Espejismo, por Teodoro Petkoff
Las causas de la violencia no están en la vigencia del COPP. La cosa es mucho más compleja
La PTJ anunció, con fanfarria y marimba, que capturó a los asesinos de Federico Blohm. Felicitaciones por el éxito. Del asesino de Blohm inmediatamente fue destacada su condición de beneficiario del COPP. Todos lo que hacen del COPP el chivo expiatorio saltaron de gozo. ¡Ahí está la prueba; el COPP es el responsable! Fue tanta su euforia que dejaron pasar por debajo de la mesa el otro dato: el tipo tenía varias entradas y salidas a la cárcel durante la década de los 90, antes de que entrara en vigencia el COPP. ¿Qué pasaba antes del COPP? Lo mismo que ahora: jueces venales, que tarifaban sus sentencias; policías delincuentes que vendían libertades. Eso no ha cambiado, sólo que ahora el COPP suministra una coartada cómoda. ¿No acaban tres jueces de «absolver» a los banqueros del 94? ¿No estuvo una jueza a punto de poner en libertad a Cybel Naime, amparándose fraudulentamente en el COPP? ¿No acaban de informar que hay policías de El Hatillo sospechosos de haberse apoderado del botín robado en la casa de los Blohm? Mientras jueces y policías sean parte de la maraña delictiva ninguna ley, reformada o no, será suficiente.
El COPP no es el único chivo expiatorio. También lo es sesgar políticamente la lucha contra el delito. Por ahí saltaron algunos a rugir que el crimen que segó la vida de Federico Blohm es consecuencia del discurso de Chávez. ¡Por favor! No es la primera vez que alguna persona prominente es asesinada en este país. Basta con recordar los casos de Raymond Aguiar (1983), Gustavo Polidor (1995), Carlos Gauna (1979), Soto Nevado (en su quinta del Country Club, en 1964), el hijo del ministro Luis Carbonell (1992), Jaime Obadía (1983), el mayor Chalbaud Troconis (1988), el luchador Dark Búfalo (1981), el abogado Ramón Carmona (1978), el abogado Ibarra Riverol, la señora Hope Phelps, lo que se conoció como «el doble crimen de Las Palmas» y paremos de contar, que la lista es larga. La delincuencia es un problema nacional, la causa de cuya gravedad no sólo hunde sus raíces en el desquiciamiento social (que las hunde, sin duda) sino que va mucho más allá. El discurso de Chávez es apenas parte del asunto y, desde luego, no la más importante. El ejemplo de las élites sociales (funcionarios y políticos corruptos, banqueros ladrones, militares corruptos, policías mafiosos y matraqueros, etc.), no puede ser más nefasto para la moral colectiva. El terrible efecto de la televisión en la exacerbación de la violencia, la bancarrota de la policía, del sistema judicial y de la red penitenciaria son también parte mucho más determinante del problema. Más aún, sospechamos que la creciente crueldad de la violencia criminal tiene algo que ver con las políticas de «exterminio» puestas en práctica desde hace años y mantenidas ahora. El delincuente, que se sabe condenado a muerte de antemano, no tiene nada que perder, por eso mata con tanta facilidad (en los barrios y en las urbanizaciones). Hay que cuidarse de las simplificaciones y más aún si se las quiere hacer parte de la confrontación política