Es que nadie se las cree, por Beltrán Vallejo
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Comienzo mis comentarios con una pregunta irónica: ¿no hay alguna confesión televisada del señor Tareck El Aissami para que el Ministerio Público nos siga deleitando con su eficacia investigativa?
Si me permiten, hago otra pregunta irónica: ¿es que esas ya rutinarias confesiones y delaciones ante las cámaras de televisión sólo son adecuadas y estéticas en materia de seguridad del Estado y no en la “cruzada” contra la corrupción?
Permito utilizar la ironía porque no creo que esté tipificada como delito en la ley contra el odio o en la ley antifascista, aunque cuidado si me llega una sorpresa y “pum”, preso por preguntón.
Lo que pasa es que este tipo de interrogantes surgen como el monte en cultivo abandonado cuando se trata de una Venezuela donde uno de los más preciados preceptos constitucionales propios de la democracia liberal y propios de la civilización brilla por su ausencia, refiriéndome a la división, separación y autonomía de los poderes públicos.
Esta Venezuela atrofiada tiene a todos sus poderes públicos bajo el control irrestricto del Poder Ejecutivo en lo que concierne a sus necesidades, intereses, maquinaciones y hasta bajas pasiones, y más aún eso que llaman Fiscalía General de la República como órgano directivo del Ministerio Público que forma parte del Poder Ciudadano.
Por cierto ¿qué es de la vida del Defensor del Pueblo? ¿Alguien ha visto a ese espectro ululando por ahí?
También es que nos queda lamentarnos de que este país parece que asumió de manera costumbrista la criminalización de la disidencia política, y ahora vemos que se agudiza la criminalización de la protesta social. Estamos en los extremos en que cualquier protesta de jubilados que no les paguen con justicia sus pensiones, o de vecinos que exijan el camión cisterna para calmar la sed de días en una comunidad, ahora se las pueden tipificar como delitos de odio, de traición a la patria y como terrorismo.
Yo no soy abogado, pero puedo reflexionar el hecho palpable de que buena parte del proceso investigativo divulgado en cadena nacional está centrado en estas confesiones y delaciones como pruebas omnipotentes, al punto de que en los informes televisados del Fiscal no hay más datos relevantes, verdaderamente relevantes, que refieran a la existencia de otras pruebas que establezcan una visión en conjunto de todo el caso, porque todo lo demás que ese señor discursivamente presenta ante las cámaras tiene un álgido matiz politiquero y predomina la palabrería hueca.
Y a sabiendas del historial de torturas de los organismos de seguridad venezolanos, donde esa aberración forma parte de los expedientes que contra el régimen se cursa en la Corte Penal Internacional, por supuesto que hay dudas de que estas confesiones y delaciones sean íntegramente voluntarias y no el resultado de torturas físicas y psicológicas, porque siendo así estas supuestas pruebas obtenidas mediante la violencia serían nulas, es obvio.
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Y el artículo 49 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, en su numeral 5 establece que: “ninguna persona podrá ser obligada a confesarse culpable o declarar contra sí misma, su cónyuge, concubino o concubina, o pariente dentro del cuarto grado de consanguinidad y segundo de afinidad. La confesión solamente será válida si fuere hecha sin coacción de ninguna naturaleza”.
Claro que hay escepticismo con ese show televisado de los mediodías que realiza el señor Fiscal, y eso es evidente por los antecedentes de torturador que tiene el régimen madurista, por la puesta en escena, por la manera en que hablan los supuestos confesantes, por la direccionalidad política de todas las confesiones y delaciones, y por todos los vacíos, lagunas e interrogantes que dejan en evidencia esas telenovelas del mediodía.
¿A qué se parecen esas telenovelas cuando tomamos referencias históricas e internacionales? Pues vean que en las investigaciones contra actores subversivos o terroristas en los demás países catalogados como democráticos no se ve esa declaradera y confesadera televisiva de la que hace gala la Fiscalía de Maduro. Mas bien este modelo mediático-represivo es propio de esos regímenes totalitarios cuyo sendero este madurismo quiere transitar a toda velocidad como desvergüenza histórica. Se trata de una mala propiedad de la que han hecho gala las dictaduras cubanas, chinas y las de la URSS, y que consiste en las confesiones televisadas de los disidentes políticos detenidos. Los chinos tienen una tradición en eso desde la época de Mao, los soviéticos desde la época de Stalin y los cubanos se han hecho adictos a eso desde hace décadas.
Sobre la dictadura cubana, el año pasado exhibieron en el noticiero nacional de televisión la “confesión “de la influencer Sulmira Martínez Pérez, famosa activista por redes sociales en contra del régimen dictatorial de esa isla, y que fue detenida por convocar manifestaciones, alegando los organismos de seguridad la imputación de “instigación a delinquir”. Ella “confesó” que quiso ganar notoriedad en Facebook y que creó una cuenta para ganar dinero al colaborar con otra disidente fuera de la isla, lo que obtendría con publicaciones contra el denominado proceso revolucionario y contra el régimen que oprime a ese país.
Sobre ese caso, cualquier parecido con la realidad de Venezuela es pura coincidencia (seguimos con la ironía).