Esquizofrenia, por Teodoro Petkoff
Desde la perspectiva del reforzamiento de la capacidad de los países menos desarrollados para enfrentar los retos de la globalización, el relanzamiento del G-3 no puede menos que considerarse como una venturosa iniciativa de los presidentes implicados, en especial de Vicente Fox, a quien se debe la idea de sacar de su catafalco el pacto que, como tal, existe desde 1994. Desde luego, ahora viene el difícil trabajo de carpintería, para ir abriendo camino a los acuerdos concretos en el área comercial, pero dependerá de la voluntad política de los gobiernos el que esta vez la cosa no quede en la mera retórica de ocasión, a la cual los hispanoparlantes somos tan dados.
Este proyecto de integración subregional al cual pertenecemos, recibe, pues, un impulso interesante. Chávez, fiel a su naturaleza, se mandó con un discurso en el que no sólo cita la Carta de Jamaica, sino que transcribió completa la convocatoria de Bolívar al Congreso de Panamá, luciendo así como un gran campeón de la integración. Sin embargo, venía llegando de Brasilia, donde había anunciado que a fines de año ya nuestro país estaría integrado al Mercosur. No es que sea una mala idea pertenecer a este otro agrupamiento subregional, pero esa declaración constituye un claro torpedo bajo la línea de flotación del Pacto Andino. Porque este discute hoy, en conjunto, la conformación de una zona de libre comercio entre ambos bloques. Es una discusión de bloque a bloque. No se entiende bien, entonces, a qué propósito sirve una declaración que apunta a que Venezuela negocie unilateralmente con Mercosur, desconociendo, en cierta forma, sus obligaciones con el Pacto Andino. Esto sin hablar de que, si fuere cierto, sería un espejismo pensar que en menos de un año se podría formalizar un acuerdo con el bloque sureño, puesto que toma tiempo compatibilizar los aspectos arancelarios de esta clase de acuerdos de libre comercio.
De manera que en menos de una semana el presidente de este país ha asumido una postura esquizofrénica. De un lado, es claramente integrador cuando habla del G-3; y del otro, claramente desintegrador, cuando genera confusión y alarma en los socios concretos que tenemos, que son los del Pacto Andino. Pudiera decirse que esa política corre el riesgo de perder el chivo y el mecate. Puede dañarse la relación con los socios andinos, sin ganar nada, por ahora y durante un tiempo relativamente largo, con los potenciales socios mercosureños. No hay que olvidar que ha sido dentro del marco del Pacto Andino que entre Venezuela y Colombia se ha desarrollado un comercio que monta hoy a unos 2.500 millones de dólares anuales, siendo cada uno de los dos países el mayor socio comercial del otro -si se excluye a Estados Unidos.
Una cosa es manejar con prudencia el tema del ALCA, que implica una asociación con Estados Unidos, que, por lo mismo, requiere una preparación muy minuciosa y de mucho tiempo, y que, entre otras cosas, hace conveniente fortalecer los vínculos subregionales (CAN, G-3 y, eventualmente, Mercosur) y otra, bien distinta, dañar lo poco que existe hoy de integración venezolana con otros socios, en nombre de quimeras no suficientemente meditadas