Es Claudio Nazoa, por Laureano Márquez

Sé que lo que voy a revelar a continuación podría ocasionarle al país una severa crisis institucional. Me tranquiliza el hecho de que, para que tal cosa suceda, tendría que haber instituciones, pero lo que voy a contarles de seguido no es broma. Repito: nunca había escrito nada tan en serio. Desde hace un par de semanas, cuando descubrí lo de Jorge Rodríguez, he guardado silencio, pero ya no puedo callar más. Allá voy: Jorge Rodríguez no existe; nunca existió: es Claudio Nazoa.
Como lo leen. Todo este parapeto del CNE es una jodedera de Claudio Nazoa y tengo pruebas: Desde que el supuesto Jorge Rodríguez se encargó del ente, vienen sucediendo cosas muy extrañas con Claudio Nazoa. Los amigos de este último sí habíamos comenzado a notar que, entre Claudio y el pretendido funcionario, se presentaban unas correlaciones misteriosas, estilo Clark Kent y Superman: Siempre que aparecía Rodríguez, no estaba Nazoa y viceversa. Y, al igual que Superman y el periodista, cosa curiosa, nadie nota el evidente parecido. Clark se quita los lentes, Claudio se arranca el bigote, que es postizo: ninguna persona normal puede tener un bigote así. Si no me cree, la próxima vez que se encuentre con él, cuando esté distraído, dele un templón al bigote; se llevará una sorpresa.
A mí sí comenzó a impresionarme la súbita prosperidad de Claudio. Yo me dije, incluso con cierta envidia: “coño, el humor no da para tanto” : una casa de campo con un McDonald’s dentro sólo para su hija Valentina y su nieto Christian. ¿Un McDonald’s para dos personas? Esta excentricidad sólo puede ser obra del que gana plata fácil producto del único negocio verdaderamente rentable en Venezuela:
ser funcionario público. Un tipo que lo más lejos que había llegado era a Mérida, ahora se la pasa en una sola viajadera. ¿De cuándo acá esa limosina azul en la que suele presentarse a las fiestas aniversarias del Press Club?
¿Y qué de los costosos trajes y la inagotable colección de lentes de sol?
A Claudio, que hasta hace pocos años no sabía encender una computadora, ahora se le ve con una laptop y pegándole el dedo pulgar a la pantalla. ¿Casualidad?… Yo también lo pensaba, pero no. Hace unas semanas, le entregué un cheque de mi cuenta personal y me lo devolvió aduciendo que la firma era plana. Se le ha visto cenando en costosos restaurantes de la ciudad con el chamo de Smartmatic. En fin, no cabe duda de que él y Jorge son una y la misma persona; eso es lo único que puede explicar la locura desquiciante en que se ha convertido el CNE. Toda la familia Nazoa cobra por nómina. Valentina, una niña de apenas dos años, figura como adjunto a la dirección de automatización manual. Hasta Gustavo, su chofer (¡Chofer! ¿Cuándo se ha visto cómico con chofer?), es director del organismo en Vista Alegre.
La semana pasada, hecho el loco, lo seguí: me aposté, a las 6 de la mañana, frente al lujoso Pent House al que se mudó guillado. La limosina azul enfiló hacia la avenida Baralt. Se bajó en Plaza Caracas y caminó hasta el CNE. Entró por la puerta trasera, por la que solía salir Arias Cárdenas en su segundo período opositor. Se metió al baño; allí se arrancó los bigotes estilo Dalí y se metió en la oficina de la presidencia a continuar su obra surrealista.
El CNE está en manos de Claudio Nazoa. Cualquier cosa puede suceder. Conozco bien a este hombre: puede enloquecer hasta a Monseñor Castillo Lara. No duerme, ni deja dormir; llama a sus subalternos de madrugada; se la pasa inventando vainas para joder a los demás; es inagotable, uno siempre termina cediendo por cansancio; y, además, se torna agresivo cuando alguien le lleva la contraria. Nunca el país corrió tan grave peligro: nuestro destino está en manos de Claudio Nazoa. Dios se apiade de nuestros votos.