Enfermeros resteados, por Teodoro Petkoff
Inhumanidad. ¿De qué otra manera podría calificarse la actitud del gobierno, de la ministra de Salud y del propio Presidente ante la huelga de hambre y el reclamo de las enfermeras y enfermeros de los hospitales públicos del país? Inhumanidad y desprecio. Son trabajadores humildes y su huelga, a juicio de sus patronos, no posee los elementos dramáticos y mediáticos de las de los estudiantes, que sí los hacen reaccionar.
A los paramédicos, cree el gobierno que los puede rendir. Ya van más de veinte días de ayuno voluntario y varios de los huelguistas han apelado a algunas medidas más radicales, como las de extraerse sangre (lo cual hace aún más delicada y peligrosa la situación de personas que tienen más de una veintena de días sin comer), para llamar la atención de este gobierno de farsantes que se autoproclama como de los trabajadores.
La razón del conflicto es la más elemental de todas en gente que vive de su trabajo: mejoría de las condiciones salariales y laborales. Si algún sector ha sido maltratado por la «rrrevolución» es el que trabaja para el Estado. Decenas y decenas de conflictos se han suscitado en el sector público y todos tienen su origen en el desconocimiento por parte del Estado-patrono tanto de la legislación laboral como de la contratación colectiva. El empeño contrarrevolucionario del chavismo en destruir el movimiento sindical ha encontrado en sus propios trabajadores las víctimas más propicias para alcanzar tal objetivo. Porque son trabajadores fáciles de chantajear y presionar. La contratación colectiva está vencida desde hace cinco años y el gobierno no muestra ninguna disposición a volver a la mesa de la negociación contractual. Algunos sindicalistas obedientes y sumisos se han transformado en cómplices de esta maniobra miserable y por eso están siendo desbordados por las bases, que ya no confían en ellos y apelan a sus propios mecanismos de lucha, como es el caso de los enfermeros y enfermeras. Porque el punto está en que los trabajadores, contrariamente a lo que el gobierno cree, no se doblegan.
¿Qué piden éstos? Entre otras cosas, lo central: el aumento de sueldos. En este país inflacionario, los salarios del personal paramédico están congelados desde hace cuatro años y apenas sobrepasan el mínimo. ¿Es un despropósito acaso esta solicitud? ¿Un desatino, una exageración? De ninguna manera. Menos aún cuando no hace ni una semana todo el país, y con éste los propios enfermeros y enfermeras, se enteraron con estupor de que Chacumbele había donado la bicoca de 10 millones de dólares a un hospital en Uruguay.
Luz para la calle y oscuridad en la casa, rezaba un viejo dicho criollo. No es que 10 millones de dólares resuelvan el problema venezolano, pero es el antivalor simbólico que tiene tal gesto. Mientras en su propio país los empleados de los hospitales tienen que apelar a la medida extrema de la huelga de hambre para poder ser escuchados, el jefe del gobierno se da el lujo de comprar buena voluntad en el exterior con los sufrimientos de sus propios trabajadores.