Es el país…, por Simón García
Los líderes que hemos tenido, los que calzan en la talla del binomio Batancourt- Caldera, cada uno con su peculiaridad, comparten algunas características: capacidad para mostrar grandeza en situaciones críticas, sentido de país y persistente interés personal en la construcción de fuerzas colectivas como son los partidos. En sus trayectorias exhiben aciertos y errores, momentos de adversidades, incomprensiones y flaquezas propias del barro humano¸ pero planeando sobre sus circunstancias todos muestran la autoconfianza que da saberse preparados para disputar y ejercer poder.
No toda generación es mejor que las anteriores. Al examinar la conformación del actual relevo político, la pregunta es inevitable. ¿Están actuando con sentido histórico?, ¿Alcanzarán la condición de fundadores de una nueva época? Tal vez el azar los colocó en el peor momento de la peor situación que sea posible recordar y frente a retos superiores a los del pasado.
Están igualmente obligados, como aconseja Maquiavelo a los príncipes, a probarse en las “grandes empresas y los extraordinarios ejemplos de su mérito”. No requieren ser más sabios, sino exitosos en las responsabilidades que asuman. Y si el desempeño, además de brillante, resulta de excelencia, mejor.
Los políticos, para merecer la condición de dirigentes, deben ser auténticos como amigos o como adversarios, hablar desde la verdad, honestos, cívicamente valientes y muy radicales en mantener la eficacia para realizar sus ideas, aún contra corriente. En tiempos de transformación del oficio político, de sustitución de su manufactura personal por el marketing, de aumento exagerado del financiamiento de sus acciones el peso de lo justo cede sobre la conveniencia ocasional y el imperio de la imagen frena la toma de riesgo responsable para no exponerse a una transitoria mengua de reputación.
La forma más activa y engañosa de expresión de la opinión pública, que pasó de los votos a las redes, desata un horror paralizante.
El liderazgo político ya no encarna automáticamente la representación del interés general porque la política no abarca ni satisface el complejo y diverso universo de las demandas humanas y sociales. Ahora es comparado con el nivel promedio de rendimiento de todas las otras élites que actúan en ámbitos como el económico, el tecnológico, el comunicacional o el militar. Y en esta comparación no pueden quedar como los recolectores de errores.
No solo de experiencia están hechos los políticos, sino también de su densidad en gerencia de conocimientos, en su destreza para operar con el cerebro digital, en hacerse parte del relato público y tener un espíritu sensible a las necesidades de la gente de a pié.
Estamos a punto de formar parte de una generación que va a entregar un país peor que el que recibió de quienes les precedieron. O, lo que resultaría devastador, de pasar a vivir en entre los despojos de un país desintegrado. Es el garrotazo que nos amenaza si pasamos del empate catastrófico al desempate violento y anárquico.
¿Que puede ocurrir con una sociedad que se polariza y se fragmenta entre defensores y atacantes de dos figuras ostentando el sitial de presidentes? Hay que entenderse para ganar paz y cambios. La violencia nos derrotará a todos.