Ética de gobierno, por Simón Boccanegra

En cualquier país más o menos serio un ministro bajo cuyo mando ocurra alguna barbaridad o un contratiempo grande para su gobierno, tipo masacre de Kennedy, por ejemplo, inmediatamente pone su cargo a la orden. Es una regla de juego, porque aun si no tuviera responsabilidad directa en el estropicio, la reparación del daño político comienza con su salida del puesto. De hecho, Jesse lo entendió así cuando renunció a raíz de la información equivocada que dio al Presidente sobre los quemados de Fuerte Mara. Pero ahora se cuidó de hacer lo mismo. Ni siquiera cuando Chávez lo regañó públicamente, por televisión, tuvo el gesto de entregar la cartera ministerial.
Coincidencialmente, en estos días hemos visto el manejo que Lula ha dado a la grave corrupción que se ha destapado en su administración. Agarró el toro por los cachos. Sacudió su gabinete, sacó a su principal ministro, tiene a la policía tras la pista de los pícaros y su propio partido ha sido estremecido hasta los cimientos.
Toda la plana mayor del PT ha renunciado o ha sido destituida y todos están bajo investigación parlamentaria o policial. Lula no se ha hecho el loco. Las encuestas, lógicamente, registran un incremento en su popularidad. ¡Qué diferencia, Dios mío!