¡Están asustados!, por Teodoro Petkoff
Esta gente que gobierna tiene cara de perdedores. Ya no pueden ocultar la sensación de saberse derrotados. Todas sus conductas, desde la del capo mayor hasta las de los atorrantes encargados de agredir a las actividades de las fuerzas democráticas, son demostración de que no las tienen todas consigo. Algunas interpretaciones atribuyen a los episodios de violencia en varios centros de votación durante el simulacro del domingo pasado, así como los ataques físicos a las actividades electorales en la barriada caraqueña de Carapita una estrategia intimidatoria.
De acuerdo con esta óptica, esos pequeños grupos (porque realmente eran pequeños y por eso fracasaron en su empeño), estarían desarrollando una estrategia definida en los altos círculos del hamponato político dirigida a atemorizar a los votantes democráticos y a impulsar la abstención entre ellos. Craso error. Esos actos brutales no pretenden asustar a nadie sino que ellos son señal clarísima del susto que embarga a sus protagonistas. Quienes atizan esas acciones por parte de esos grupúsculos revelan el miedo que les corroe el espíritu.
Están asustados y reaccionan como fieras asustadas. Atacan porque tienen miedo, no porque tienen valor. Están acobardados y el ataque impulsado por el miedo es un mecanismo de defensa.
En este sentido tal vez pocas cosas más elocuentes de este peculiar estado de ánimo que embarga al oficialismo que la reacción perfectamente estúpida (no es posible emplear otro calificativo menos duro) de la Guardia Nacional atacando a un pequeño grupo de candidatos democráticos que pretendían entregar un documento ante la Asamblea Nacional. No sería de extrañar que tal ocurrencia haya sido del mero coronel Benavides, quien parece tener cierta dificultad para controlar sus nervios y debió pensar que esa veintena de personas iba nada menos que a tomar el Capitolio. Esos nervios a flor de piel no son los de quienes se sienten sobrados; son, por el contrario, de los de quienes no se sienten seguros.
Comienzan a alucinar.
Pero el récord mundial de idiotez impulsada por la sensación de derrota lo estableció un diputado de apellido Dugarte, quien fue víctima de un secuestro express y después de negociar su liberación tuvo la despampanante ocurrencia de sostener, con una estolidez que hasta a un cerebro de garrapata le quedaba grande, que su plagio había sido planificado y ordenado por la oposición para «desacreditar» al gobierno.
Con razón, Chacumbele a unos 110 sujetos parecidos a este fenómeno, los dejó colgados de la brocha. Con «partidarios» de este cociente intelectual el comandante no necesita adversarios en la Asamblea Nacional. Terminando su mandato, el tal Dugarte la única huella que ha dejado en la historia parlamentaria del país es ha sido esa contribución a la causa electoral de su comandante en jefe, presidente y manager (pavosísimo, por cierto) de cuanto equipo femenino de cualquier deporte se acerca a estos lares.
Cuenta el Che Guevara que a los guerilleros bisoños, cuando se les veía el miedo en la cara decían de ellos que tenían «cara de cerco», es decir el temor de sentirse cercados por el enemigo. Nuestros pesuvistas tienen típica «cara de cerco».