Teodoro Petkoff: La crisis de un revolucionario profesional. Un nuevo partido (II)
«Fidel Castro nos llamó cobardes y traidores a la causa de la revolución en América Latina», dijo el director y fundador de TalCual Teodoro Petkoff en entrevista con el periodista estadounidense Norman Gall que pese a haber sido realizada entre junio y diciembre de 1971 nunca se dio a conocer, sino hasta el 31 de enero de este año en la revista Trópico Absoluto. En ella Petkoff habla de sí mismo aportando datos que nunca se han revelado en los libros biográficos
En esta segunda parte de la entrevista con el director y fundador de TalCual Teodor Petkoff, éste explica cómo él y sus camaradas del Movimiento al Socialismo (MAS) trataron de ir más allá del marxismo-leninismo tradicional para proporcionar una base más amplia y más viable para el movimiento revolucionario en un país que ha experimentado transformaciones extraordinarias en la última generación.
Esta búsqueda de una nueva fórmula política, tal como la narra Teodoro Petkoff, estuvo implicada en la amarga polémica del PCV con Fidel Castro, en 1967, la lucha interna en el PCV sobre la cuestión checa y la formación del MAS en el difícil esfuerzo de crear un nuevo populismo revolucionario
En 1965, tras su captura en las montañas del oeste de Venezuela y su regreso a la prisión del Cuartel San Carlos en Caracas, Teodoro Petkoff tradujo al español el antiguo clásico chino de Sun Tzu: El Arte de la Guerra, de la versión inglesa del Coronel de la Marina V.S. Samuel R. Griffith. En su introducción a esta traducción, Petkoff observó:
“Para Sun Tzu: la política es un arte que el soberano debe dominar en profundidad. El soberano debe conquistar, sobre todo, por medios políticos. Apelará a las armas solo cuando las circunstancias agoten los medios pacíficos y le obliguen a desarrollar su política a un nivel más alto, el de la lucha armada. Una de las ideas centrales de Sun Tzu, que aparece diversamente en muchas de sus máximas, es que conquistar a un enemigo por la espada no puede ser el desiderátum del soberano. ¡Cuánta más habilidad, talento y sabiduría se necesita para conquistar, sin derramamiento de sangre!”
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En algún momento de 1965 ó 1966 los cubanos propusieron a algunos de nuestros camaradas que vivían en La Habana que el Che Guevara viniera a Venezuela a luchar en nuestro movimiento guerrillero. Como yo estaba en prisión en ese momento, nunca conocí muy bien los detalles. Sé que la dirección del partido rechazó la propuesta, y los que estábamos presos en ese momento estuvimos de acuerdo con esta decisión, con la que yo sigo estando de acuerdo hoy en día. Esta decisión tuvo que ver con la amarga polémica que estalló, en 1966, entre Fidel Castro y el Partido Comunista de Venezuela, sobre la decisión del PCV de retirarse de forma gradual y ordenada de la lucha armada. Este debate se intensificó después de que Pompeyo Márquez, Guillermo García Ponce y yo nos escapáramos, en febrero de 1967, de la prisión “a prueba de fugas” del Cuartel San Carlos, a través de un túnel excavado por miembros de la Juventud Comunista desde el otro lado de la calle hasta nuestras celdas.
Fidel Castro nos llamó cobardes y traidores a la causa de la revolución en América Latina, mientras que nosotros tratábamos de salvar tanto nuestra organización partidaria como la posibilidad de una futura revolución de una destrucción casi segura y total, después de que se hizo evidente que nuestra insurrección armada había fracasado.
En el fondo, tanto en nuestra decisión contra la participación del Che Guevara como en la polémica con Fidel Castro, sentimos que nuestra autonomía e integridad estaban en juego. La idea de traer al Che a Venezuela era parte del mito romántico que rodeaba a la lucha armada y a algunas de sus figuras clave. Este tipo de mito siempre aparece en los movimientos revolucionarios que, ya se sabe, han sido derrotados. Es una especie de creencia mágica que una sola acción audaz o la figura de una sola persona heroica es capaz de revivir un movimiento que ya no puede basarse en las condiciones reales existentes en el país.
Por otro lado, y más importante aún, es el hecho de que los movimientos de liberación nacional, especialmente en Venezuela, deben enfrentarse a una gran maquinaria publicitaria que trata de distorsionar la imagen del movimiento revolucionario a los ojos de las masas, presentando a los revolucionarios como agentes soviéticos o cubanos. Creo que la lucha mundial por el socialismo borra todas las fronteras, y que cualquier revolucionario puede luchar en cualquier país. En esa época tuvimos exiliados republicanos españoles en nuestro movimiento guerrillero urbano, y peruanos, brasileños y colombianos en diferentes partes del país; recuerdo a un colombiano que murió de forma muy heroica con nosotros. Todos ellos eran hombres comunes y corrientes que habían venido a unirse a nuestra lucha. Pero es necesario comprender que el pueblo puede ser engañado y manipulado por la propaganda enemiga, que es capaz de hacer que un acto de inmensa generosidad, como la presencia de una figura importante como el Che Guevara en Venezuela, aparezca en la televisión y en la prensa como un acto más de injerencia extranjera. Por otra parte, después de nuestro rechazo a la participación del Che Guevara y nuestra decisión de retirarnos gradualmente de la lucha armada, nuestro aparato guerrillero se llenó de ilusiones de vanguardia ultraizquierdista y Fidel pudo promover una división del PCV, en 1966, con gran parte de la organización militar del partido escindida bajo la bandera de nuestro líder guerrillero en Falcón, Douglas Bravo.
El fracaso de nuestra campaña para detener las elecciones de 1963 había producido cambios muy importantes, tanto en el país en su conjunto como en nuestro movimiento. Tal vez nuestro mayor error de este período fue tratar de detener las elecciones, en lugar de participar en ellas. La dirección del partido durante todo este período se equivocó al no comprender los modos de la guerra revolucionaria en las condiciones de Venezuela. No había un régimen dictatorial como las dictaduras militares de derecha en otras partes de América Latina, ni un régimen colonial como en Argelia o Vietnam, sino una democracia electoral que en Venezuela era algo nuevo. Venezuela no tiene una tradición democrática centenaria como Chile o Uruguay, pero estaba viviendo el primer régimen democrático de su historia –bajo el presidente Rómulo Betancourt (1959-1964)–, el segundo si se cuenta el abortado gobierno de Acción Democrática del período 1945-1948.
Bajo estas condiciones, la democracia en Venezuela era un nuevo juguete recién sacado de la caja y aún permanecía intacto a los ojos de las masas. Contenía válvulas de escape para las tensiones revolucionarias como la libertad de prensa y de reunión, el debate parlamentario y los sindicatos, mientras que en la lucha contra una dictadura todo se reduce a la lucha armada. En estas condiciones, era evidente que la lucha armada debía ser solo un elemento de una política global del movimiento revolucionario, que no podía ignorar los demás procesos políticos que se desarrollaban en el país. Las elecciones de 1963 tuvieron lugar en el período en que la lucha armada alcanzó su punto culminante y, sin embargo, el proceso electoral se convirtió en el fenómeno político más importante del país, absorbiendo el interés y la pasión de las masas. No entendimos que en las condiciones de la época, en un país sacudido por la lucha armada, con una democracia todavía inestable, con el ejército inquieto, estas elecciones podrían haber agravado las contradicciones de la sociedad venezolana y nuestro movimiento podría haber surgido mucho más fuerte al participar en ellas.