas de litio”.
De acuerdo con las encuestas, Arce perdería, sin embargo, ante una oposición unida en la segunda vuelta.
Pero, independientemente de quién gane, para el próximo presidente será complicado gobernar. En eso coinciden los analistas. Y los bolivianos ven su futuro con pesimismo. En una encuesta realizada en internet por la Fundación Friedrich Ebert entre multiplicadores, el 78 por ciento de los consultados dijo que el país va por mal camino. Un 57 por ciento cuenta con que haya violencia en torno a las elecciones, y un 80 por ciento muestra preocupación por la economía y la creciente pobreza.
¿Pobres contra ricos?
Bolivia es un país de contrastes. En la metrópolis económica Santa Cruz queda patente la división existente en el país antes de las elecciones del 18 de octubre.
En la capital económica de Bolivia, en las Tierras Bajas, las cosas se hacen a lo grande. El casco antiguo, con sus pasajes techados, está flanqueado por elevados palacios de cristal, en los que bancos, asesores de empresas y abogados ofrecen sus servicios. Afuera hace 40 grados a la sombra, y en un centro comercial con helada climatización se exponen productos de marcas de lujo. La exportación de gas y alimentos, sobre todo soya, han traído riqueza a la región. Mientras en La Paz, en las Tierras Altas, la antigua élite se hunde en la burocracia y las intrigas políticas, aquí se hacen negocios. Así es al menos como se ven los cruceños. Se puede, de alguna manera, comparar con lo que sucede en Alemania, entre Baviera y Berlín. Pero la división entre el centro político y el económico ha llevado a Bolivia una y otra vez al borde del abismo. Santa Cruz concentra un tercio de la población y genera un tercio del Producto Interno Bruto, pero, para su éxito, necesita el consumo de las Tierras Altas y la fuerza de trabajo barata procedente de allí.
«Yo no era nada»
Es el caso de Delia Ortega. Llegó con 15 años procedente de Potosí, donde trabajaba en las minas. En Santa Cruz encontró empleos con tareas algo menos exigentes, como cocinera y limpiadora, aunque esos tampoco fueron caminos de rosas, tal y como recuerda Ortega, que tiene ahora 62 años. Tenía que arrodillarse para fregar el suelo de madera, y cuando su autobús se retrasaba unos minutos y no lograba llegar a la casa puntualmente, se le descontaba dinero de su salario. Comía en la cocina los restos que sobraban del día anterior. «Yo no era nada. Entonces llegó Evo Morales y los empleados de las casas empezamos a tener derechos y una seguridad social», relata a DW en su sombreado patio del Plan 3000, un barrio trabajador de Santa Cruz en el que viven muchos emigrados como ella. El lugar es un baluarte del Movimiento al Socialismo (MAS) del expresidente, Evo Morales.
Muchas personas recibieron ayudas sociales, como el Bono Juancito Pinto, una especie de ayuda por hijos, además de créditos o casas, como le sucedió a Ortega. Por ese motivo, Morales es para ella una figura sobresaliente y votará, naturalmente, por Luis Arce, el candidato del MAS. El único hijo de Delia Ortega es candidato en la lista del MAS para el Parlamento regional. «Esto no va de democracia o dictadura, aquí se trata de pobres contra ricos», dice rotunda.
El final de los caudillos
Pero la cosa no es tan sencilla desde hace tiempo. Incluso en Plan 3000 cuelgan ya los carteles naranjas del Movimiento Naranja opositor de Carlos Mesa. Su candidato es un conductor de autobús y antiguo activista del MAS, quien, frustrado por la corrupción y el autoritarismo, cambió de bando. «14 años del MAS y el Plan 3000 todavía no tiene ningún hospital, ninguna universidad y hay calles sin asfaltar», dice a DW Erwin Villalba. «Mesa es el único garante para la verdadera democratización de Bolivia», agrega. Villalba graba diligente con su teléfono la concentración final de Mesa para después compartir los videos en las redes sociales.
El discurso versa sobre protección ambiental, cuidados de salud, reforma judicial y vencer al MAS en las elecciones. Se ven muchos celulares, mucha clase media y muchos jóvenes ante la tribuna de Mesa en el parque. «Mesa es la única esperanza de un futuro mejor, una modernización, el final de los caudillos», dice a DW Isabel Gallardo, una secretaria de 26 años.
Contra burócratas y socialistas
A doce kilómetros, en el barrio El Bajio, viven Carlos Arteaga y Maribel Morales con sus dos hijos. Su casa es parecida a la de Ortega, en una calle similar, no asfaltada. También ellos son migrantes, antiguos jornaleros de la región de Santa Cruz. También ellos trabajan para la clase alta. Carlos es conductor y mensajero en una empresa y Maribel tiene un pequeño comercio y se ocupa de sus hijos. Hace 14 años, ellos también votaron por el MAS, pero su entusiasmo se desvaneció rápido. «Me molestaban esas absurdas y pomposas construcciones, como el Museo Evo o el aeródromo internacional de Chapare»(bastión de cultivadores de coca y región de origen del expresidente). «Sus mismos seguidores se hicieron con empleos y encargos estatales, mientras el resto se fue con las manos vacías», critica Arteaga. «Y eso de que se trata de pobres contra ricos es una tontería. Evo permitió a los campesinos de nuevo la tala y quema en el último año antes de las elecciones y nosotros aquí somos los que pagamos la factura», dice, y señala indignado el cielo lleno de humo. Por ese motivo, Arteaga votará en esta ocasión por Fernando Camacho, el joven populista de derechas de Santa Cruz. «No porque crea que es el mejor, sino para que él y sus parlamentarios defiendan los intereses de los cruceños contra los burócratas de Mesa y los socialistas de Evo».
*Lea también: ¿Quién sustituiría a Alex Saab como lobista de Maduro en Medio Oriente?