Esposa de Acosta Arévalo: “La burla, la impunidad, me han llevado a la desesperación”
Walewska Eleanor Pérez, quien conoció a Acosta Arévalo cuando ella tenía 17 años y él 25, cuando ya era un oficial de la Armada; indicó que su pareja pidió la baja en 2006, “porque no estaba de acuerdo con lo que estaba sucediendo”
“Yo sé que nada me lo va a devolver, pero es muy importante para mí que se haga justicia. La burla, la impunidad, me han llevado a la desesperación”, así lo manifestó la esposa del capitán de fragata Rafael Acosta Arévalo, Walewska Pérez, quien dio a conocer este jueves que enfrenta secuelas traumáticas por los detalles que ha ido conociendo y la falta de justicia ante la muerte de su Pareja, quien perdiera la vida mientras se encontraba bajo custodia de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (Dgcim).
“A veces pienso que a nadie le importa lo que estamos padeciendo los venezolanos”, expresó la viuda de Arévalo.
Durante una entrevista realizada por la periodista Milagros Socorro y publicada por La Gran Aldea, Pérez aseguró sentirse peor a un año de la muerte de su esposo que durante aquel 29 de junio de 2019.
“He envejecido mucho (…) He perdido peso y sé que no tengo brillo en los ojos. No puedo sonreír, no me sale. Casi no duermo. Me levanto de la cama a medianoche y camino sin hacer ruido, para no despertar a mis hijos ni causarles más traumas”, dijo.
La también maestra comentó que no deja de pensar en las penurias que vivió su esposo durante la ola de torturas aplicadas por los funcionarios de la Dgcim. “Vienen a mi mente las escenas más pavorosas (…) Alguien tiene las fotos de mi esposo siendo martirizado. Trato de no pensar en eso, pero no puedo”.
“Lo llevaron a una casa de torturas que tiene la dictadura en Miranda, lo desnudaron y lo colgaron de un árbol; le disparaban cerca de los oídos para reventarle los tímpanos; le pusieron una carpeta con tirro alrededor de los ojos; lo golpearon con tablas en todo el cuerpo; lo metían en un cuarto helado y le echaban agua helada; le daban latigazos; le ponían bolsas en la cabeza; le metían la cabeza en tobos; le hicieron cortaduras en las plantas de los pies; le metieron electricidad en los testículos,… Participaban muchos, me dijeron, porque el método de ellos es no dejar descansar a la víctima. Cuando quedaba inconsciente, lo reanimaban”, contó.
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De la misma manera, Walewska Eleanor Pérez, quien conoció a Acosta Arévalo cuando ella tenía 17 años y él 25, cuando ya era un oficial de la Armada; indicó que su pareja pidió la baja en 2006, “porque no estaba de acuerdo con lo que estaba sucediendo”.
Comentó que se encontraban residenciados en Colombia y decidió viajar a Venezuela “para renovar los pasaportes y hacer otras diligencias” cuando fue detenido, sin orden judicial, en Guatire, estado Miranda.
“Él no tenía miedo. Decía que todos nacemos para morir. De hecho, mientras estuvo activo, le explotó una granada en la pierna y tuvo un accidente de buceo en la Base Naval de Turiamo, de donde lo sacaron inconsciente en helicóptero. Estaba acostumbrado al peligro. Y, de seguro, jamás pensó que un compañero podría traicionarlo”.
En este sentido, la viuda de Arévalo aseguró que “un amigo cercano” lo vendió para congraciarse con el régimen y “obtener quién sabe qué”.
Al preguntarle si ella estaba al tanto de las actividades conspirativas en las que Acosta Arévalo podría haber estado involucrado, ella asegura que jamás oyó nada que le hiciera pensar en eso. “De todas formas, después de su asesinato, yo me aislé porque no quería perjudicar a nadie”.
La esposa de Acosta Arévalo manifestó su preocupación por las secuelas que la muerte del capitán dejó en su familia. “Mi hijo está muy afectado. Perdió interés en los deportes, bajó las calificaciones escolares. Ya tiene 13 años. Me resulta imposible impedir que vea en Internet los detalles del secuestro y muerte de su padre. Hace poco me dijo que había soñado con su papá. Que lo tenían amarrado en una silla y lo estaban electrocutando; que, aunque tenía la boca tapada, se oían sus gritos”.
Walewska Pérez llora su congoja y la de la familia. “Mis suegros se deprimieron muchísimo. A mis padres los han estado intimidando. Mi hijo pequeño pregunta mucho por su papá. Pregunta que si su papá no le ha enviado un mensaje de voz, ‘porque él se llevó su teléfono’. Rezo para que nunca se le olvide la cara de su papá, la voz”.