Estado de golpe, por Américo Martín
La vida ha precisado el concepto de golpe de Estado, distinguiéndolo de la cháchara que acusa de serlo a legítimas luchas opositoras contra desmanes autocráticos.
En cualquier operación golpista se vislumbran tres componentes: 1) una minoría militar planificando y ejecutando las operaciones en estricto secreto 2) un plan detallado de toma del poder 3) un programa que fundamente el complot.
Adicionalmente, Juan Perón, quien se enorgullecía de ser un consumado golpista, destacaba dos niveles de distinta ejecución: planificación, organización, ensayo y ejecución, necesariamente encomendados a militares debido a que el estricto secreto demandaba disciplina y obediencia de soldado. El otro plano, sugerido por Perón, comienza con el triunfo de la conjura. Es el momento de la caótica participación civil, aunque solo para engalanarla y aclamarla (Juan Domingo Perón, “Tres revoluciones” Peña Lillo Editor S.A.)
Díganme amables lectores: ¿habrá algo en común entre un golpe así definido y los actos del 30-A encabezados por Guaidó y el vicepresidente de la AN, Edgar Zambrano, rodeados ambos por multitudes desarmadas? ¿Alguien mostró el plan y observó la organización, ensayo, disciplina militar y secreto absoluto?
A propósito del llamado quiebre, por Luis Manuel Esculpi
Pasan semanas y ni rastros de golpe, simplemente porque no hubo tal. Vistoso fue el alto sentido de responsabilidad de los dirigentes democráticos, Guaidó, presidente interino de la República, Zambrano, vicepresidente de la AN y la gran mayoría de valientes diputados de oposición.
Lo inocultable es el golpe de estado antiparlamentario, diseñado para consolidar la autocrácia, quebrar la separación y autonomía de las ramas del poder y de paso destruir la justificada celebridad del presidente interino.
El “monagazo” de 1848 y los acobardados Congresos de Castro, Gómez y Pérez Jiménez, calzaron los puntos del heroísmo exhibido hoy por la Asamblea Nacional y los parlamentarios democráticos.
Atentados contra congresos latinoamericanos como los del uruguayo Bordaberry y el peruano Fujimori, son pálidos en comparación con el cerco permanente tendido en Venezuela contra la Asamblea Nacional.
A Guaidó no lo tocan a la espera de que renazca la indolencia tolerante. Mientras tanto eliminan al detal su base legislativa, encarcelando alevosamente diputados electos por el voto popular.
Ese “estado permanente de golpe”, desplegado con increíble torpeza subestima el temple de los acosados parlamentarios, tan ausente en los desconcertados dueños del Palacio de Miraflores. Resalto la declaración del secretario general de AD, Henry Ramos Allup y el frío autocontrol del vicepresidente Zambrano.
- No me bajo de mi carro, le espetó éste a la jauría.
Con grúa remolcaron a Zambrano sin lograr que se inmutara.
Por supuesto, no es menor el valor de los parlamentarios de todos los partidos, pero por razones pedagógicas destaco la firmeza de los mencionados (y también de Capriles, Borges, Leopoldo, Florido y sigue y suma) porque han sido reiteradamente acusados de “colaboracionismo blandengue con el régimen, que no congenia con los zarpazos que están soportando.
No es necesario amar a quien no se trague, pero sí lo es detener el juego ciego contra la reputación de partidos y políticos de la amplia unidad estructurada desde el 5 de enero alrededor de Guaidó y la Asamblea Nacional. Si recordamos la ardua lucha candidatural que reinaba en la oposición, parece un milagro la poderosa solidaridad mundial y nacional que han hecho de Guaidó y de la AN los ejes del cambio democrático.
Ese milagro debe ser apreciado. La confluencia de factores adversos al llamado proceso bolivariano ha trazado una ruta irreversible. No entenderlo es inmolarse.
Hippolite Tayne, autor del Gendarme Necesario, escribió:
- El rebaño humano no sabía sino pelear hasta que la fuerza bruta impuso un verdugo militar.
Tomen nota, pues.