Exceso de desamor, por Aglaya Kinzbruner
Twitter: @kinzbruner
Fue como un tiro en el pie. La oposición feliz, como de fiesta, en registros, inscripciones, debates, primarias. No para. Por otro lado, las autoridades oficiales van por el camino de la amargura. Que si inhabilitan éste o aquella, que si la inhabilitación queda como tal o habrá que levantarla, que van a acabar con el CNE, que no se va a poder votar en los conventos, en los cines, en los casinos o en los centros comerciales, quizás por correo sí porque correo como correo, como entidad que se ocupa de traer y llevar cartas, ése ya no existe.
Total que quisieran hacer público y notorio que las primarias no van y las elecciones tampoco. Pero tan directo así no sirve. O sea que ya entraron de un todo, con rabo y orejas en la primera depresión. Y la primera depresión es muy peligrosa porque si le sigue la segunda, ahí sí que la cosa se pone peluda.
Y si no, que le pregunten a Akaki Akakievich. El es un personaje de un cuento de Nikolai Gogol, quizás uno de sus mejores, El Capote. Se desenvuelve como copista en una oficina ministerial de San Petersburgo. Su oficio tiene que ver con las letras a las que ama con pasión, unas más que otras. O sea que podríamos decir que es casi un hombre feliz a pesar que gana menos de 400 rublos al año, todos sus compañeros se burlan de él y es más solo que la una.
Pero este estado de cosas es inestable porque se acerca el crudo invierno de San Petersburgo y él no tiene como afrontarlo porque el único capote que tiene se ha vuelto transparente de tanto desgaste. Va donde el sastre, un tal Petróvich y le pide que lo remiende pero éste se rehúsa y le dice que es imposible, que hay que hacer uno nuevo. En un comienzo Akaki Akakievich no sabe de dónde sacar la plata. Sin embargo luego se hace de un plan, va a caminar en punta de pie para no gastar las botas y trabajar en la casa en la sala de la casera para gastar sus velas y no las suyas, en fin, hasta deja de cenar. Total que después de unos meses tiene el dinero y sale de compras con el sastre para adquirir el paño para el capote.
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Y aquí viene lo mejor del cuento porque por fin él se encuentra completamente realizado, tiene como un fin en la vida, una presencia, casi como una esposa y, después de varias vicisitudes, logra tener el capote que el mismo Petróvich le lleva a su casa. Al llegar a la oficina es muy admirado y hasta dan una fiesta en su honor en casa del ayudante del jefe de la oficina. La fiesta es de lo más animada con abundante comida, ensaladilla y ternera fría rebanada, empanadas y pasteles más champaña y Akaki Akakievich departe con los invitados. A la medianoche tiene sueño y se dirige hacia su casa. Al cruzar una gran plaza, dos hombres bigotudos se le vienen encima y le roban el capote. Allí le sobreviene la primera terrible depresión.
Resulta que la casera que le tenía cierta consideración le sugiere que, aunque haya puesto ya la denuncia con un inspector de policía, vaya a hablar con una alta personalidad para estar más seguro de encontrar el capote, pero ¿qué sucede? Este señor, un general, muy imbuido de sí mismo lo trata malísimo, tan mal que el casi se desmaya y lo tiene que sacar un guardia. Temblando vuelve a la casa, le da una fiebre muy alta y se muere porque la segunda depresión ya encuentra el terreno abonado.
Sin embargo, eso de RIP, Requiescat in pace es pura mentira. Cuentan los vecinos que por el puente de Kalenik en la noche aparece un fantasma con la cara de Akaki Akakievich, que le arranca los capotes con acabados hermosos de castor, oso, marta o simplemente piel de gato a los que deambulan por la zona. «Vivo o muerto – tiene instrucciones la policía – agarren a ese fantasma».
Para no morir de exceso de desamor es muy importante, por ende, tratar de mantenerse en la realidad.
Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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