Entrenadores cubanos, por Teodoro Petkoff
La verdad es que si existe un campo en el cual Cuba podría ayudarnos es en el deportivo. Poca gente discutiría el hecho de que la pequeña isla, con sus 11 millones de habitantes, ocupa uno de los primeros lugares en la escena deportiva mundial. En otras palabras, pedir cooperación a Cuba en materia deportiva tiene lógica, es cosa de sentido común. De hecho, ya en años anteriores Venezuela ha traído entrenadores cubanos para distintas disciplinas, con resultados satisfactorios en algunas de ellas, como el volibol. La condición de primera potencia deportiva regional que ha adquirido Carabobo tiene que ver con la contratación de entrenadores cubanos desde el primer gobierno de Salas Römer.
Ahora bien, no es que los cubanos sean seres humanos excepcionales sino que el deporte cubano posee una organización y una metodología de la cual sus atletas de alta competencia no son sino la punta de un iceberg. Esta es la clave del asunto. El entrenador es parte de una red. Si no existen otros elementos de ella, el entrenador, por sí solo, poco puede hacer. Por tanto la pregunta que surge de inmediato ante la masiva «importación» de entrenadores cubanos que viene realizando el gobierno es si el tema está conceptualmente bien planteado o se trata más bien de un esfuerzo, parte de un acuerdo político, cuyos resultados puramente deportivos van a ser, a la postre, poco sustentables en el tiempo. Muchos dirigentes deportivos de nuestro país, así como entrenadores, expresan dudas, que recoge nuestro reportaje en la sección deportiva de TalCual, sobre la concepción de base que soporta la «invasión» cubana.
Si el objetivo es simplemente mejorar, con los atletas que hoy existen y con la misma organización de la cual forman parte, el nivel competitivo del país, soñando con medallas de oro, entonces, a lo mejor nuestra vanidad podría sentirse satisfecha. Pero, podría ser una mejoría engañosa, poco duradera en el tiempo. En cambio, si la presencia de entrenadores cubanos se piensa en función de crear un nuevo modelo deportivo, basado en la masificación de la práctica desde los semilleros naturales de atletas, que son las escuelas, y en la preparación científica de nuestros propios entrenadores, entonces iríamos por buen camino. Pero, por lo que se ve, no es por allí por donde andan las preocupaciones del gobierno, más interesado en resultados inmediatos en términos de medallas.
Esto significa que mucho más importante que traer centenares (se habla, incluso, de miles) de entrenadores, para que ocupen el lugar de los venezolanos, es contar con expertos, que no tienen que ser muchos, que, trabajando con nuestros propios entrenadores y dirigentes deportivos, ayuden a montar nuestras escuelas de entrenadores y nuestra universidad deportiva, como parte de un programa generalizado de transformación de esta actividad en una disciplina curricular tan importante como la que se imparte en las aulas. Se cae de maduro que esta concepción entraña el desarrollo de una infraestructura deportiva escolar que vaya más allá de la sempiterna canchita de volibol que es posible encontrar hoy en los liceos, casi como saludo a la bandera. En definitiva, también en deporte, la cuestión no es que nos den un pescado sino que nos enseñen a pescar