¡Esto es un atraco!, por Teodoro Petkoff
Hoy en la mañana los transportistas trancaron la autopista de Guarenas. La semana pasada fue en Catia, coincidiendo con el paro del Metro, cuando los trabajadores del volante se negaron a trabajar. Las tres protestas tuvieron un denominador común: la inseguridad. Los conductores de vehículos de transporte público están demostrando que su paciencia llega ya al límite. Es verdad que la modalidad de protesta afecta a centenares de miles de personas, que pierden el día de trabajo o, al menos, llegan tarde, pero también es verdad que lo que está ocurriendo en el ámbito del transporte público en materia de inseguridad ya no le deja a sus víctimas más opción que la protesta mediante un mecanismo ciertamente antipático, pero efectivo, para hacerse oír de las autoridades.
Habría que comprenderlos porque lo que está en juego es la vida. Son ya incontables los conductores asesinados.
Por muy bien servidos se dan aquellos que salen librados sólo con el atraco pero conservan la vida. Denuncian los transportistas de Guarenas-Guatire que todos los días secuestran entre cuatro y cinco de ellos. Puede imaginarse la tensión a la cual están sometidos quienes están obligados a trabajar bajo esa amenaza permanente y el desgaste físico y nervioso que ello implica.
Por otro lado, lo que está ocurriendo en los estados fronterizos con los secuestros ya tiene ribetes colombianos, en el sentido de la frecuencia de los plagios. Cada día se informa de uno o varios secuestrados en Táchira y Zulia, ocupando hoy el centro de la atención el “Cura” Calderón dada su prominencia política. Pero, desde luego, no es el único. Numerosas familias de la frontera viven hoy en la angustia y el temor que produce la desaparición de los suyos.
La gran pregunta es si el Estado y el Gobierno están haciendo lo apropiado para enfrentar esta situación.
La percepción general es que no. Los transportistas, al menos, se sienten totalmente desamparados.
Podría pensarse que la recurrencia de los delitos que tienen como blanco a los conductores del transporte público, la básica similitud de los procedimientos delictivos contra ellos, identificadas las zonas donde se producen con mayor frecuencia los atracos y asesinatos, ya debería haber conducido al diseño de una política de prevención y represión de este tipo de delitos contra las personas.
Pero, las dos protestas consecutivas, la de Catia y la de Guarenas, lo que parecen revelar es que tal diseño no existe o si hay alguno es inefectivo e ineficiente.
Pensar que hubo gente, y no poca, que votó por Chávez creyendo que su condición de militar era una suerte de garantía de lucha a fondo contra la delincuencia. Nadie le pedía milagros, pero muchos se habrían conformado con observar una voluntad de hacerle frente a tal calamidad. Pero la revolución no tiene tiempo para estas fruslerías. Mientras caen asesinados los choferes, Chávez se va a en otro periplo inútil y costoso por los países del Cono Sur.
Otros asuntos llenan su cabeza y no los pesares del pueblo, que para él sólo existen en sus discursos.