Fanatismo, por Teodoro Petkoff
Ayer, en el editorial, la reflexión sobre el estado del país, fue hecha a partir de una noticia que resultó falsa, de la cual nos hicimos eco sin saberlo. Confiando en la fuente, publicamos la información de que el general comandante de la Brigada 41, en Valencia, se había insubordinado, resistiéndose a entregar el mando al coronel que fue designado para sustituirlo. Pues bien, posteriormente pudimos comprobar que esa información no fue cierta. Nunca hubo tal insubordinación y el mando fue traspasado normalmente, aunque en día y hora distintos a los previstos, pero por razones diferentes a las de la supuesta «insubordinación», aunque de algún modo ligadas, eso sí, a la crisis político-militar que vivimos -esta sí innegable. Lo más grave es que la difusión de esa noticia, en Valencia, donde, por cierto, podía ser fácilmente verificada, suscitó las movilizaciones del chavismo y del antichavismo, que se confrontaron a pedradas verbales frente al cuartel, separados tan sólo por los soldados que impidieron que los «proyectiles» hubieran sido más contundentes. No sabemos si la noticia falsa fue difundida de buena o mala fe, pero las consecuencias habrían podido ser harto indeseables. Tuvo lugar, pues, una peligrosa manipulación. Los niveles de conflictividad y de irracionalidad son tales que las posturas más extremas en ambos bandos están dispuestas a comulgar con cualquier rueda de molino. En esta atmósfera de pasiones desatadas es muy difícil que pueda abrirse paso la búsqueda de soluciones políticas y democráticas a la crisis. En un ambiente de desconocimiento mutuo y de ánimos engatillados parece imposible examinar racionalmente el abanico de ideas que van desde el recorte del periodo presidencial y elecciones inmediatas, postuladas en un extremo del espectro político, hasta el referendo revocatorio en el plazo constitucional, sostenido en el otro extremo, pasando por referendo consultivo, eliminación de la reelección presidencial, etc. Pero cada proposición es hecha dentro del contexto de la liquidación política del adversario, por lo que es muy difícil, por no decir que imposible, producir ese tipo de acuerdos mínimos sobre los que descansan las soluciones políticas. Quienes están obligados a proporcionar conducción política, no deberían actuar oportunistamente, a la cola de los extremismos, sino asumir los riesgos del liderazgo, cuando ellos comportan nadar contra la corriente. Podrían descubrir que lo que toman por opinión mayoritaria es en realidad la de sectores minoritarios pero fanatizados y que la gran mayoría de la población lo que quiere es soluciones no violentas. Alguien tendría que decir, en el mundo político de Gobierno y oposición, que mientras más honda es la trinchera que separa a los bandos mayor es la necesidad de que se reconozcan entre sí como interlocutores válidos, para hablar antes y no después del caos -aunque sea para llegar a la conclusión, como en Colombia, de que no hay nada que hacer y, entonces, ¡que Dios nos coja confesados!